Se preguntó que pasaría si la besaba.
Se apartó, sintiéndose de repente, abrumadoramente mal.
– Debemos regresar -dijo él abruptamente.
Un parpadeo de dolor pasó por sus ojos. Maldición. No había querido sonar como si estuviera deseoso de librarse de ella. Nada de eso era su culpa. Solo estaba cansado. Y frustrado. Y ella estaba allí. Y la noche era oscura. Y estaban solos.
Y eso no había sido deseo. No podría haber sido deseo. Había esperado toda su vida por reaccionar ante una mujer, de la forma en que lo había hecho con Hermione Watson. Posiblemente no podía sentir deseo por otra mujer después de eso. Ni por Lady Lucinda, ni por nadie
Eso no era nada. Ella era nada.
No, eso no era justo. Ella era algo. En realidad, muy importante. Pero no para él.
Capítulo 6
En el que nuestro héroe logra progresar.
Dios santo, ¿Qué era lo que había dicho?
Ese único pensamiento rondó por la mente de Lucy mientras yacía en la cama esa noche, demasiado horrorizada incluso para dar vueltas. Yació sobre su espalda, mirando fijamente el techo, absolutamente quieta, absolutamente mortificada.
A la mañana siguiente, cuando se miró en el espejo, suspirando al ver el cansado color lavanda debajo de sus ojos, allí estaba de nuevo…
Oh, Sr. Bridgerton, usted es mucho mejor que el resto.
Y cada vez que lo revivía, la voz en su memoria crecía un poco más, más irritante, hasta que se convirtió en una de esas horribles criaturas -las muchachas que temblaban y se desmayaban cada vez que algún hermano mayor venía de visita a la escuela.
– Lucy Abernathy -murmuró entre dientes-. Eres una vaca tonta.
– ¿Has dicho algo? -Hermione alzó la mirada hacia ella, desde su ubicación cercana a la cama. Lucy ya tenía en su mano el pomo de la puerta, lista para irse a desayunar.
– Solo estoy haciendo sumas en mi cabeza -mintió Lucy.
Hermione regresó a ponerse los zapatos.
– Por el amor de Dios, ¿por qué? -dijo, principalmente para sí misma.
Lucy se encogió de hombros, aunque Hermione no estaba mirándola. Siempre decía que estaba haciendo sumas en su cabeza cuando Hermione la sorprendía hablando sola. No tenía ni idea del por qué Hermione le creía; Lucy detestaba las sumas, casi tanto como odiaba las fracciones y las tablas. Pero parecía la clase de cosas que podía hacer, tan práctica como era, y Hermione nunca se lo había cuestionado.
De vez en cuando Lucy mascullaba un número, solo para hacer a su actuación más auténtica.
– ¿Lista para bajar? -preguntó Lucy, mientras le daba la vuelta al pomo. Y no es que ella lo estuviera. La última cosa que deseaba era ver, bien, a nadie. Al Sr. Bridgerton en particular, por supuesto, pero el pensamiento de enfrentar al mundo en general, era simplemente horrible.
Pero tenía hambre, y tenía que mostrarse en el futuro, y no veía por qué su miseria debía revolcarse en un estómago vacío.
Mientras caminaban para ir a desayunar, Hermione la miró con curiosidad.
– ¿Estás bien, Lucy? -le preguntó-. Luces un poco extraña.
Lucy luchó contra el impulso de sonreír. Ella era extraña. Era una idiota, y probablemente no debería andar suelta en público.
Buen Dios, ¿realmente le había dicho a Gregory Bridgerton que era mejor que el resto?
Quería morirse. O por lo menos, esconderse debajo de la cama.
Pero no, no podía lograr fingir enfermedad y ni siquiera era una buena mentirosa. Ni siquiera se le había ocurrido intentarlo. Era tan ridículamente normal y rutinaria, que se había levantado, y estaba lista para ir a desayunar antes de poder tener un simple pensamiento coherente.
Aparte de ponderar su aparente locura, por supuesto. Por eso no se había concentrado en el problema.
– Bueno, te vez muy bien, de todos modos -dijo Hermione cuando llegaron a la cima de las escaleras-. Me agrada tu elección de una cinta verde con ese vestido azul. No había pensado en eso, pero eres muy inteligente. Y se ve tan preciosa con tus ojos.
Lucy bajó la mirada hacia su ropa. No recordaba haberse vestido. Era un milagro que no luciera como si se hubiera escapado de un circo gitano.
Aunque…
Soltó un pequeño suspiro. Escaparse con los gitanos sonaba muy atractivo, incluso práctico, ya que estaba bastante segura de que nunca debería mostrar su cara de nuevo frente a la sociedad educada. Claramente había perdido un extremadamente importante vaso conector entre su cerebro y su boca, y solo el cielo sabía lo siguiente que podría salir de sus labios.
¡Dios mío! También le podría haber dicho a Gregory Bridgerton que lo creía un dios.
Lo cual no hacía. En absoluto. Simplemente pensaba en él, como en una pareja bastante buena para Hermione. Y ella se lo había dicho a él. ¿No es cierto?
¿Qué le había dicho? Exactamente, ¿qué le había dicho?
– ¿Lucy?
Le había dicho que era… le había dicho que era…
Se detuvo, consternada.
Queridísimo Dios. Él iba a pensar que ella lo quería.
Hermione siguió caminando antes de comprender que Lucy ya no estaba caminando a su lado.
– ¿Lucy?
– Sabes -dijo Lucy, en una voz un poco chillona-, creo que no tengo hambre después de todo.
Hermione la miró con incredulidad.
– ¿En el desayuno?
Eso era muy poco probable. Lucy siempre comía en el desayuno como un marinero.
– Yo… ah… creo que algo no me cayó bien anoche. Quizás fue el salmón. -Se puso una mano sobre el estómago para agregarle más efecto-. Creo que debo acostarme.
Y nunca levantarse.
– Te ves un poco verde -dijo Hermione.
Lucy sonrió débilmente, tomando la decisión consciente de estar agradecida por los pequeños favores.
– ¿Quieres que te traiga algo? -preguntó Hermione.
– Sí -dijo Lucy con fervor, esperando que Hermione no hubiera escuchado el ruido de su estómago.
– Oh, pero no debo hacerlo -dijo Hermione, poniéndose un dedo pensativo en los labios-. Probablemente no deberías comer si te sientes enferma del estómago. La última cosa que necesitas es vomitarlo todo después.
– No estoy enferma del estómago, exactamente -improvisó Lucy.
– ¿No?
– Es… ah… muy difícil de explicarlo, de verdad. Yo… -Lucy se combó contra la pared. ¿Quién sabía si ella en su interior era una buena actriz?
Hermione se apresuró a su lado, mostrando un ceño de preocupación en su frente.
– Oh querida -dijo, apoyando a Lucy con un brazo alrededor de su espalda-. Te ves horrible.
Lucy pestañeó. Quizás si estaba enferma. Mucho mejor. Eso la mantendría recluida durante días.
– Voy a regresarte a la cama -dijo Hermione, su tono no toleraba ninguna discusión-. Y luego llamaré a Mamá. Ella sabrá que hacer.
Lucy asintió aliviada. El remedio de Lady Watson para cualquier clase de dolencia eran el chocolate y los bizcochos. Poco ortodoxo, eso era seguro, pero como era lo que la madre de Hermione elegía siempre que ella decía que estaba enferma, no podía negárselo a nadie más.
Hermione la guió de regreso a su alcoba, incluso llegó al punto de quitarle las zapatillas antes de que se recostara en la cama.
– Si no te conociera tan bien -dijo Hermione, echando las zapatillas descuidadamente en el armario-, pensaría que estás fingiendo.
– Nunca lo haría.
– Oh, claro que lo harías -dijo Hermione-. Estoy completamente segura. Pero nunca lo llevarías a cabo. Eres demasiado tradicional.
¿Tradicional? ¿Eso que tenía que ver?