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Finalmente Lucy se detuvo, plantó las manos en sus caderas y le exigió que le dijera por qué estaba allí.

– Ya te lo dije -dijo él, sin mirarla directamente a los ojos-. El tío Robert desea hablar contigo.

– Pero, ¿por qué? -no era una pregunta con una obvia respuesta. El tío Robert no se había preocupado en hablar con ella en todo el tiempo, durante los últimos diez años. Si tenía planeado empezar ahora, tenía que haber una razón para ello.

Richard se aclaró la garganta varias veces antes de decirle finalmente:

– Bueno, Lucy, creo que planea organizar tu boda.

– ¿En seguida? -susurró Lucy, no sabía por qué estaba tan sorprendida. Sabía que eso era de esperarse; había estado prácticamente comprometida durante años. Y le había dicho a Hermione, en más de una ocasión, que la temporada para ella era realmente una tontería, porque ¿para qué molestarse con el gasto, si iba a casarse con Haselby al final?

Pero ahora… repentinamente… no quería hacerlo. Por lo menos no, tan pronto. No quería pasar de colegiala a esposa, sin haber hecho nada en el intermedio. No estaba deseando tener aventuras -ni siquiera quería una aventura- en realidad, no era de ese tipo de mujeres.

No estaba pidiendo mucho, solo unos meses de libertad, de sonrisas.

De bailar sin descanso, girando tan rápido que las llamas de las velas parecieran serpientes de luz.

Quizás era práctica. Quizás era «la vieja Lucy», como muchas veces la había llamado la Srta. Moss. Pero le gustaba bailar. Y quería hacerlo. Ahora. Antes de que envejeciera. Antes de convertirse en la esposa de Haselby.

– No sé cuando -dijo Richard, bajando la mirada hacia ella con… ¿eso era pesar?

¿Por qué sentiría pesar?

– Creo que será pronto -dijo-. El tío Robert parece estar deseoso de hacerlo.

Lucy simplemente lo miró con fijeza, preguntándose por qué no podía dejar de pensar en bailar, no podía dejar de imaginarse, vestida con un vestido azul plateado, mágico y radiante, en los brazos de…

– ¡Oh! -Se puso la mano en la boca, como si eso pudiera acallar sus pensamientos de algún modo.

– ¿Qué sucede?

– Nada -dijo ella, negando con la cabeza. Sus ensueños no tenían rostro. No podían tenerlo. Y por eso dijo con mayor firmeza, otra vez-: Nada. En absoluto.

Su hermano se inclinó para examinar a una flor silvestre que se había escapado de los exigentes ojos de los jardineros de Aubrey Hall. Era pequeña, azul, y apenas estaba empezando a florecer.

– Es encantadora, ¿no te parece? -murmuró Richard.

Lucy asintió con la cabeza. A Richard siempre le habían encantado las flores. Las flores silvestres en particular. Eran diferentes en ese aspecto, comprendió. Ella siempre había preferido el orden de una cama pulcramente arreglada, cada flor en su lugar, cada pauta cuidadosa y amorosamente conservada.

Pero ahora…

Bajó la mirada hacia la pequeña flor, pequeña y delicada, creciendo insolentemente donde no pertenecía.

Y decidió que le gustaban las silvestres, también.

– Sé que hubieras preferido esperar una temporada -dijo Richard apologéticamente-. Pero en realidad, ¿es tan terrible? Realmente nunca quisiste una, ¿verdad?

Lucy tragó saliva.

– No -dijo, porque sabía que eso era lo que él quería oír, y no quería que se sintiera peor de lo que ya se sentía. Y además ella nunca había pensado de una manera u otra en una temporada en Londres. Por lo menos, no, hasta ahora.

Richard arrancó la pequeña flor azul desde las raíces, mirándola inquisidoramente, y se puso de pies.

– Alégrate, Lucy -dijo él, mientras le levantaba ligeramente la barbilla-. Haselby no es tan malo. No debes preocuparte por tener que casarte con él.

– Lo sé -dijo ella suavemente.

– Él no te hará daño -agregó él, y sonrió, con esa clase de sonrisa ligeramente falsa. De la clase que quería ser tranquilizadora, pero que de algún modo no lo era.

– No he pensado que él lo haría -dijo Lucy, y un filo de… de algo, se arrastró en su voz-. ¿Por qué dices tal cosa?

– Por nada en absoluto -dijo Richard rápidamente-. Pero sé que es una preocupación para muchas mujeres. No todos los hombres tratan a sus esposas con el debido respeto, con el que Haselby te tratará a ti.

Lucy asintió. Claro. Era cierto. Había escuchado muchas historias. Todos habían escuchado ese tipo de historias.

– No será tan malo -dijo Richard-. Incluso creo que te caerá bien. Es bastante agradable.

Agradable. Eso era algo bueno. Mucho mejor que desagradable.

– Algún día será el conde de Davenport -agregó Richard, aunque claro ella ya sabía eso-. Tú serás su condesa. Una muy prominente.

Eso era. Sus amigas de la escuela siempre le habían dicho que tenía mucha suerte por tener su futuro ya establecido, y con tan elevado resultado. Era la hija de un conde y la hermana de un conde. Y estaba destinada a ser la esposa de uno. No tenía nada de que quejarse. Nada.

Pero se sentía vacía.

No era precisamente una mala sensación. Pero estaba desconcertada. Y poco familiar. Se sentía hundida. Se sentía a la deriva.

No se sentía como ella misma. Y eso era lo peor de todo.

– No estás sorprendida, ¿verdad, Luce? -preguntó Richard-. Sabías que esto iba a suceder. Lo sabíamos.

Ella asintió.

– No pasa nada -dijo ella, tratando de no sonar tan normal-. Es solo que no pensé que pasaría tan rápido.

– Claro -dijo Richard-. Esto es una sorpresa, eso es todo. Cuando te acostumbres a la idea, te sentirás mucho mejor. Incluso, normal. Después de todo, siempre habías sabido que serías la esposa de Haselby. Y piensa en lo mucho que disfrutarás planeando la boda. El tío Robert dijo que iba a ser grandiosa. En Londres, creo. Davenport insiste en ello.

Lucy se sintió asentir. Le gustaba mucho planear cosas. Había un sentimiento muy agradable en hacerse cargo de algo por venir.

– Hermione puede ser tu acompañante, también -agregó Richard.

– Por supuesto -murmuró Lucy. Porque, en realidad, ¿a quien más iba a escoger?

– ¿Hay algún color que no le favorezca? -preguntó Richard con un ceño-. Porque serás la novia. Y no querrás ser eclipsada.

Lucy puso los ojos en blanco. Ese era un hermano para mi.

Sin embargo, parecía no comprender que la había insultado, y Lucy supuso que no debía haberse sorprendido. La belleza de Hermione era tan legendaria que nadie se insultaba con una comparación desfavorable. Uno tendría que engañarse en pensar de otro modo.

– No puedo vestirla de negro -dijo Lucy. Ese era el único color que pensó, haría ver a Hermione un poco pálida.

– No, no puedes, ¿puedes? -Richard hizo una pausa, ponderando eso con claridad, y Lucy lo miró escépticamente. Su hermano, quien regularmente se informaba de lo que estaba a la moda y lo que no, estaba actualmente interesado en el color del vestido de acompañante de Hermione.

– Hermione puede vestirse con cualquier color que desee -decidió Lucy. ¿Y por qué no? De todas las personas que asistirían, no había otra que significara más para ella que su mejor amiga.

– Eso es muy característico en ti -dijo Richard. La miró pensativamente-. Eres una buena amiga, Lucy.