– ¡Yo no le dije que la ignorara!
– Claro que lo hizo.
– No. No, no lo hice. Solo le dije que se apartara un poco. Para tratar de no ser demasiado obvio en su cortejo.
Eso no había sido muy conciso, pero en realidad, Lucy no podría molestarse.
– Muy bien -contestó él y su tono pasó de un ligero a un supremo tono de hermano-mayor-con-sincera-condescendencia-. Si eso no significaba que debía ignorarla, ¿podría decirme exactamente que se supone que debía haber hecho?
– Bueno… -se rascó la nuca, sintiéndose como si de repente hubiera emergido de la más horrorosa de las colmenas. O quizás solo eran los nervios. Casi preferiría a las colmenas. No le gustaba esa sensación de nauseas creciendo en su estómago, mientras intentaba pensar en algo razonable que decir.
– De todas maneras, lo hecho, hecho está -dijo él.
– No lo creo -soltó ella-. No tengo océanos de experiencia en esta clase de cosas.
– Oh, y ahora es cuando va a decírmelo.
– Bueno, valía la pena probar -ladró-. Solo Dios sabe, que usted no lo iba a lograr por sí mismo.
Su boca se apretó en una línea, y ella se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción, por haber tenido el valor de decírselo. No era normalmente una persona maliciosa, pero la ocasión parecía requerir un poco de auto felicitación.
– Muy bien -dijo él, y si bien, había preferido que él se disculpara y dijera -explícitamente- lo que había hecho bien, y lo que había hecho mal, ya que suponía que en algunos círculos, «Muy bien», podría ser un reconocimiento de error.
Y a juzgar por su cara, era más probable que eso era lo que ella iba a recibir.
Asintió suntuosamente. Parecía que era lo mejor que podía hacer. Si actuaba como una reina quizás podría ser tratada como una.
– ¿Tiene otra idea brillante?
O no.
– Bueno -dijo ella, simulando que él realmente había sonado como si le importara su respuesta-. No creo que deba preguntarme que hacer, sino la razón del por qué lo que usted hizo no funcionó.
Él pestañeó.
– Nunca nadie se ha rendido con Hermione -dijo Lucy con un toque de impaciencia. Odiaba cuando las personas no entendían inmediatamente lo que había querido decir-. Su desinterés solo les hacer redoblar sus esfuerzos. En realidad, eso es vergonzoso.
Él parecía un poco insultado.
– ¿Discúlpeme?
– No estoy hablando de usted -dijo Lucy rápidamente.
– Mi alivio es muy obvio.
Lucy debió haberse ofendido por su sarcasmo, pero su sentido del humor era tal, que no podía evitar disfrutarlo.
– Como le estaba diciendo -continuó ella, porque siempre le había gustado no desviarse del tema-, nunca nadie parecer admitir su derrota y se dirigen hacia otra dama más asequible. Una vez que comprenden que alguien más la quiere a ella, parecen enfadarse. Es como si ella no fuera más que un premio que debe ser ganado.
– No para mí -dijo él en voz queda.
Lo miró a la cara, y comprendió instantáneamente que lo que él quería decir, era que Hermione era mucho más que un premio. La quería. La quería de verdad. Lucy no estaba segura del por qué, o incluso como, ya que él apenas si conocía a su amiga. Y Hermione no había sido muy comunicativa en sus conversaciones, ni siquiera cuando estaba con los caballeros que la perseguían. Pero el Sr. Bridgerton quería a la mujer que había en su interior, no solo a su perfecto rostro. O por lo menos, él creía que lo hacía.
Asintió lentamente, absorbiendo ese nuevo conocimiento.
– Pensé que quizás si alguien dejaba de rondarla, ella podría sentirse intrigada. Y no es -se apresuró en asegurárselo-, que Hermione vea todas esas atenciones de los caballeros hacia ella como si se lo mereciera. Realmente, es todo lo contrario. Para ser honestos, en su mayoría es una molestia.
– Sus cumplidos me abruman. -Pero él estaba sonriendo -solo un poco- cuando lo dijo.
– Nunca he tenido mucha experiencia con los cumplidos -admitió ella.
– Aparentemente no.
Ella sonrió socarronamente. Él no había querido insultarla con sus palabras, y no iba a tomarlas como tal.
– Ella volverá en sí.
– ¿Lo cree?
– Claro. Tendrá que hacerlo. Hermione es una romántica, pero entiende como funciona el mundo. En su interior sabe que no puede casarse con el Sr. Edmonds. Simplemente no puede hacerlo. Sus padres la repudiarán, o en el menor de los casos la amenazarán, y ella no es de las que se arriesgarían a algo así.
– Si ella realmente amara a alguien -dijo él suavemente-. Se arriesgaría a todo.
Lucy se heló. Había algo en su voz. Algo rudo, algo poderoso. Un escalofrío recorrió su piel, poniéndole la carne de gallina, dejándola extrañamente incapaz de moverse.
Tenía que preguntarle. Tenía que hacerlo. Tenía que saber.
– ¿Usted lo haría? -susurró ella-. ¿Lo arriesgaría todo?
Él no se movió, pero sus ojos ardían. Y no dudó cuado dijo:
– Todo.
Sus labios se apartaron. ¿Con sorpresa? ¿Temor? ¿Algo más?
– ¿Lo haría usted? -repuso él.
– Yo… no estoy segura. -Agitó la cabeza, y tenía el extraño presentimiento de que realmente no se conocía así misma. Porque esa debía haber sido una pregunta fácil. Lo habría sido, hace unos días. Le podría haber dicho que por supuesto que no, y le podría haber dicho que ella era demasiado práctica para algo tan tonto.
Y en general, le habría dicho que esa clase de amor no existía, de cualquier modo.
Pero algo había cambiado, y no sabía qué. Algo había cambiado en su interior, dejándola desequilibrada.
Insegura.
– No lo sé -dijo ella otra vez-. Supongo que eso depende.
– ¿De qué? -Y su voz se suavizó incluso un poco más. Era increíblemente suave, pero aún así, ella podía entender cada palabra.
– De… -no lo sabía. ¿Cómo podía saber de que dependería? Se sentía perdida, y hundida, y… y… y las palabras apenas si salieron. Se resbalaron suavemente de sus labios-. Del amor, supongo.
– Del amor.
– Sí. -Cielo santo, ¿Cuándo había tenido una conversación como esta? ¿Las personas realmente hablaban de esas cosas? ¿Y acaso había alguna respuesta?
Algo se atoró en su garganta, y Lucy se sintió repentinamente demasiado sola en su ignorancia. Él sabía, Hermione sabía, y los poetas hablaban sobre ello también. Ella parecía ser la única alma perdida, la única persona que no entendía lo que era el amor, quién ni siquiera estaba segura que existía, o si incluso, existía para ella.
– De cómo se siente -dijo ella finalmente, porque no sabía que más podía decir-. De cómo se siente el amor. En lo que se siente.
Sus ojos se clavaron en los suyos.
– ¿Cree que hay alguna diferencia?
Ella no había esperado otra pregunta. Todavía estaba devanando la última.
– Como se siente el amor -clarificó él-. ¿Usted cree que posiblemente podría ser diferente para cada persona? ¿Si usted ama a alguien, verdadera y profundamente, no lo sentiría como… si lo fuera todo?
No sabía que decirle.
Él se volvió y avanzó unos pasos hacia la ventana.
– La consumiría -dijo-. ¿Cómo no podría hacerlo?
Lucy solo miraba su espalda, hipnotizada por la forma en que su chaqueta exquisitamente cortada, se extendía en sus hombros. Era la cosa más extraña, pero parecía no poder apartar su mirada del pequeño punto en donde su cabello tocaba su cuello.
Casi saltó cuando él se dio la vuelta.
– No habría ninguna duda -dijo él, su voz era baja con la intensidad de un verdadero creyente-. Usted simplemente lo sabría. Sentiría como si fuera todo lo que había soñado en la vida, y luego sentiría que incluso ese sentimiento lo supera.