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– Es… -Gregory estaba a punto de dar su respuesta usual, de que era algo que lo volvía loco y lo enfadaba, y que normalmente era muy problemático, pero entonces, de algún modo la verdad más profunda se resbaló de sus labios, y se encontró diciendo:

– En realidad, es muy cómodo.

– ¿Cómodo? -repitió Lady Lucinda-. Es una intrigante elección de palabras.

Miró más allá de la Srta. Watson, para verla observándolo con esos curiosos ojos azules.

– Sí -dijo él lentamente, dejando que sus pensamientos se ordenaran antes de contestar-: Pienso que es muy cómodo tener una familia. Es un sentimiento de… complicidad, supongo.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Lucy, y parecía sinceramente muy interesada.

– Sé que ellos están allí -dijo Gregory-. Y si alguna vez estoy en problemas, o simplemente necesito una buena conversación, siempre puedo ir con ellos.

Y eso era cierto. Nunca había pensado realmente en ello con tantas palabras, pero era verdad. No era tan cercano a sus hermanos como ellos lo eran entre sí, pero eso era algo natural, dada la diferencia de edad. Cuando ellos habían sido hombres citadinos, él había estado estudiando en Eton. Y ahora ellos tres estaban casados, y tenían sus propias familias.

Pero aún así, sabía que si los necesitaba, o a una de sus hermanas si era el caso, solo tenía que pedírselos.

Nunca lo había hecho, claro. No para algo importante. O incluso para la cosa más insignificante. Pero sabía que podía. Era más de lo que la mayoría de los hombres tenían en este mundo, más de lo que la mayoría de los hombres podrían tener.

– ¿Sr. Bridgerton?

Él parpadeó. Lady Lucinda estaba mirándolo un poco desconcertada.

– Mis disculpas -murmuró-. Estaba divagando, supongo. -Le ofreció una sonrisa y una inclinación de cabeza, y luego volvió la mirada hacia la Srta. Watson que, estaba sorprendido de ver, también se había vuelto hacia él. Sus ojos parecían enormes en su rostro, claros y deslumbrantemente verdes, y por un momento sintió casi una conexión eléctrica. Ella sonrió, solo un poco, con un toque de turbación por haber sido sorprendida, luego apartó la mirada.

El corazón de Gregory saltó.

Y entonces Lady Lucinda habló de nuevo.

– Eso es exactamente lo que siento por Hermione -dijo-. Ella es mi hermana de corazón.

– La Señorita Watson es en verdad, una dama excepcional -murmuró Gregory, y luego agregó-: Como, claro, lo es usted.

– Ella es una acuarelista extraordinaria -dijo Lady Lucinda.

Hermione se ruborizó hermosamente.

– Lucy.

– Pero lo eres -insistió su amiga.

– A mi me gusta pintar -dijo Neville Berbrooke en un tono jovial-. Aunque, siempre arruino mis camisas, cada vez que lo hago.

Gregory lo miró sorprendido. Entre su conversación extrañamente reveladora con Lady Lucinda, y la mirada que había compartido con la Srta. Watson, se había olvidado que Berbrooke estaba con ellos.

– Mi mozo se ha revelado por eso -continuó Neville, pasando a lo largo-. No se por qué no pueden hacer pintura que pueda sacarse del lino. -Se detuvo, aparentemente concentrado en un pensamiento-. O de la lana.

– ¿Le gusta pintar? -le preguntó Lady Lucinda a Gregory.

– No tengo talento para eso -admitió él-. Pero mi hermano es un artista de renombre. Dos de sus pinturas están colgadas en la Galería Nacional.

– ¡Oh, eso es maravilloso! -exclamó ella. Se volvió hacia la Srta. Watson-. ¿Escuchaste eso, Hermione? Debes pedirle al Sr. Bridgerton que te presente a su hermano.

– No desearía incomodarlo, Sr. Bridgerton -dijo ella con gravedad.

– No sería ninguna molestia -dijo Gregory, sonriéndole-. Estaría encantado de presentarlos, y a Benedict siempre le ha gustado hablar sobre arte. Raramente puedo seguir su conversación, pero él siempre parece bastante animado.

– Lo ves -señaló Lucy, palmeando el brazo de Hermione-. Tú y el Sr. Bridgerton tienen algo en común.

Incluso Gregory pensó que eso había sido un poco exagerado, pero no lo comentó.

– Terciopelo -declaró Neville de repente.

Tres cabezas se volvieron hacia su dirección.

– ¿Perdón? -murmuró Lady Lucinda.

– Ese es el peor -dijo él, asintiendo con gran vigor-. Es muy difícil sacarle la pintura, quiero decir.

Gregory solo podía ver la parte de atrás de su cabeza, pero podía imaginarla pestañeando cuando dijo:

– ¿Usted se viste de terciopelo mientras pinta?

– Solo si hace frío.

– Qué… único.

La cara de Neville se iluminó.

– ¿Lo cree? Siempre he querido ser único.

– Usted lo es -dijo ella, y Gregory no escuchó nada más que certeza en su voz-. Lo más seguro es que lo sea, Sr. Berbrooke.

Neville sonrió de oreja a oreja.

– Único. Me gusta eso. Único. -Sonrió nuevamente, probando la palabra en sus labios-. Único. Único. Uuuuuuu-niiiiiiiiii-coooooooooo.

Los cuatro continuaron su camino hacia el pueblo en un agradable silencio, puntuado por los ocasionales esfuerzos de Gregory de atraer a la Srta. Watson a una conversación. A veces tenía éxito, pero la mayoría de las veces, era Lady Lucinda quien terminaba charlando con él. Lo hacía, cuando no estaba tratando de instigar a la Srta. Watson a que participara en la conversación.

Y todo el tiempo Neville parloteó, charlando consigo mismo, en su mayoría sobre sus recién descubiertas singularidades.

Por fin, pudieron vislumbrar las casas de familia del pueblo. Neville declaró para sí mismo que estaba singularmente hambriento, y lo que sea que eso significaba, entonces Gregory guió al grupo al Venado Blanco, una posada local en la que ser servía comida sencilla, pero siempre muy deliciosa.

– Deberíamos hacer un picnic -sugirió Lady Lucinda-. ¿No sería maravilloso?

– Excelente idea -exclamó Neville, mirándola fijamente como si fuera una diosa. Gregory estaba un poco sorprendido por el fervor de su expresión, aunque Lady Lucinda parecía no darse cuenta.

– ¿Usted que opina, Srta. Watson? -preguntó Gregory. Pero la dama en cuestión estaba perdida en sus pensamientos, con los ojos desenfocados, como si permanecieran fijos en una pintura sobre la pared.

– ¿Srta. Watson? -repitió él, y entonces cuando logró llamar su atención finalmente, dijo-: ¿Le importaría que hiciéramos un picnic?

– Oh. Sí, eso sería estupendo. -Y volvió a mirar fijamente un punto en el espacio, con los labios perfectos curvados en una expresión nostálgica y casi anhelante.

– Excelente trabajo, Sr. Bridgerton -dijo Lady Lucinda-. ¿No estás de acuerdo, Hermione?

– Sí, por supuesto.

– Espere a que traiga el pastel -dijo Neville mientras mantenía la puerta abierta para que las señoras pasaran-. Siempre como pastel.

Gregory envolvió la mano de la Srta. Watson en la curva de su brazo antes de que ella pudiera escaparse.

– Pedí una selección de comidas -dijo él en voz queda-. Espero que algo de lo que pedí, sea de su agrado.

Ella levantó la mirada hacia él y pudo sentirlo de nuevo, el aire salió a chorros de su cuerpo y se perdió en sus ojos. Y sabía que ella lo sentía, también. ¿Cómo no podía notarlo, cuando él se sentía como si sus piernas no pudieran sostenerlo?

– Estoy segura que será estupenda -dijo ella.

– ¿Le gustan los dulces?

– Me encantan -admitió ella.

– Entonces está de suerte -dijo Gregory-. El Sr. Gladis ha prometido incluir un poco de pastel de grosella de su esposa, el cual es muy famoso en este distrito.

– ¿Pastel? -Neville se irguió visiblemente. Se volvió hacia Lady Lucinda-. ¿Ha dicho que nos van a servir pastel?

– Creo que sí -contestó ella.

Neville suspiró con placer.

– ¿Le gusta el pastel, Lady Lucinda?

La indirecta más desnuda de exasperación invadió sus rasgos cuando le preguntó: