– Pues… -La pregunta había pillado a Jordan totalmente desprevenida-. No lo sé.
– Noah es un buen partido. Pero tú también, no lo olvides. Jaffee dice que está seguro de haber visto tu fotografía en una revista local.
¿Era un cumplido? ¿Una revista local? ¿Creía Jaffee que había salido en la portada de Semanario del leñador?
– ¿Estás segura de que Jaffee no dijo haberme visto en Glamour? -rio Jordan.
Ella bromeaba, pero Angela hablaba en serio.
– Eres del tipo Ralph Lauren, ¿sabes?
– Gracias, pero…
– Sólo estoy diciendo la verdad -la interrumpió Angela-. No cometas el mismo error que yo, Jordan. No esperes dieciocho años a ningún hombre. Si él no se da cuenta de lo que tiene delante ahora, no lo sabrá nunca.
Dicho eso, Angela colgó por fin. Jordan encontró otro pedazo de papel en blanco en el bolso y llamó de nuevo a información. Pensó en lo que le había comentado Angela mientras esperaba a que la operadora le diese el número de teléfono de Dave Trumbo que le había pedido.
Las puertas de cristal se abrieron detrás de ella. Una mujer salió con una cesta llena de flores marchitas. Jordan miró a su alrededor y vio cómo su padre salía del ascensor situado al fondo del vestíbulo, seguido de Noah.
– Me aparecen dos Dave Trumbo -indicó la operadora-. Dave Trumbo Motors, en el número 9818 de Frontage Road, y Dave Trumbo, en el número 1284 de Royal Street.
– Quiero el de su domicilio… Espere. ¿Podría repetirme la segunda dirección, por favor? ¿Ha dicho el número 1284 de Royal Street?
– Sí, exacto. El número es…
Jordan estaba tan estupefacta que se le cayó el móvil en el regazo. Dave Trumbo, el vendedor nato, vivía en el número 1284 de Royal Street.
«¡Espera a que Noah se entere de esto!» Jordan recuperó el teléfono, se lo guardó en el bolso y se puso de pie de un salto. Un coche se puso en marcha. Fue un ruido sonoro y penetrante. De repente, cerca de ella, saltó un pedazo de hormigón de la columna. Se giró instintivamente para esquivar los fragmentos que habían salido disparados. El coche petardeó de nuevo, y Jordan notó un empujón terrible desde detrás. Unos neumáticos chirriaron, y vio vagamente cómo un automóvil pasaba veloz a su lado. Pudo vislumbrar al conductor con el rabillo del ojo justo antes de que le fallaran las piernas.
Todo pasó a cámara lenta: Noah empujó a su padre, corrió hacia ella gritando y sacando el arma de la pistolera.
Los ojos de Jordan se cerraron cuando su cuerpo golpeaba el suelo.
Capítulo 38
El hospital estaba cerrado. Nadie podía entrar ni salir hasta nueva orden. La policía controlaba todas las entradas, y las urgencias se desviaban temporalmente a otros centros médicos. Asimismo, la policía estaba registrando a fondo el estacionamiento y el edificio planta por planta para asegurarse de que no hubiera ningún otro tirador escondido en su interior.
El intento de asesinato de un juez federal era una noticia importante, y había equipos de televisión apostados en todos los costados del hospital compitiendo para entrevistar a cualquiera que pudiera contarles lo que había ocurrido.
Se dijo que la hija del juez Buchanan estaba en estado crítico. Una periodista especuló (en antena nada menos) que si Jordan no hubiera estado a pocos segundos del personal de urgencias, habría muerto desangrada.
Era algo que la familia Buchanan no necesitaba oír. Estaban todos reunidos en la sala de espera susurrando y caminando arriba y abajo mientras esperaban a que Jordan saliera del quirófano.
Dos policías hacían guardia frente a la puerta y habían dejado muy claro que no iban a perder de vista al juez Buchanan hasta que llegaran sus guardaespaldas. Dos de ellos iban ya de camino al hospital.
El juez Buchanan había envejecido veinte años desde que había visto caer a su hija al suelo. Noah lo había lanzado contra una pared para alejarlo de la línea de fuego. El juez le había oído gritar «¡Al suelo! ¡Agáchese!» mientras corría hacia Jordan. Jamás olvidaría la expresión de la cara de Noah cuando se arrodilló junto a su hija. Parecía destrozado.
La madre de Jordan estaba sentada al lado de su marido y le tomaba la mano. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
– Hay que llamar a Sidney -indicó-. No quiero que se entere por las noticias. ¿Ha llamado alguien a Alec? ¿Y a Dylan? ¿Dónde está el padre Tom?
– Está volviendo a Holy Oaks -le respondió el juez.
– Hay que llamarlo. Querrá saberlo. Y necesitamos un sacerdote.
– No se va a morir -gritó enojado Zachary, el más joven.
Noah se había separado de la familia. No quería hablar con nadie. En aquel momento, no podía hablar. Estaba de pie, al otro lado de la habitación, y miraba por una ventana la oscuridad de la noche. Le costaba respirar, le resultaba imposible pensar. Estaba furioso. Sangre… había habido tanta sangre. Había sentido que la vida de Jordan se le escapaba entre las manos.
Esa espera era horrible. Recordaba que cuando le habían disparado a él, le había dolido muchísimo, pero ese dolor no tenía punto de comparación con el que sentía ahora. Si la perdía… Dios santo… no podía perderla… no podría vivir sin ella…
Nick había bajado en ascensor para ir a contarle a Laurant lo que había sucedido. Pero su mujer dormía profundamente, y decidió no despertaría. Antes de marcharse, desenchufó el televisor de la pared y le pidió a la enfermera de guardia que no mencionase el tiroteo. Ya se enteraría al día siguiente de la mala noticia.
Cuando volvió a la planta donde operaban a su hermana, Nick vio a Noah solo. Fue hacia él y se quedó de pie a su lado.
Y la espera continuó.
Veinte minutos después, el cirujano, el doctor Emmett, entró en la sala. Se quitó el gorro, sonriente. El juez Buchanan se acercó rápidamente a él.
– Todo ha ido bien -explicó el médico-. La bala le ha atravesado la caja torácica, ha perdido algo de sangre, pero espero una recuperación total.
El juez estrechó la mano del médico y le dio las gracias efusivamente.
– ¿Cuándo podremos verla? -preguntó.
– Ahora está en recuperación, y ya se está despertando de la anestesia. Puede entrar una persona, pero sólo un minuto. Necesita descansar. -El cirujano se dirigió hacia la puerta-. Si quiere seguirme…
– ¿Noah? -dijo el juez, que no se movió de su sitio.
– ¿Señor?
– Si está despierta, dale besos de nuestra parte.
Nick tuvo que darle un empujón para que fuera. El alivio que sintió al saber que Jordan iba a recuperarse lo había dejado sin fuerzas. Siguió al médico pasillo abajo.
– Sólo un minuto -ordenó el doctor Emmett-. Quiero que duerma.
Jordan era la única paciente en la sala de recuperación. Había una enfermera que estaba comprobando el gotero intravenoso y, cuando vio a Noah, se apartó para dejarle sitio.
Jordan tenía los ojos cerrados.
– ¿Sufre? -preguntó Noah.
– No -aseguró la enfermera-. Hay momentos en que recupera la conciencia.
Noah se quedó junto a la cama. Se conformaba con verla dormir. Puso una mano sobre la de ella, y sintió su calidez. Vio que el rostro de Jordan recuperaba el color.
Se agachó y le besó la frente.
– Te amo, Jordan -le susurró a continuación al oído-. ¿Me oyes? Te amo, y no te dejaré nunca.
– Noah… -dijo Jordan en un tono muy bajo y ronco. No abrió los ojos al pronunciar su nombre.
Noah no estaba seguro de que Jordan lo hubiera oído, así que intentó tranquilizarla.
– Te amo. Te vas a poner bien. Ya has salido del quirófano y estás en recuperación. Ahora tienes que descansar. Duerme, cariño. -Jordan trató de levantar la mano, y frunció el ceño-. Duerme -susurró Noah a la vez que le acariciaba con suavidad el pelo.