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– Sí -dijo, casi suspirando-. Me encanta bailar.

La tomó de la mano y la llevó a la pista. El vals estaba en su mejor momento, y rápidamente encontraron el paso. Parecía elevarlos, unirlos. Gregory solo tuvo que apretar la mano en su cintura, y ella se movió, en el instante en el que él se lo anticipó. Giraron, dieron vueltas, el aire azotaba sus rostros tan rápidamente que los hacía reír.

Era perfecto. Era jadeante. Era como si la música se hubiera arrastrado bajo sus pieles y estuviera guiando todos sus movimientos.

Y entonces todo llegó a su fin.

Tan rápidamente. Demasiado rápidamente. La música terminó, y por un rato se quedaron de pie, aún abrazados, envueltos en el recuerdo de la música.

– Oh, eso fue maravilloso -dijo Lady Lucinda, y sus ojos brillaron.

Gregory la soltó y le hizo una reverencia.

– Es usted una bailarina extraordinaria, Lady Lucinda. Sabía que lo sería.

– Gracias, yo… -sus ojos se clavaron en los suyos-. ¿Lo sabía?

– Yo… -¿Por qué le había dicho eso? No había querido decirle eso-. Usted es muy elegante -dijo él finalmente, conduciéndola hacia el perímetro del salón de baile. En realidad, era más elegante que la Srta. Watson, aunque eso tenía sentido ya que Lucy le había comentado sobre las habilidades de baile de su amiga.

– Es por la forma en la que usted camina -agregó él, ya que ella parecía estar esperando una explicación más detallada.

Y tendría que conformarse con eso, porque él no iba a darle más vueltas a esa impresión.

– Oh. -y sus labios se movieron. Solo un poco. Pero fue lo suficiente. Y eso lo afectó -ella parecía feliz. Y comprendió que la mayoría de las personas no se expresaban de ese modo. Ellos se veían divertidos, o entretenidos, o satisfechos.

Lady Lucinda se veía feliz.

Prefería eso.

– Me pregunto, donde estará Hermione -dijo ella, mirándolo de esa forma tan suya.

– ¿Ella no vino con usted? -preguntó Gregory, sorprendido.

– Lo hizo. Pero entonces nos encontramos con Richard. Y él le pidió que bailara. Y no -agregó con énfasis-, lo hizo porque está enamorado de ella. Simplemente estaba siendo cortés. Eso es lo que uno hace por la amiga de una hermana.

– Yo tengo cuatro hermanas -le recordó-. Lo sé -pero entonces recordó-. Pensé que la Srta. Watson no sabía bailar.

– No sabe. Pero Richard no lo sabe. Nadie lo sabe. Excepto yo. Y usted. -Lo miró con un poco de urgencia-. Por favor no se lo diga a nadie. Se lo ruego. Hermione se mortificaría mucho.

– Mis labios están sellados -le prometió.

– Me imaginó que ellos fueron en busca de algo de beber -dijo Lucy, apoyándose ligeramente a un lado, como si tratara de vislumbrar la mesa de la limonada-. Hermione hizo un comentario sobre el calor. Esa es su excusa favorita. Casi siempre funciona cuando alguien le pide un baile.

– No los veo -dijo Gregory, siguiendo su mirada.

– No, usted no podría. -Se volvió hacia él, con un pequeño temblor en su cabeza-. No se por qué los estoy buscando. Eso fue hace rato.

– ¿Tan largo para que uno pueda beberse a sorbos una bebida?

Ella se rió entre dientes.

– No, Hermione puede demorarse bebiendo un vaso de limonada toda una noche cuando lo necesita. Pero pienso que Richard podría haber perdido su paciencia.

Gregory opinaba que su hermano se cortaría alegremente su brazo derecho, solo por tener la oportunidad de mirar fijamente a la Srta. Watson mientras ella pretendía beber su limonada, pero no ganaría nada al intentar convencer a Lucy de eso.

– Imagino que decidieron dar un paseo -dijo Lucy, con mucha indiferencia.

Pero Gregory inmediatamente se sintió ansioso.

– ¿Afuera?

Ella se encogió de hombros.

– Supongo. No creo que estén aquí en el salón de baile. Hermione no puede pasar desapercibida en una muchedumbre. Es por su pelo, ya sabe.

– ¿Pero usted cree que es prudente que hayan salido solos? -le insistió Gregory.

Lady Lucinda lo miraba como si no pudiera entender la urgencia en su voz.

– Ellos no están solos -dijo-. Por lo menos hay dos docenas de personas afuera. Yo eché un vistazo hacia el exterior de las puertas francesas.

Gregory se obligó a permanecer perfectamente quieto mientras consideraba que hacer. Claramente necesitaba encontrar a la Srta. Watson, y rápidamente, antes de que le ocurriera algo que pudiera ser irrevocable.

Irrevocable.

Jesús.

Las vidas podían cambiar en un solo instante. Si la Srta. Watson realmente hubiera salido con el hermano de Lucy… si alguien los sorprendía…

Un calor extraño comenzó a invadirlo, algo de rabia y celos, y completamente desagradable. La Srta. Watson podría estar en peligro… o quizás no. Quizás no le hubiera dado la bienvenida a los avances de Fennsworth…

No. No, no pudo haberlo hecho. Prácticamente se tragó ese pensamiento. La Srta. Watson pensaba que estaba enamorada de ese ridículo Sr. Edmonds, quienquiera que fuera. No recibiría con beneplácito los avances de Gregory o de Lord Fennsworth.

¿Pero si el hermano de Lucy estuviera aprovechando la oportunidad que no había tenido? Eso le dolió, y se alojó en su pecho como una bala de cañón -ese sentimiento, esa emoción, esa sangrienta… horrible… molesta…

– ¿Sr. Bridgerton?

Asquerosa. Definitivamente asquerosa.

– Sr. Bridgerton, ¿le pasa algo?

Él movió su cabeza, solo la pulgada que necesitaba para enfrentar a Lady Lucinda, pero aún así, le tomó varios segundos concentrarse en sus rasgos. Sus ojos se veían llenos de preocupación, su boca estaba apretada en una línea angustiada.

– Usted no se ve bien -dijo.

– Estoy bien -ladró él.

– Pero…

– Bien -le chasqueó evidentemente.

Ella se echó para atrás.

– Claro que lo está.

¿Cómo pudo haber hecho eso Fennsworth? ¿Cómo había logrado salir con la Srta. Watson? Él todavía era un bebé, por el amor de Dios, apenas si acababa de salir de la universidad, y nunca había estado en Londres. Y Gregory era… Bueno, era más experimentado que eso.

Debió haber prestado más atención.

Nunca debió haber permitido que sucediera esto.

– Quizás, debo ir en busca de Hermione -dijo Lucy, apartándose-. Al parecer usted prefiere estar solo.

– No -dijo él bruscamente, con un poco más de fuerza que lo estrictamente cortés-. Iré con usted. La buscaremos juntos.

– ¿Usted cree que eso es prudente?

– ¿Por qué no sería prudente?

– Yo… no lo sé. -Se detuvo, lo miró fijamente, sin parpadear, y finalmente dijo-: No creo que debamos hacerlo. Usted acaba de cuestionar la prudencia de Richard y Hermione por haber salido solos.

– Seguramente usted no debe buscar en la casa sola.

– Claro que no -dijo, como si él fuera un tonto por siquiera haber pensado en ello-. Voy a buscar a Lady Bridgerton.

¿Kate? Buen Dios.

– No haga eso -le dijo rápidamente. Y quizás un poco desdeñosamente, también, aunque esa no había sido su intención.

Pero ella claramente se dio cuenta porque su voz sonaba cortante cuando le preguntó:

– ¿Y por qué no?

Él persistió, con su tono bajo y urgente.

– Si Kate los encuentra, y están donde no deben estar, estarán casados en menos de una quincena. Tome nota de mis palabras.

– No sea absurdo. Por supuesto, que estarán donde deben estar -le siseó ella, y eso lo tomó desprevenido, porque nunca se le ocurrió que podría defenderse con tanto vigor.

– Hermione nunca se comportaría inapropiadamente -continuó con furias-. Y tampoco Richard, por si acaso. Él es mi hermano. Mi hermano.