Era Hermione Watson. Sería Hermione Watson.
Pronto.
Quizás esa misma mañana.
– ¿Crees que hay algo que comprar en el pueblo aparte de cintas y lazos? -Le preguntó Hermione a Lucy mientras se ponían los guantes.
– Pues eso espero -respondió Lucy-. Todo el mundo hace esto en las casas de fiesta, ¿no te parece? Nos envían afuera con nuestro dinero personal para comprar cintas y lazos. En este momento podría decorar toda una casa. O por lo menos, una pequeña cabaña de paja.
Hermione sonrió juguetonamente.
– Donaré las mías a la causa, y juntas remodelaremos una… -se detuvo, pensando, luego sonrió-. ¡Una enorme cabaña de paja!
Lucy sonrió abiertamente. Había algo tan leal sobre Hermione. Nadie lo había visto, por supuesto. Nadie se molestaba nunca en mirar más allá de su cara. Aunque, Hermione raramente compartía lo suficiente de ella con alguno de sus admiradores como para que comprendieran lo que estaba detrás de su hermoso exterior. Y no es que fuera tímida, precisamente, aunque definitivamente no era tan extrovertida como Lucy. Más bien, Hermione era una solitaria. Simplemente no le importaba compartir sus pensamientos y opiniones con las personas que no conocía.
Y eso volvía locos a los caballeros.
Lucy echó un vistazo al exterior de la ventana mientras entraban a uno de los muchos salones de Aubrey Hall. Lady Bridgerton les había dicho que llegaran a las once en punto.
– Al menos no parece que fuera a llover -dijo ella. La última vez que las habían enviado por cursilerías había llovido en todo el camino de regreso a casa. Las ramas de un árbol los había mantenido ligeramente secos, pero sus botas habían estado a punto de arruinarse. Y Lucy había estornudado durante una semana.
– Buenos días, Lady Lucinda, Señorita Watson.
Era Lady Bridgerton, su anfitriona, entrando al cuarto de esa forma segura que la caracterizaba. Su cabello oscuro estaba estirado hacia atrás, y sus ojos brillaban con aguda inteligencia.
– Estoy encantada de verlas -dijo-. Son las últimas damas en llegar.
– ¿Lo somos? -preguntó Lucy, horrorizada. Odiaba llegar tarde-. Lo siento mucho. ¿No nos había dicho que era a las once?
– Oh querida, no quise molestarla -dijo Lady Bridgerton-. En realidad le dije a las once. Lo que pasa en que pensé en enviarlos a todos por turnos.
– ¿Por turnos? -repitió Hermione.
– Sí, es mucho más entretenido de esa manera, ¿no les parece? Tengo ocho damas y ocho caballeros. Si los hubiera enviado a todos de una vez, sería imposible mantener una conversación apropiada. Por no mencionar la anchura del camino. Odiaría que se tropezaran los unos sobre otros.
Había algo que decir sobre la seguridad en números, pero Lucy se guardó sus pensamientos. Lady Bridgerton claramente tenía alguna clase de agenda, y como Lucy había decidido que admiraba mucho a la vizcondesa, estaba muy curiosa por el resultado.
– Señorita Watson, usted será la pareja del hermano de mi esposo. ¿Creo que usted lo conoció anoche?
Hermione asintió cortésmente.
Lucy sonrió para sí misma. El Señor Bridgerton había sido un hombre ocupado esa mañana. Bien hecho.
– Y usted, Lady Lucinda -continuó Lady Bridgerton-. Será acompañada por el Señor Berbrooke. -Sonrió débilmente, como si se estuviera disculpando-. Él es casi un pariente -agregó-, y, ah, un agradable compañero.
– ¿Un pariente? -repitió Lucy, ya que no estaba segura de cómo debía responderle al atípico tono de duda de Lady Bridgerton-. ¿Casi?
– Sí. La hermana de la esposa del hermano de mi esposo, está casada con su hermano.
– Oh. -Lucy mantuvo su parca expresión-. ¿Entonces son familiares?
Lady Bridgerton sonrió.
– Me agrada, Lady Lucinda. Y en cuanto a Neville… bueno, estoy segura que lo encontrará entretenido. Ah, aquí está. ¡Neville! ¡Neville!
Lucy observó como Lady Bridgerton se movía para saludar al Señor Neville Berbrooke en la puerta. Ellos ya habían sido presentados, por supuesto; todos los invitados habían sido presentados en la casa de fiestas. Pero Lucy aún no había conversado con el Sr. Berbrooke, y ni siquiera lo había visto de cerca. Parecía ser un compañero afable, más bien de una apariencia jovial, con el cutis rojo y una mata de cabello rubio.
– Hola, Lady Bridgerton -dijo él, chocando de algún modo con la pata de la mesa mientras entraba al cuarto-. Excelente desayuno el de esta mañana. Sobre todo los salmones curados.
– Gracias -contestó Lady Bridgerton, observando nerviosamente al jarrón chino que ahora se balanceaba en la cima de la mesa-. Estoy segura que recuerda a Lady Lucinda.
Ambos murmuraron sus saludos, y luego el Sr. Berbrooke dijo:
– ¿Le gusta el salmón?
Lucy miró primero a Hermione, y luego a Lady Bridgerton para que le diera alguna guía, pero también parecía igual de confundida que ella, por eso solo dijo:
– Er… ¿Sí?
– ¡Excelente! -exclamó él-. Digo, ¿es una golondrina de mar la que está asomada fuera de la ventana?
Lucy pestañeó. Miró a Lady Bridgerton, solo para darse cuenta que la vizcondesa no hacía contacto visual.
– Una golondrina de mar dice usted -murmuró Lucy finalmente, ya que no sabía cuál podía ser la respuesta más conveniente. El Sr. Berbrooke había deambulado hacia la ventana, por eso ella se unió a él. Se asomó afuera. No podía ver a ningún pájaro.
Mientras tanto, por el rabillo del ojo podía ver que el Sr. Bridgerton había entrado al salón, y estaba haciendo todo lo posible por encantar a Hermione. Cielo Santo, ¡el hombre tenía una hermosa sonrisa! Incluso con dientes blancos, y la expresión se extendía a sus ojos, a diferencia de la mayoría de los jóvenes aristócratas aburridos que Lucy había conocido, el Sr. Bridgerton sonreía de verdad.
Lo cual tenía sentido, por supuesto, ya que le estaba sonriendo a Hermione, de la cual estaba obviamente encaprichado.
Lucy no podía escuchar lo que estaban diciendo, pero fácilmente reconoció la expresión en la cara de Hermione. Cortés, claro, ya que Hermione nunca sería mal educada. Y quizás nadie más podía verlo, pero Lucy quien conocía tan bien a su amiga, notaba que lo único que estaba haciendo era tolerar las atenciones del Sr. Bridgerton, aceptando sus cumplidos con un asentimiento y una sonrisa mientras su mente estaba lejos, lejos en otra parte.
Por eso, maldijo al Sr. Edmonds.
Lucy apretó los dientes mientras pretendía buscar a las golondrinas de mar, asomadas o lo que sea, con el Sr. Berbrooke. No tenía ninguna razón para creer que el Sr. Edmonds no fuera un hombre bueno, pero la realidad era, que los padres de Hermione nunca aceptarían la unión, y aunque Hermione pensaba que podía vivir felizmente con el sueldo de un secretario, Lucy estaba segura de que una vez marchitada la primera flor del matrimonio, Hermione sería miserable.
Ella podía hacerlo muchísimo mejor. Era obvio que Hermione podía casarse con cualquiera. Cualquiera. No necesitaría esforzarse. Podía ser la reina de la ton si lo deseaba.
Lucy miró al Sr. Bridgerton, asintiendo y manteniendo un oído puesto sobre el Sr. Berbrooke, quien había regresado a su asunto sobre los salmones curados. El Sr. Bridgerton era perfecto. No poseía un título, pero Lucy no era tan cruel como para pensar que Hermione tenía que casarse con alguien que tuviera el más alto rango disponible. Es solo que no podía casarse con un secretario, por el amor de Dios.
Además, el Sr. Bridgerton era extremadamente guapo, con un oscuro pelo castaño y preciosos ojos color avellana. Y su familia parecía ser perfectamente agradable y razonable, lo cual Lucy pensaba, era un punto a su favor. Cuando uno se casa con un hombre, en realidad, se casa con su familia.