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– ¿Y donde está el deslumbrante Lord Bridgerton? -preguntó.

– Oh, en alguna parte. No lo sé. Nos encontramos al final del día que es todo lo que importa. -Kate se volvió hacia él con una sonrisa notablemente serena. Molestamente serena-. Debo mezclarme con los demás -dijo, sonriéndole como si no le importara nada en el mundo-. Que la pases bien -dijo y luego se marchó.

Gregory lo dudaba, conversando cortésmente con algunos invitados, mientras miraba furtivamente a la Srta. Watson. Ella estaba charlando con dos caballeros jóvenes -ambos, eran dos tontos fastidiosos- mientras Lady Lucinda permanecía educadamente a su lado. Y si bien la Srta. Watson no parecía estar coqueteando con ellos, era cierto que les estaba prestando más atención que la que él había recibido en toda la noche.

Y allí estaba Lady Lucinda, sonriendo hermosamente, ocupándose de todo.

Gregory estrechó los ojos. ¿Acaso ella lo había traicionado? No parecía ser de ese tipo de mujer. Pero entonces recordó, que solo la conocía hace veinticuatro horas. ¿Qué tanto la conocía en realidad? Quizás ella tenía una segunda intención. Y podría ser una excelente actriz, con oscuros y misteriosos secretos yaciendo debajo de su superficie…

Oh, pero que estaba pensando. Se estaba volviendo loco. Apostaría hasta su último penique en que Lady Lucinda no mentiría ni siquiera para salvar su vida. Ella era clara y abierta, y no era definitivamente misteriosa. Lo había hecho con buenas intenciones, estaba seguro de eso.

Pero su consejo había sido terrible.

Captó su mirada. Una débil expresión de disculpa parecía revolotear por su rostro, y pensó que ella podía haberse encogido de hombros.

¿Encogido de hombros? ¿Qué demonios significaba eso?

Dio un paso adelante.

Entonces se detuvo.

Luego pensó en dar otro paso.

No.

Sí.

No.

¿Quizás?

Maldición. No sabía que hacer. Era una sensación singularmente desagradable.

Volvió su mirada hacia Lady Lucinda, asegurándose de que su expresión no fuera de dulzura y luminosa. En realidad, todo había sido culpa de ella.

Pero claro, ahora no estaba mirándolo.

No cambió su mirada.

Ella se volvió. Abrió los ojos como platos, ojalá con alarma.

Bueno, ahora estaban llegando a alguna parte. Si no pudiera sentir la bendición de la mirada de la Srta. Watson, entonces por lo menos, podría hacer que Lady Lucinda sintiera su propia miseria.

En verdad, había momentos que no requerían madurez y tacto.

Permaneció en el extremo del cuarto, empezando a disfrutarlo finalmente. Había algo perversamente entretenido en imaginar a Lady Lucinda como una pequeña liebre indefensa, sin estar segura de donde o cuando podría encontrar su final intempestivo.

Era claro, que Gregory no podía asignarse nunca el papel de cazador. Su pésima puntería le garantizaba que no podría dispararle a nada que se moviera, y era algo condenadamente bueno, que él no fuera responsable de buscar su propia comida.

Pero podía imaginarse como un zorro.

Sonrió, era su primera sonrisa de la noche.

Y entonces supo que los destinos estaban de su lado, porque vio a Lady Lucinda disculpándose y saliendo por la puerta del conservatorio, probablemente para ocuparse de sus necesidades. Como Gregory estaba solo en la esquina trasera, nadie notó cuando salió del cuarto por la otra puerta.

Y cuando Lady Lucinda pasó por la puerta de la biblioteca, él pudo darle un tirón sin hacer ningún ruido.

Capítulo 5

En el que nuestro héroe y heroína tienen la más intrigante de las conversaciones.

En un momento Lucy estaba caminando por el corredor, arrugando la nariz pensativamente, al intentar recordar la ubicación del lavabo más cercano, y en el siguiente había sido tirada rápidamente a través del aire, solo para chocarse contra un inconfundiblemente enorme, inconfundiblemente caluroso, e inconfundible cuerpo humano.

– No grite -dijo una voz. Una que ella conocía.

– ¿Sr. Bridgerton? -Cielo santo, esto parecía tan raro en él. Lucy no sabía si debía estar asustada.

– Tenemos que hablar -dijo él, soltándole el brazo. Pero cerró la puerta con seguro y se guardó la llave en el bolsillo.

– ¿Ahora? -preguntó Lucy. Ajustó los ojos en la tenue luz del cuarto y comprendió que estaban en la biblioteca-. ¿Aquí? -y entonces una pregunta más pertinente se le ocurrió-. ¿Solos?

Él frunció el ceño.

– No voy a seducirla, si eso es lo que le preocupa.

Ella sentía su mandíbula apretada. No había pensado que él lo haría, pero no era necesario que reafirmara su honorable comportamiento como si fuera un insulto.

– Bien, ¿de qué tenemos que hablar? -le exigió-. Si alguien me encuentra aquí en su compañía, me arruinará. Estoy prácticamente comprometida, lo sabe.

– Lo sé -dijo él. En esa clase de tono. Como si le hubiera dicho algo extremadamente irritante, cuando ella sabía de hecho, que no lo había mencionado más de una vez. O quizás dos veces.

– Bueno, lo estoy -refunfuñó ella, sabiendo que podría pensar en una perfecta réplica mordaz dos horas después.

– ¿Qué -le exigió él-, está sucediendo?

– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó ella, aunque sabía muy bien a qué se estaba refiriendo.

– Con la Srta. Watson -ladró él.

– ¿Hermione? -Como si existiera otra Srta. Watson. Pero eso le daría un poco más de tiempo.

– Su consejo -dijo él, con los ojos clavados en los suyos-. Fue desastroso.

Tenía razón, por supuesto, pero había esperado que él no lo hubiera notado.

– Bien -dijo ella, mirándolo cautelosamente mientras se cruzaba de brazos. Ese no era el mejor de los gestos, pero tenía que admitir que lo había hecho muy bien. Había escuchado que su reputación era jovial y divertida, ninguna de las cuales estaba actualmente en evidencia, pero, bueno, tampoco estaba furioso ni nada parecido. Supuso que uno no necesitaba ser una mujer para sentirse un poco fracasado ante la perspectiva de un amor no correspondido.

Y cuando miró con vacilación su hermoso rostro, se le ocurrió que él probablemente no tenía ninguna experiencia con el amor no correspondido. En realidad, ¿Quién le diría no a ese caballero?

Aparte de Hermione. Pero ella le decía no a todo el mundo. Él no debería tomárselo personalmente.

– ¿Lady Lucinda? -dijo lentamente, esperando su respuesta.

– Claro -dijo dudosamente, deseando que él no se viera tan grande en el cuarto cerrado-. Bien. Bien.

Él alzó una ceja.

– Bien.

Ella tragó saliva. Su tono era de una indulgencia vagamente paternal, como si lo estuviera divirtiendo ligeramente, pero no lo suficiente para ser notado. Conocía ese tono muy bien. Era el que solían usar los hermanos mayores, con las hermanas menores. Y con las amigas que traían a la casa para pasar las vacaciones escolares.

Odiaba ese tono.

Pero no obstante dejó de pensar en eso y dijo:

– Sé que mi plan no ha resultado tan efectivo, pero sinceramente, no creo que pudiera hacer algo diferente para lograr un resultado positivo.

Eso no parecía ser lo que él deseaba escuchar. Se aclaró la garganta. Dos veces. Y continuó:

– Lo siento muchísimo -agregó, porque se sentía muy mal, y sabía por experiencia que las disculpas funcionaban cuando no tenía nada más que decir-. Pero realmente creí que…

– Ya me lo dijo -la interrumpió-. Que si ignoraba a la Srta. Watson…