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Bajó la mirada hacia su bacalao.

– ¿Ahora?

– No, anoche.

– Creo que sí. Normalmente como de todo.

Sus labios se fruncieron por un momento, y murmuró:

– Yo también comí.

Gregory esperó una explicación más extensa, pero ella no parecía querer ofrecerle ninguna. Por eso permaneció de pie, mientras ella colocaba suavemente delicadas porciones de huevos y jamón en su plato. Entonces, después de un momento de deliberación…

¿Realmente tengo hambre? Porque entre más comida ponga en mi plato, más tiempo tardaré en consumirla. Aquí. En el salón del desayuno. Con él.

…Ella tomó un pedazo de tostada.

Hmmm. Sí, tengo hambre.

Gregory esperó hasta que ella tomó asiento frente a él, y se sentó. La Srta. Watson le ofreció una pequeña sonrisa -era tan pequeña que realmente no había sido nada más que un fruncimiento de labios- y procedió a comer sus huevos.

– ¿Durmió bien? -preguntó Gregory.

Ella se limpió la boca con la servilleta.

– Muy bien, gracias.

– Yo no -anunció él. Demonios, si la conversación educada no funcionaba para atraerla, quizás debía optar por algo sorprendente.

Lo miró.

– Lo siento mucho. -Y entonces bajó la cabeza de nuevo. Y comió.

– Tuve un sueño horrible -dijo él-. Una pesadilla, en realidad. Horripilante.

Ella tomó su cuchillo y cortó su tocino.

– Lo siento mucho -dijo, ignorando aparentemente que había dicho las mismas palabras solo hace unos momentos.

– No puedo recordar exactamente de que se trataba -meditó Gregory. Estaba inventándolo todo, por supuesto. No había dormido bien, pero no porque hubiera tenido una pesadilla. Pero la iba a hacer hablar con él, aunque muriera en el intento-. ¿Usted recuerda sus sueños? -le preguntó.

Su tenedor se detuvo a mitad de camino hacia su boca, y ahí estaba esa deliciosa conexión de mentes de nuevo.

En nombre de Dios, ¿por qué me está preguntando eso?

Bueno, quizás no era en nombre de Dios. Eso requeriría un poco más de emoción de la que ella parecía poseer. Por lo menos con él.

– Er, no -dijo-. Normalmente no.

– ¿En serio? Qué intrigante. Estimo, que puedo recordar las mías la mitad del tiempo.

Ella asintió con la cabeza.

Si asiento, no tendré que decirle nada.

Él persistió.

– Mi sueño de anoche era bastante vívido. Había una tormenta. Rayos y centellas. Muy dramático.

Ella giró su cuello, siempre tan despacio, y miró sobre su hombro.

– ¿Srta. Watson?

Ella se volvió.

– Pensé que había escuchado algo.

Esperaba haber escuchado algo.

Realmente, ese talento de leer la mente estaba empezando a ponerse tedioso.

– Bien -dijo él-. Bueno, ¿por donde iba?

La Srta. Watson empezó a comer muy rápidamente.

Gregory se inclinó hacia delante. Ella no se le iba a escapar tan fácilmente.

– Oh, sí, la lluvia -dijo-. Estaba lloviendo. Un absoluto diluvio. Y la tierra empezó a hundirse bajo mis pies. Tragándome.

Él hizo una pausa, a propósito, y entonces mantuvo los ojos clavados en su rostro para forzarla a que le dijera algo.

Después de un rato de silencio bastante embarazoso, ella cambió su mirada finalmente de la comida hacia su cara. Una pequeña porción de huevo tembló en el borde de su tenedor.

– La tierra se estaba hundiendo -dijo él. Y casi sonrió.

– Qué… desagradable.

– Lo fue -dijo, con gran animación-. Pensé que me iba a tragar entero. ¿Se ha sentido alguna vez así, Srta. Watson?

Silencio. Y luego:

– No. No. No puedo afirmarlo.

Él se tocó el lóbulo de su oreja ociosamente, y luego dijo, con mucha desenvoltura:

– Creo que no lo disfruté mucho.

Pensó que ella podría escupir su té.

– Bueno, en realidad -continuó él-. ¿A quien le gustaría?

Y por primera vez desde que la conocía, pensó que vio un desliz de la máscara de desinterés de sus ojos cuando dijo, con mucho sentimiento:

– No tengo idea.

Incluso agitó la cabeza. ¡Tres cosas a la vez! Una frase completa, un poco de emoción, y una agitación de cabeza. Por George, que podía comunicarse con ella.

– ¿Qué pasó después, Sr. Bridgerton?

Dios Santo, ella le había hecho una pregunta. Podría caerse de su silla.

– En realidad -dijo él-. Me desperté.

– Eso fue muy afortunado.

– Pensé lo mismo. Ellos dicen que si mueres en tus sueños, mueres mientras duermes.

Sus ojos se abrieron como platos.

– ¿Ellos lo dicen?

– Ellos son mis hermanos -admitió-. Usted es libre de evaluar esa información basada en esa fuente.

– Yo tengo un hermano -dijo ella-. A él le encanta atormentarme.

Gregory le ofreció una grave inclinación.

– Es que ese es el trabajo de los hermanos.

– ¿Usted atormenta a sus hermanas?

– Solo a la más joven.

– Porque ella es menor.

– No, es porque se lo merece.

Ella se rió.

– Sr. Bridgerton, usted es terrible.

Él sonrió despacio.

– Usted no conoce a Hyacinth.

– Si ella lo molesta lo suficiente como para que usted desee atormentarla, estoy segura de que la adoraría.

Él se reclinó, disfrutando el sentimiento de facilidad. Era agradable no tener que trabajar tan duro.

– Entonces, ¿su hermano es mayor que usted?

Ella asintió.

– Él me atormenta porque soy más pequeña.

– ¿Quiere decir que usted no se lo merece?

– Por supuesto que no.

Realmente no podía afirmar si ella estaba siendo divertida.

– ¿Dónde está su hermano?

– En Trinity Hall. -Tomó el último bocado de sus huevos-. En Cambridge. El hermano de Lucy también está allí. Ha sido estudiante por un año.

Gregory no sabía por qué ella estaba diciéndole eso. No estaba interesado en el hermano de Lucinda Abernathy.

La Srta. Watson cortó otra porción de tocino y levantó el tenedor hacia su boca. Gregory también comió, mirándola furtivamente mientras masticaba. Dios, era preciosa. Pensó que nunca había visto a una mujer con ese color de piel. En realidad, era su piel. Imaginó que la mayoría de los hombres pensaban que su belleza se debía a su cabello y a sus ojos, y era cierto que esos eran los rasgos que inicialmente congelaban a un hombre. Pero su piel era como el alabastro, colocado sobre un pétalo de rosa.

Se detuvo a medio masticar. No tenía idea de que podía ser tan poético.

La Srta. Watson bajó su tenedor.

– Bueno -dijo, con el más diminuto de los suspiros-. Supongo que debo preparar ese plato para Lucy.

Se puso de pies inmediatamente para ayudarla. Cielos santos, ella aparentaba no querer marcharse. Gregory se felicitó por ese desayuno sumamente productivo.

– Buscaré a alguien para que lo lleve por usted -dijo él, haciéndole señas a un lacayo.

– Oh, eso sería estupendo. -Le sonrió agradecidamente, y su corazón saltó de un golpe, literalmente. Había pensado que eso simplemente era una figura retórica, pero ahora sabía que era verdad. El amor realmente podía afectar los órganos internos de las personas.

– Por favor, ofrézcale a Lady Lucinda mis mejores deseos -dijo, mirando curiosamente como la Srta. Watson apilaba cinco rodajas de carne en el plato.

– A Lucy le gusta el tocino -dijo ella.

– Ya lo veo.

Y entonces procedió a cucharear los huevos, el bacalao, las patatas, los tomates y en otro plato panecillos y tostadas.

– El desayuno siempre ha sido su comida favorita -dijo la Srta. Watson.

– También la mía.

– Le diré eso.