Y por un momento pensó que podía llorar.
Pero no lo hizo. Porque, en realidad, no podía. De cualquier modo, no era esa clase de mujer. No deseaba hacerlo. Y seguramente no quería llorar, cuando parecía no conocer la razón para hacerlo.
– ¿Lady Lucinda?
Había permanecido en silencio demasiado tiempo. Era muy extraño en ella, y:
– Ella no deseará permitirle a usted -dijo bruscamente-, conocer su mente, quiero decir. Pero usted puede… -se aclaró la garganta, pestañeó, recobró su concentración, y entonces puso los ojos firmemente sobre el pequeño lugar lleno de margaritas que chispeaban bajo el sol-. Usted puede convencerla de otra manera -continuó-. Estoy segura de que usted puede. Si es paciente. Y es auténtico.
Él no le dijo nada inmediatamente. No se escuchaba más que el sonido débil de la brisa. Y entonces, con voz queda, preguntó:
– ¿Por qué me está ayudando?
Lucy se volvió hacia él y se aseguró que en esa ocasión la tierra permaneciera firme bajo sus pies. Se sentía ella misma de nuevo, rápida, sin decir cosas sin sentido, y práctica con sus defectos. Y él simplemente era otro caballero en disputa por la mano de Hermione.
Todo era normal.
– Si no es usted, será el Sr. Edmonds -dijo ella.
– Entonces ese es su nombre -murmuró él.
– Es el secretario de su padre -le explicó-. No es un mal hombre, y no piense que él simplemente está detrás de su dinero, pero cualquier tonto podría darse cuenta que usted es un mejor partido.
El Sr. Bridgerton inclinó la cabeza a un lado.
– Por qué, me pregunto, ¿eso sonó como si hubiera llamado tonta a la Srta. Watson?
Lucy se volvió hacia él con los ojos acerados.
– Nunca cuestione mi devoción hacia Hermione. Yo no podría… -dirigió una mirada rápida hacia Hermione para asegurarse de que no estaba mirándola antes de bajar la voz y continuar-: Creo que no podría quererla más, aunque fuera mi hermana de sangre.
Para su crédito, el Sr. Bridgerton le ofreció una inclinación respetuosa y dijo:
– La he ofendido. Discúlpeme.
Lucy tragó saliva con incomodidad cuando reconoció sus palabras. Él parecía como si en realidad estuviera hablando en serio, lo cual la calmó enormemente.
– Hermione significa mucho para mí -dijo ella. Pensó en las vacaciones escolares que había pasado con la familia Watson, y en las solitarias visitas a su casa. Sus regresos nunca habían parecido coincidir con los de su hermano, y Fennsworth Abbey había sido un lugar frío y restrictivo, al tener solo a su tío como única compañía.
Robert Abernathy había cumplido siempre su deber con ellos, pero era más bien frío y restrictivo. La casa significaba, largos paseos solitarios, solitarias lecturas interminables, incluso comidas solitarias, ya que el tío Robert nunca había mostrado ningún interés en cenar con ella. Cuando él le había informado a Lucy que asistiría al establecimiento de la Señorita Moss, su impulso inicial fue poner sus brazos alrededor de él y decirle: Gracias, Gracias ¡Gracias!
Solo que nunca lo había abrazado antes, en ninguno de los años en los que había sido su tutor. Y además, se había sentado detrás de su escritorio, y había vuelto su atención a los papeles que estaban frente a él. Lucy había sido despedida.
Cuando llegó a la escuela, se sumergió en su nueva vida como estudiante. Y había adorado cada momento. Era tan maravilloso tener personas con quien hablar. Su hermano Robert se había marchado a Eton a los diez años, incluso antes de que su padre hubiera fallecido, y ella había estado vagando en los pasillos de la Abadía, por casi una década, sin siquiera tener a una oficiosa institutriz como compañía.
Le había caído bien a la gente de la escuela. Esa había sido la mejor parte de todo. En su casa no era más que alguien sin importancia, mientras que en la Escuela de la Srta. Moss para las Jóvenes Damas Excepcionales, las estudiantes habían buscado su compañía. Le hacían preguntas y de verdad se quedaban esperando para escuchar sus respuestas. Quizás Lucy no había sido la abeja reina de la escuela, pero había sentido que pertenecía a un lugar, y eso era lo que le importaba.
A ella y Hermione se les había asignado compartir un cuarto en su primer año en la escuela de la Srta. Moss, y su amistad había sido casi instantánea. Al anochecer de ese primer día, ambas habían sonreído y charlado como si se hubieran conocido de toda la vida.
Hermione la había hecho sentir… mejor, de algún modo. No era solo su amistad, era el conocimiento de su amistad. A Lucy le gustaba ser la mejor amiga de alguien. Le gustaba tener una, también, por supuesto, pero le agradaba saber que en todo el mundo, había alguien a quien prefería por encima de los demás. La hacía sentir segura.
Cómoda.
En realidad, era un sentimiento parecido al que había mencionado el Sr. Bridgerton cuando había hablado sobre su familia.
Sabía que podía contar con Hermione. Y Hermione sabía que podía contar con ella. Y no conocía a otra persona en el mundo, de la que pudiera decir lo mismo. Su hermano, quizás. Richard siempre vendría en su ayuda si lo necesitaba, pero se veían en muy pocas ocasiones en esos días. Era una lástima, realmente. Habían sido muy cercanos en su niñez. Además en Fennsworth Abbey, raramente había alguien distinto con quien jugar, por eso no les había quedado otra opción que permanecer unidos. Afortunadamente, se llevaban bien, la mayor parte del tiempo.
Forzó a su mente de vuelta al presente y miró al Sr. Bridgerton. Estaba bastante quieto, la miraba con una expresión de educada curiosidad, y Lucy tenía el extraño presentimiento de que si le decía todo -sobre Hermione, Richard y Fennsworth Abbey, y lo maravilloso que había sido ir a la escuela…
La habría entendido. Era imposible que no lo hiciera, viniendo de una enorme y famosa familia unida. Posiblemente él no sabía lo que era estar solo, para tener algo que decir que nadie más podía decirlo. Pero de alguna manera -lo veía en sus ojos, que ahora estaban repentinamente más verdes de lo que había notado, y tan concentrados en su rostro…
Tragó saliva. Por el amor de Dios, ¿Qué le estaba sucediendo, que ni siquiera lograba terminar sus propios pensamientos?
– Solo deseo que Hermione sea feliz -logró decir ella-. Espero que usted pueda comprenderlo.
Él asintió con la cabeza, y volvió la mirada hacia el picnic.
– ¿Podemos reunirnos con los demás? -preguntó. Sonriendo con tristeza-. Creo que el Sr. Berbrooke le ha dado de comer tres pedazos de pastel a la Srta. Watson.
Lucy sentía como la risa burbujeaba en su interior.
– Oh Dios.
Su tono era encantadoramente dulce cuando dijo:
– Por el bien de su salud, si no hay nada más que decir, debemos regresar.
– ¿Pensará en lo que le comenté? -preguntó Lucy, permitiendo que él pusiera la mano en su brazo.
Él asintió con la cabeza.
– Lo haré.
Se sintió apretándolo un poco más fuerte.
– Tengo razón en esto. Le prometo que la tengo. Nadie conoce a Hermione mejor que yo. Y nadie más ha visto a todos esos caballeros tratando -y fallando- de ganar su corazón.
Él se volvió, y clavó los ojos en los suyos. Por un momento permanecieron completamente quietos, y Lucy comprendió que él estaba evaluándola, midiéndola de una manera que debería haberla incomodado.
Pero no lo había hecho. Y eso había sido algo muy extraño. La miraba fijamente como si pudiera ver su alma, y no se sentía ni siquiera un poco incómoda. De hecho, se sentía extrañamente… bien.
– Me honraría el aceptar su consejo con relación a la Srta. Watson -dijo él, volviéndose para que ellos pudieran regresar hacia el lugar del picnic-. Y le agradezco que me haya ofrecido su ayuda para lograr conquistarla.