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Ella pensó en eso un rato.

– No lo soy.

Él se rió entre dientes por eso.

– Debió haber tenido una verdadera conversación con su hermano.

Ella parpadeó sorprendida. Pero no le dio detalles. Nuevamente, no se comportaba como ella.

– ¿Qué vino a pensar por aquí? -preguntó ella.

Él abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera proferir una palabra, ella dijo:

– En Hermione, supongo.

No valía la pena negarlo.

– Su hermano está enamorado de ella.

Eso pareció sacarla de su nube.

– ¿Richard? No sea tonto.

Gregory la miraba escépticamente.

– No puedo creer que usted no se haya dado cuenta.

– No puedo creer que usted lo haya hecho. Por el amor de Dios, ella piensa en él como un hermano.

– Eso puede ser verdad, pero él no siente lo mismo por ella.

– Sr. Brid…

Pero él la detuvo al levantar una mano.

– Vamos, Lady Lucinda, le diré, he visto más tontos enamorados que usted…

La sonrisa literalmente explotó de su boca.

– Sr. Bridgerton -dijo ella, una vez que fue capaz-. He sido la compañera constante de Hermione Watson durante estos tres años. Hermione Watson -agregó, solo en el caso de que él no hubiese entendido lo que le quería decir-. Confíe en mí cuando le digo que no hay nadie que haya visto más tontos enamorados que yo.

Por un momento Gregory no supo como responderle. Ella tenía razón.

– Richard no está enamorado de Hermione -dijo ella con una temblorosa agitación de cabeza. Y con un resoplido. Uno elegante, pero aún así. Le había resoplado a él.

– Permítame discrepar -dijo él, porque tenía siete hermanos, y sabía como salir airoso de cualquier discusión.

– No puede estar enamorado de ella -dijo ella, pareciendo bastante segura de su afirmación-. Hay alguien más.

– Oh, ¿de veras? -Gregory ni siquiera se molestó en levantar sus esperanzas.

– De verdad. Siempre habla de una muchacha que conoció gracias a uno de sus amigos -dijo ella-. Creo que era su hermana. No puedo recordar su nombre. Mary, quizás.

Mary. Hmmmph. Sabía que Fennsworth no tenía imaginación.

– Por lo tanto -continuó Lady Lucinda-, no puede estar enamorado de Hermione.

Por lo menos se veía más como ella. El mundo parecía ser mucho más firme con Lucy Abernathy ladrando como un terrier. Se había sentido casi desequilibrado cuando la había visto mirando a los árboles fijamente con malhumor.

– Crea lo que usted quiera -dijo Gregory con un suspiro profundo-. Pero sepa esto: a su hermano se le romperá el corazón tarde o temprano.

– Oh, ¿de verdad? -se mofó ella-. ¿Por qué está tan convencido de su propio éxito?

– Porque estoy convencido de la falta de él.

– Usted ni siquiera le conoce.

– ¿Y ahora está defendiéndolo? Solo hace unos momentos, me dijo que él no estaba interesado.

– No lo está. -Se mordió el labio-. Pero es mi hermano. Y si estuviera interesado, yo tendría que apoyarlo, ¿no le parece?

Gregory levantó una ceja.

– Vaya, con que rapidez cambia sus lealtades.

Ella lucía casi arrepentida.

– Él es un conde. Y usted… no.

– Usted será una excelente matrona de sociedad.

Su espalda se puso rígida.

– ¿Discúlpeme?

– Subastando a su amiga para el mejor postor. Usted estará bien entrenada para cuando tenga una hija.

Ella se incorporó rápidamente, con los ojos encendidos con rabia e indignación.

– Es terrible lo que me ha dicho. Mi principal preocupación siempre ha sido la felicidad de Hermione. Y si puede ser feliz con un conde… que pasaría a ser mi hermano

Oh, genial. Ahora estaba tratando de emparejar a Hermione con Fennsworth. Bien hecho, Gregory. Bien hecho, de hecho.

– Ella puede ser feliz conmigo -dijo él, incorporándose. Y era verdad. La había hecho reír dos veces esa mañana, incluso aunque ella no había hecho lo mismo por él.

– Claro que puede -dijo Lady Lucinda-. Y cielos, ella probablemente lo hará, si usted no lo arruina todo. Richard es demasiado joven para casarse, de cualquier modo. Solo tiene veintidós años.

Gregory la miró con curiosidad. Ahora parecía como si opinara que él era un mejor candidato. ¿Qué estaba tramando, de todos modos?

– Y -agregó ella, envolviéndose un mechón de su oscuro pelo rubio, detrás de su oreja cuando el viento lo fustigó contra su cara-, él no está enamorado de ella. Estoy muy segura de ello.

Ninguno de los dos parecía tener algo que agregar a eso, por lo tanto, ya que ambos estaban de pie, Gregory apuntó hacia la casa.

– ¿Volvemos?

Ella asintió con la cabeza, y ambos partieron a paso lento.

– Esto aún no resuelve el problema del Sr. Edmonds -comentó Gregory.

Ella lo miró cómicamente.

– ¿Y por qué me mira así?

Y ella realmente soltó una risita. Bueno, quizás no era una risita, pero hizo esa cosa con la nariz que las personas hacen cuando están muy contentas.

– No es nada -dijo, aún sonriendo-. Estoy muy impresionada, de que usted no pretendiera no recordar su nombre.

– Qué, debí haberlo llamado Sr. Edwards, y luego Sr. Ellington, y luego Sr. Edifice, y…

Lucy lo miró con astucia.

– Usted ha perdido todo mi respeto, se lo aseguro.

– Que horror. Oh, que horror -dijo él, poniéndose una mano sobre el corazón.

Ella lo miró sobre su hombro con una sonrisa traviesa.

– Eso estuvo cerca de ser un error.

Él parecía indiferente.

– Tiro muy mal, pero se evadir una bala.

Ahora eso le dio curiosidad.

– Nunca he escuchado a un hombre que admita ser un mal tirador.

Él se encogió de hombros.

– Hay cosas que simplemente no se pueden evitar. Siempre seré el Bridgerton que no puede superar a su propia hermana.

– ¿Esa fue de la que usted me habló?

– Hablo de todas ellas -admitió él.

– Oh. -Frunció el ceño. Debía haber alguna clase de declaración prescrita para tal situación. ¿Qué se decía cuando un caballero confesaba una limitación? No podía recordar haber escuchado algo así antes, pero seguramente, alguien en el curso de la historia, algún caballero lo había hecho. Y alguien habría tenido que contestarle.

Parpadeó, esperando que algo importante viniera a su mente. Nada pasó.

Y entonces…

– Hermione no sabe bailar. -Solo salió de su boca, sin haber sido dirigido por su cabeza.

¡Dios mío! ¿Qué estaba pensando?

Él se detuvo, volviéndose hacia ella con una expresión de curiosidad. O quizás estaba sobresaltado. Probablemente las dos cosas. Y dijo la única cosa que imaginó uno podría decir en tales circunstancias:

– ¿Discúlpeme?

Lucy se lo repitió, ya que no podía dar marcha atrás.

– Ella no sabe bailar. Por eso no baila. Porque no sabe.

Y entonces esperó que un hoyo se abriera en la tierra para poder meterse en él. Tampoco ayudó que estuviera mirándola fijamente como si estuviera ligeramente desarreglada.

Logró sonreír débilmente, lo cual fue todo lo que llenó el largo momento hasta que él finalmente dijo:

– Debe haber una razón por la cual, usted me está diciendo esto.

Lucy soltó una nerviosa exhalación. No parecía furioso -solo un poco curioso. Y ella no había querido insultar a Hermione. Pero cuando él le había dicho que no sabía disparar, le pareció que era lo justo decirle que Hermione no sabía bailar. En realidad, encajaba. Los hombres supuestamente sabían disparar, y las mujeres supuestamente sabían bailar, y se suponía que las mejores amigas debían mantener sus tontas bocas cerradas.