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– ¿Qué clase de pastel, Sr. Berbrooke?

– Oh, cualquier pastel. Dulces, sabrosos, de frutas, de carne.

– Bueno… -se aclaró la garganta, volviendo su mirada alrededor como si las casas y los árboles, pudieran ofrecerle alguna guía-. Yo… ah… Supongo que me gustan la mayoría de los pasteles.

Y ese fue el minuto en el que Gregory estuvo bastante seguro de que Neville se había enamorado.

Pobre Lady Lucinda.

Caminaron a través de la vía principal hacia un campo herboso, y Gregory abrió las mantas, allanándolas en el suelo. Lady Lucinda, con lo inteligente que era, se sentó primero, y luego le hizo señas a Neville para que se sentara a su lado, y con eso garantizó que Gregory y la Srta. Watson estuvieran obligados a compartir el otro pedazo de tela.

Y entonces Gregory puso todo su empeño en conquistar su corazón.

Capítulo 4

En el cual nuestra heroína ofrece su consejo, nuestro héroe lo toma, y todos comen mucho pastel.

Él estaba haciéndolo todo mal.

Lucy miró sobre le hombro del Sr. Berbrooke, intentando no fruncir el ceño. El Sr. Bridgerton estaba haciendo un valiente esfuerzo por ganarse el favor de Hermione, y Lucy tenía que admitir que bajo circunstancias normales, con una mujer diferente, él seguramente habría tenido éxito. Lucy pensó en muchas de las muchachas que conocía de la escuela, cada una de ellas estaría completamente enamorada de él. Todas, de hecho.

Pero no Hermione.

Él se estaba esforzando mucho. Estaba siendo demasiado atento, demasiado concentrado… demasiado… demasiado… Bien, demasiado enamorado, bastante francamente, o por lo menos estaba demasiado encaprichado.

El Sr. Bridgerton era encantador, era guapo, y obviamente también muy inteligente, pero Hermione había visto todo eso antes. Lucy ni siquiera podía empezar a contar el número de caballeros que habían perseguido a su amiga de la misma manera. Algunos eran ingeniosos, otros serios. Le daban flores, poesías, dulces, incluso uno le había traído un cachorro (que al instante había sido rechazado por la madre de Hermione, quien le había informado al pobre caballero que el hábitat natural de los perros no incluía alfombras Aubusson, porcelanas de oriente, o a ella misma)

Pero al final, todos eran lo mismo. Eran concientes de cada palabra suya, la miraban fijamente como si fuera una diosa griega que hubiera bajado a la tierra, y todos caían los unos sobre otros en un esfuerzo de ofrecer los más ingeniosos y románticos cumplidos para derramarlos sobre sus hermosas orejas. Y nunca parecían notar lo poco originales que eran.

Si el Sr. Bridgerton verdaderamente deseaba conseguir el interés de Hermione, tenía que hacer algo diferente.

– ¿Más pastel de grosellas, Lady Lucinda? -preguntó el Sr. Berbrooke.

– Sí, por favor -murmuró Lucy, solo para mantenerlo ocupado en rebanar mientras ella reflexionaba lo que iba a hacer después. Realmente no quería que Hermione desperdiciara su vida con el Sr. Edmonds, y de verdad, el Sr. Bridgerton era perfecto. Es solo que necesitaba un poco de ayuda.

– ¡Oh, mire! -exclamó Lucy-. Hermione no tiene nada de pastel.

– ¿Nada de pastel? -jadeó el Sr. Berbrooke.

Lucy batió sus pestañas hacia él, no era una actitud con la que tuviera mucha práctica o habilidad.

– ¿Sería tan amable de servirle un poco?

Cuando el Sr. Berbrooke asintió, Lucy se puso de pies.

– Creo que voy a estirar las piernas -anunció ella-. Hay unas flores preciosas en el lado más apartado del campo. Sr. Bridgerton, ¿conoce algo sobre la flora local?

Él la miró, sorprendido por su pregunta.

– Un poco -pero no se movió.

Hermione estaba ocupada asegurándole al Sr. Berbrooke que adoraba el pastel de grosellas, entonces Lucy se aprovechó del momento, y señaló con la cabeza a las flores, dándole esa clase de mirada urgente al Sr. Bridgerton, que generalmente significaba: «Venga conmigo ahora».

Por un momento él parecía estar un poco confundido, pero se recuperó rápidamente y se incorporó.

– ¿Me permite hablarle un poco del paisaje, Lady Lucinda?

– Eso sería maravilloso -dijo ella, quizás con un toque demasiado entusiasta. Hermione la miraba fijamente con mucha sospecha. Pero Lucy sabía que no iba a ofrecerse a acompañarlos; eso animaría al Sr. Bridgerton a creer que ella deseaba su compañía.

Así que Hermione se quedaría con el Sr. Berbrooke y el pastel. Lucy se encogió de hombros. Era lo justo.

– Esa, creo, que es una margarita -dijo el Sr. Bridgerton, una vez habían cruzado el campo-. Y esa de hojas azules, realmente, no se como se llama.

– Delphinium -dijo Lucy animadamente-. Y sepa que no lo llamé para que hablara de flores.

– Tenía esa impresión.

Ella decidió ignorar su tono.

– Deseo darle un consejo.

– De verdad -pronunció él con lentitud. Pero no había sido una pregunta.

– De verdad.

– ¿Y cual puede ser su consejo?

Realmente no había forma de hacerlo sonar mejor de lo que era, por eso lo miró a los ojos y le dijo:

– Lo está haciendo todo mal.

– Perdón -dijo él rígidamente.

Lucy sofocó un gemido. Ahora había pinchado su orgullo, y él seguramente se pondría insufrible.

– Si desea conquistar a Hermione -dijo-, tiene que hacer algo diferente.

El Sr. Bridgerton la miró fijamente con una expresión que prácticamente rayaba en el desprecio.

– Soy capaz de hacerme cargo de mis propios cortejos.

– Estoy segura de que lo es… con otras damas. Pero Hermione es diferente.

Él permaneció en silencio, y Lucy sabía que había ganado un punto. Él también pensaba que Hermione era diferente, hacerlo comprender el resto no iba a ser tan difícil.

– Todos han hecho lo que usted hace -dijo Lucy, echando un vistazo hacia el picnic para asegurarse de que ni Hermione, ni el Sr. Berbrooke pudieran unírseles a ellos-. Todos.

– A un caballero le encanta ser comparado con la manada -murmuró el Sr. Bridgerton.

Lucy tenía un sinnúmero de respuesta para eso, pero las guardó en su mente, para ocuparse de la tarea que estaba llevando a cabo y dijo:

– Usted no puede actuar como ellos. Necesita apartarse.

– ¿Y como propone que yo haga eso?

Ella tomó aliento. A él no le iba a gustar su respuesta.

– Usted debería dejar de ser… tan devoto. No la trate como una princesa. De hecho, lo mejor sería que la dejara sola un par de días.

Su expresión se tornó desconfiada.

– ¿Y permitir que otro caballero se aproveche?

– De cualquier modo, lo harán -dijo ella en una voz confiada-. No hay nada que usted pueda hacer.

– Estupendo.

Lucy avanzó laboriosamente.

– Si usted se retira, Hermione tendrá curiosidad de conocer la razón.

El Sr. Bridgerton parecía dudoso, por eso ella continuó con:

– No se preocupe, ella sabrá que usted está interesado. Cielos, después de hoy, tendría que ser una idiota para no notarlo.

Él frunció el ceño ante eso, y la propia Lucy no podía creer que estuviera hablándole con tal franqueza a un hombre que apenas conocía, pero los momentos desesperados requerían medidas… o discursos desesperados.

– Lo sabrá, se lo prometo. Hermione es muy inteligente. Aunque nadie parece notarlo. La mayoría de los hombres no ven más allá de su rostro.

– Me gustaría conocer lo que piensa -dijo él suavemente.

Algo en su tono golpeó a Lucy directamente en su pecho. Levantó la mirada, se encontró con sus ojos, y tenía el extraño presentimiento de que estaba en otra parte, y él estaba en otra parte, y el mundo giraba alrededor de ellos.

Él no se parecía a los otros caballeros que ella conocía. No estaba segura por qué, con exactitud, solo que había algo más en él. Algo diferente. Algo que le hacía sentir un dolor, en lo más profundo de su pecho.