Lucy sabía que debía haberse sentido elogiada, pero en su lugar, solo se preguntó por qué le había tomado a tanto tiempo comprenderlo
Richard le sonrió, luego bajó la mirada hacia la flor, que todavía tenía en sus manos. La levantó, la giró varias veces, rodando el tallo de un lado al otro entre sus dedos pulgar e índice. Pestañeó, con la frente ligeramente fruncida, y luego puso la flor en frente de su vestido. Eran del mismo color azul -ligeramente púrpura, quizás un poco gris.
– Deberías llevar este color -dijo él-. Luces muy adorable.
Parecía un poco sorprendido, por eso Lucy comprendió que no estaba mintiéndole.
– Gracias -dijo ella. Siempre había pensado que ese color le hacía ver los ojos más luminosos. Richard era la primera persona aparte de Hermione en hacerle ese comentario-. Tal vez lo haga.
– ¿Quieres que regresemos a la casa? -preguntó él-. Estoy seguro que querrás contarle todo a Hermione.
Ella hizo una pausa y luego negó con la cabeza.
– No, gracias. Creo que me quedaré aquí afuera otro rato. -Apuntó hacia un lugar cerca del camino que conducía al lago-. Hay un banco que está cerca. Y el sol se siente muy agradable sobre mi cara.
– ¿Estás segura? -Richard miró hacia el cielo-. Siempre estás diciendo que no quieres que te salgan pecas.
– Ya tengo pecas, Richard. Y no me demoraré mucho. -No había planeado salir cuando bajó a saludarlo, por eso no había traído su gorro. Pero todavía era temprano. Unos minutos de sol no destruirían su cutis.
Y además de eso, quería hacerlo. ¿No sería agradable hacer algo porque quería, y no porque se lo ordenaran?
Richard asintió.
– ¿Te veré en la cena?
– Creo que esa es una mentira a medias.
Él sonrió abiertamente.
– Lo sabrías.
– No hay nada como un hermano -refunfuñó ella.
– Y no hay nada como una hermana. -Se inclinó y la besó en la frente, cogiéndola fuera de guardia completamente.
– Oh, Richard -murmuró ella, espantada por la húmeda reacción. Ella nunca lloraba. De hecho, era conocida por su completa falta de tendencias de florero.
– Ve -dijo él, con suficiente afecto como para hacer que una lágrima rodara por su mejilla. Lucy se la limpió, avergonzada de que la hubiera visto, avergonzada de haberlo hecho. Richard le apretó la mano y le hizo señas con la cabeza hacia el césped del sur-. Ve a mirar los árboles y cualquier cosa que tengas que hacer. Te sentirás mejor cuando pases unos momentos a solas.
– No me siento tan mal -dijo Lucy rápidamente-. No hay necesidad de sentirme mejor.
– Claro que no. Solamente estás sorprendida.
– Exactamente.
Exactamente. Exactamente. En realidad, estaba encantada, en serio. Había esperado por este momento durante años. ¿No sería agradable tenerlo todo organizado? Le gustaba el orden. Le gustaba estar organizada.
Solo era la sorpresa. Eso era todo. Era como cuando uno veía a un amigo en un lugar inesperado y casi ni la reconocía. No había esperado ese anuncio en ese momento. Y esa era la única razón por la cual se sentía tan extraña.
De verdad.
Capítulo 8
En el que nuestra heroína se entera de una verdad sobre su hermano (pero no la cree), nuestro héroe se entera de un secreto de la Srta. Watson (pero no está interesado en él), y ambos se enteran de una verdad sobre ellos (pero no son conscientes de ella).
Una hora después, Gregory todavía seguía felicitándose por la excepcional combinación de estrategia y cronometraje, que lo había conducido a su excursión con la Srta. Watson. Habían pasado un momento absolutamente estupendo, y Lord Fennsworth había -bueno, Fennsworth también pudo haber tenido un momento absolutamente estupendo, pero en ese caso, había estado en la compañía de su hermana, y no con la encantadora Hermione Watson.
La victoria era siempre muy dulce.
Como había prometido, Gregory la había llevado a dar un paseo a través de los jardines de Aubrey Hall, impresionándola con sus estupendas evocaciones de seis nombres de horticultura diferentes. Incluso, el delphinium, auque en realidad era por todo lo que Lady Lucinda había hecho.
Los otros eran, solo para darles el debido crédito: la rosa, la margarita, la peonía, el jacinto y el césped. Todo en su lugar, pensó que su desempeño había sido muy bueno. Los detalles nunca habían sido su fuerte. Y de verdad, todo había sido un juego a esas alturas.
La Srta. Watson parecía estar encantada en su compañía, también. Tal vez no había estado suspirando y batiendo sus pestañas, pero el velo cortés de desinterés se había ido, e incluso la había hecho reír dos veces en ese día.
Ella no lo había hecho reír a él, pero estaba seguro de que lo había intentado, y además, con seguridad había sonreído. En más de una ocasión.
Lo cual había sido algo positivo. De verdad. Era muy agradable tener todo su ingenio despierto. Ya no se sentía como si lo hubieran golpeado en el pecho, lo cual, pensaba, había sido muy bueno para su salud respiratoria. Estaba descubriendo que le gustaba más bien respirar, una tarea que parecía encontrar muy difícil cuando miraba fijamente la nuca de la Srta. Watson.
Gregory frunció el ceño, haciendo una pausa en su solitario paseo hacia el lago. Era una reacción muy extraña. Y ciertamente si había visto su nuca en la mañana. ¿No se había ella adelantado a oler unas flores?
Hmmm. Quizás no. En realidad no podía recordarlo.
– Buenos días, Sr. Bridgerton.
Se volvió, sorprendido de ver a Lady Lucinda sentada sola en un banco de piedra cercano. Siempre había pensado, que era una ubicación extraña para un banco, ya que este quedaba enfrente de un manojo de árboles nada más. Pero quizás ese era el punto. Darle la espalda a la casa, y a todos sus habitantes. Su hermana Francesca le había dicho a menudo, que después de algunos días con toda la familia Bridgerton reunida, los árboles podían ser una excelente compañía.
Lady Lucinda sonrió débilmente como saludo, y eso lo afectó, porque no parecía ella. Sus ojos se veían cansados, y su postura no estaba lo suficientemente recta.
Parece vulnerable, pensó, muy inesperadamente. Tal vez su hermano le había traído muy malas noticias.
– Usted tiene una expresión muy sombría -dijo él, caminando educadamente para ir a su lado-. ¿Puedo acompañarla?
Ella asintió, ofreciéndole una especie de sonrisa. Pero no era una sonrisa. No realmente.
Tomó asiento a su lado.
– ¿Tuvo la oportunidad de hablar con su hermano?
Ella asintió con la cabeza.
– Me contó algunas noticias familiares. No fue… nada importante.
Gregory inclinó la cabeza mientras la miraba. Le estaba mintiendo, claramente. Pero no quiso seguir presionándola. Si hubiera querido compartirlo, ya lo hubiera hecho. Y además, eso no era de su incumbencia.
Sin embargo, tenía curiosidad.
Ella miró fijamente un punto en la distancia, probablemente a algún árbol.
– Este es un lugar muy agradable.
Esa era una declaración bastante blanda, ya que había venido de ella.
– Sí -dijo él-. El lago queda a un corto trecho después de esos árboles. A menudo voy por ese camino cuando deseo pensar.
Ella se volvió de repente.
– ¿En serio?
– ¿Por qué está tan sorprendida?
– Yo… no lo sé. -Se encogió de hombros-. Supongo que es porque usted no parece ser esa clase de persona.
– ¿De las que piensan? -Muy bien, de verdad.
– Claro que no -dijo ella, ofreciéndole una mirada malhumorada-. Quiero decir, de la clase que no necesita escaparse para pensar.
– Perdóneme por mi excesiva arrogancia, pero usted no parece ser de esa clase, tampoco.