– Se lo a… agradezco -tartamudeó Lucy, porque en realidad, ¿no había sido esa su intención?
Pero entonces comprendió que ya no se sentía tan bien.
Gregory siguió el consejo de Lady Lucinda al pie de la letra. Esa noche, no se acercó a la Srta. Watson en el salón de reuniones donde todos los invitados se habían congregado antes de la cena. Cuando se dirigieron al comedor, no hizo ningún esfuerzo por interferir con el orden social y no había cambiado su asiento para poder sentarse al lado de ella. Y una vez que los caballeros habían regresado de su área y se habían unido a las damas en el conservatorio para un recital de piano, tomó asiento en la parte de atrás, aunque ella y Lady Lucinda estaban sentadas bastante solitarias, y habría sido muy fácil -incluso, esperado- para él, detenerse y murmurar sus saludos cuando pasara a su lado.
Pero no, se había comprometido con su posible esquema malaconsejado, y se había quedado en la parte trasera del cuarto. Observó como la Señorita Watson se encontraba sentada tres filas adelante, y luego se sentó en su silla, permitiéndose finalmente la indulgencia de mirar su nuca.
Lo cual había sido un pasatiempo perfectamente pleno, si no fuera completamente incapaz de pensar en algo diferente a su absoluta falta de interés. En él.
Verdaderamente, podían crecerle dos cabezas y una cola y él no hubiera recibido nada más que una educada media sonrisa, que ella parecía ofrecerle a todo el mundo. Si acaso.
Esa no era la clase de reacción que Gregory estaba acostumbrado a recibir de las mujeres. No esperaba la adulación universal, pero en realidad, cuando hacía un esfuerzo, normalmente conseguía buenos resultados.
Realmente, esto era condenadamente irritante.
Y cuando miró a las dos mujeres, deseando que se volvieran, que se revolvieran, o hicieran algo que le indicara que estaban conscientes de su presencia. Finalmente, después de tres conciertos y una fuga, Lady Lucinda se revolvió lentamente en su asiento.
Podía imaginar lo que estaba pensando con facilidad.
Lentamente, lentamente, actúa como si estuvieras mirando la puerta para ver si alguien ha entrado. Solo observa ligeramente al Sr. Bridgerton…
Él levantó su vaso para saludarla.
Ella jadeó, o por lo menos él esperaba que lo hubiera hecho, y se dio la vuelta rápidamente.
Sonrió. Probablemente no debería disfrutar de su sufrimiento, pero de verdad, era de lejos el único momento brillante de toda la noche.
En cuanto a la Señorita Watson -si ella podía sentir el calor de su mirada, no daba ninguna indicación. A Gregory le hubiera gustado pensar que ella estaba ignorándolo cuidadosamente, lo que por lo menos le habría indicado alguna clase de conciencia. Pero cuando observó su mirada vagaba alrededor del cuarto, inclinando la cabeza de vez en cuando para susurrarle algo en el oído de Lady Lucinda, se puso dolorosamente claro, que ella no estaba ignorándolo en absoluto. Eso podría implicar que había notado su presencia.
Lo cual, obviamente no había hecho.
Gregory sentía sus mandíbulas apretadas. Si bien, no dudaba de las buenas intenciones detrás del consejo de Lady Lucinda, este había sido evidentemente terrible. Y con solo cinco días que iba a durar la fiesta de la casa, había perdido un tiempo valioso.
– Luces aburrido.
Se volvió. Su cuñada se había deslizado en el asiento que estaba a su lado y estaba hablando en voz baja para no interferir con la presentación.
– Ese es un verdadero golpe para mi reputación como anfitriona -agregó ella secamente.
– No lo estoy -murmuró él-. Eres espléndida como siempre.
Kate se volvió hacia delante y se quedó callada un momento antes de decir:
– Ella es muy bonita.
Gregory no se molestó en pretender, que no sabía de quien estaba hablando. Kate era demasiado inteligente para eso. Pero eso no significaba que tenía que animar su conversación.
– Lo es -dijo él simplemente, manteniendo los ojos hacia el frente.
– Mi sospecha -dijo Kate-. Es que su corazón está comprometido con alguien más. Ella no ha animado ninguna de las atenciones de los caballeros, y todos ellos ciertamente lo han intentado.
Gregory sentía como se tensaba su mandíbula.
– He escuchado -continuó Kate, seguramente consciente de que estaba siendo un fastidio, aunque eso no parecía detenerla-, que se ha comportado de ese modo en toda la primavera. La muchacha no da ninguna indicación de querer casarse.
– Se cree enamorada del secretario de su padre -dijo Gregory. Porque, en realidad, ¿Qué iba a ganar con mantener el secreto? Kate encontraría la manera de averiguarlo todo. Y quizás ella podría servirle de ayuda.
– ¿En serio? -su voz sonó demasiado fuerte, y tuvo que murmurarle algunas disculpas a sus invitados-. ¿En serio? -dijo otra vez, con voz queda-. ¿Cómo lo sabes?
Gregory abrió la boca para contestarle, pero Kate contestó su propia pregunta.
– Ah, claro -dijo-. Fue Lady Lucinda. Ella debe saberlo todo.
– Todo -confirmó Gregory secamente.
Kate ponderó esa información un rato, y entonces declaró lo obvio.
– Sus padres no deben estar felices por eso.
– No sé si ellos lo saben.
– Oh Dios. -Kate parecía impresionada por ese pequeño chisme, por eso Gregory se volvió para mirarla. Efectivamente lo estaba, sus ojos estaban muy abiertos y brillaban.
– Trata de comportarte -dijo él.
– Pero eso es lo más excitante que he tenido en toda la primavera.
La miró directamente a los ojos.
– Necesitas encontrar una afición.
– Oh, Gregory -dijo ella, dándole un ligero codazo-. No permitas que el amor te vuelva materialista. Eres muy divertido para eso. Sus padres nunca le permitirán casarse con el secretario, y ella no tiene escapatoria. Solo debes esperarla.
Él soltó una irritada exhalación.
Kate lo palmeó para confortarlo.
– Lo sé, lo sé; deseas arreglarlo todo de una vez. Tu clase nunca tiene paciencia.
– ¿Mi clase?
Le dio un golpecito en la mano, lo que consideró claramente como una respuesta.
– De verdad, Gregory -dijo-. Esto es por tu bien.
– ¿Qué ella esté enamorada de alguien más?
– Deja de ser tan dramático. Lo que quiero decir, es que te dará tiempo para aclarar tus sentimientos por ella.
Gregory pensó en como se sentía golpeado en el estómago, cada vez que la miraba. Buen Dios, especialmente a su nuca, aunque sonara raro. No podía imaginar que necesitaba tiempo. Esto era todo lo que había imaginado que podía ser el amor. Enorme, súbito, y absolutamente estimulante.
Y de algún modo, aplastante al mismo tiempo.
– Me sorprendí cuando no me pediste que te sentara a su lado en la cena -murmuró Kate.
Gregory observó la parte de atrás de la cabeza de Lady Lucinda.
– Puedo arreglarlo para mañana, si lo deseas -le ofreció Kate.
– Hazlo.
Kate asintió.
– Sí, yo… Oh, aquí estamos. La música ha llegado a su fin. Presta atención ahora, y mostremos nuestra cortesía.
Se puso de pie para aplaudir, al igual que ella.
– ¿Alguna vez no has charlado todo el tiempo durante un recital de música? -preguntó él, manteniendo su mirada hacia el frente.
– Tengo una curiosa aversión por ellos -dijo ella. Pero entonces, sus labios se curvaron en una perversa sonrisita-. Y una nostálgica clase de cariño, también.
– ¿De verdad? -ahora estaba interesado.
– No digo mentiras, por supuesto -murmuró ella, tratando de no mirarlo-. Pero en realidad, ¿alguna vez me has visto asistiendo a la ópera?
Gregory levantó las cejas. Claramente había una cantante de ópera en alguna parte del pasado de su hermano. Y de todos modos, ¿Dónde estaba su hermano? Anthony parecía haber desarrollado un notable talento para evitar la mayoría de las funciones sociales de la fiesta de la casa. Gregory solo lo había visto dos veces después de su entrevista, la noche en que había llegado.