– Él la ama -dijo Gregory.
– No. Él. No lo hace. -Buen Dios, parecía a punto de explotar-. Y aún cuando lo hiciera -le espetó-. Lo cual no hace, él nunca la deshonraría. Nunca. Jamás lo haría. No lo haría…
– ¿No haría qué?
Ella tragó saliva.
– No me haría eso a mí.
Gregory no podía creer en su candidez.
– Él no está pensando en usted, Lady Lucinda. De hecho, podría afirmar que usted no se le ha pasado por la mente ni una vez.
– Es horrible lo que me ha dicho.
Gregory se encogió de hombros.
– Él es un hombre enamorado. Por lo tanto, es un hombre insensible.
– Oh, ¿es así como funciona? -le espetó ella-. ¿Es lo que hace que usted sea insensible también?
– No -dijo él concisamente, y comprendió que en realidad era verdad. Ya se había acostumbrado a ese extraño fervor. Había recobrado el equilibrio. Y como un caballero de considerable experiencia, él era, aún cuando la Srta. Watson no estaba enterada, más fuerte para controlar sus impulsos que Fennsworth.
Lady Lucinda lo miró con desdeñosa impaciencia.
– Richard no está enamorado de ella. No se de que otra manera puedo explicárselo.
– Está equivocada -dijo él rotundamente. Había observado a Fennsworth durante días. Él había estado mirando a la Srta. Watson. Riéndose de sus chistes. Buscándole una bebida.
Tomando una flor silvestre, envolviéndosela detrás de la oreja.
Si ése no era amor, entonces Richard Abernathy era el más atento, cariñoso, y desinteresado hermano mayor en la historia del hombre.
Y como el también era una hermano mayor -quien había sido frecuentemente presionado a ser la pareja de baile de las amigas de sus hermanas- Gregory podía decir categóricamente, que no existía un hermano mayor, con tales niveles de atención y devoción.
Por supuesto, uno adoraba a su hermana, pero no sacrificaba cada minuto por causa de su mejor amiga, sin recibir a cambio algún tipo de compensación.
A menos que un patético y no correspondido amor factorizara en la ecuación.
– No estoy equivocada -dijo Lady Lucinda, luciendo muy a gusto al cruzar sus brazos-. Y voy a buscar a Lady Bridgerton.
Gregory cerró la mano alrededor de su muñeca.
– Ese sería un error de proporciones proverbiales.
Ella dio un tirón para zafarse, pero él no la soltó.
– No sea condescendiente conmigo -siseó ella.
– No lo soy. La estoy instruyendo.
Su boca literalmente cayó abierta. Realmente, de verdad, completamente abierta.
Gregory habría disfrutado de la vista, por lo tanto no estaba tan furioso con todo lo demás en el mundo.
– Usted es insoportable -dijo ella, una vez se hubo recobrado.
Él se encogió de hombros.
– De vez en cuando.
– Y equivocado.
– Bien hecho, Lady Lucinda. -Como de costumbre, Gregory no podía evitar admirar a alguien capaz de defenderse con el sarcasmo y una replica mordaz-. Pero probablemente admiraría mucho más sus habilidades verbales si no estuviera tratando de impedir que hiciera algo monumentalmente tonto.
Lo miró con los ojos entrecerrados, y dijo:
– No quiero volver a hablarle.
– ¿Nunca?
– Voy a buscar a Lady Bridgerton -anunció.
– ¿Me está buscando? ¿Para qué?
Esa era la última voz que Gregory quería escuchar.
Se volvió. Kate estaba de pie delante de ellos, mirando la escena con una ceja levantada.
Nadie dijo nada.
Kate miraba significativamente a la mano de Gregory, la cual estaba todavía envuelta alrededor de la mano de Lady Lucinda. La dejó caer, apartándose rápidamente.
– ¿Hay algo que deba saber? -preguntó Kate, y su voz era una mezcla absolutamente horrible de pregunta culta y mortal autoridad. Gregory recordó que su cuñada podía ser una formidable presencia cuando se lo proponía.
Lady Lucinda -por supuesto- habló inmediatamente.
– El Sr. Bridgerton parece creer que Hermione podría estar en peligro.
La conducta de Kate cambió al instante.
– ¿Peligro? ¿Aquí?
– No -chasqueó Gregory, aunque lo que en realidad quería decir era -voy a matarla. A Lady Lucinda, para ser preciso.
– No la he visto durante algún tiempo -continuó la irritante tonta-. Llegamos juntas, pero eso fue hace como una hora.
Kate echó un vistazo, su mirada se detuvo finalmente en las puertas que conducían al exterior.
– ¿No estará en el jardín? La mayor parte de la fiesta se ha movido hacia el exterior.
Lady Lucinda negó con la cabeza.
– No la he visto. La estaba buscando.
Gregory no dijo nada. Era como si estuviera mirando la destrucción del mundo ante sus propios ojos. Y en realidad, ¿Qué podría decir para detenerla?
– ¿No está afuera? -dijo Kate.
– No pensé que algo estuviera mal -dijo Lady Lucinda, muy oficiosamente-. Pero el Sr. Bridgerton se preocupó inmediatamente.
– ¿Lo hizo? -Kate se volvió rápidamente para mirarlo-. ¿Lo hiciste? ¿Por qué?
– ¿Podríamos hablar de esto en otro momento? -espetó Gregory.
Kate inmediatamente lo rechazó y miró directamente a Lucy.
– ¿Por qué se preocupó?
Lucy tragó saliva. Y entonces susurró:
– Pienso que ella podría estar con mi hermano.
Kate empalideció.
– Eso no es algo bueno.
– Richard nunca haría algo inapropiado -insistió Lucy-. Se lo prometo.
– Él está enamorado de ella -dijo Kate.
Gregory no dijo nada. La vindicación nunca se había sentido tan amarga.
Lucy miró a Kate y luego a Gregory, su expresión prácticamente rayaba en el pánico.
– No -susurró-. No, usted está equivocada.
– No estoy equivocada -dijo Kate seriamente-. Y tenemos que encontrarlos. Rápidamente.
Ella se volvió e inmediatamente y se dirigió hacia la puerta. Gregory la siguió, sus piernas largas mantenían el paso con la facilidad. Lady Lucinda parecía estar momentáneamente helada, y luego, saltando a la acción, se echó a correr detrás de los dos.
– Él nunca obligaría a Hermione a hacer nada -dijo ella urgentemente-. Se lo prometo.
Kate se detuvo. Se dio la vuelta. Miró a Lucy, su expresión era franca y quizás un poco triste también, como si reconociera que la mujer más joven estuviera, en ese momento, perdiendo una parte de su inocencia y que ella, Kate, sentía que tenía que ser la que le diera el golpe.
– Él podría no hacerlo -dijo Kate con voz queda.
Forzarla. Kate no lo dijo, pero las palabras quedaron en el aire de todas maneras.
– Él no podría hacerlo… Que…
Gregory se dio cuenta del momento en que ella lo comprendió. Sus ojos, siempre tan cambiantes, nunca le habían parecido más grises.
Heridos.
– Tenemos que encontrarlos -susurró Lucy.
Kate asintió con la cabeza, y los tres salieron del cuarto silenciosamente.
Capítulo 10
En el que el amor triunfa -pero no para nuestro héroe y heroína.
Lucy siguió a Lady Bridgerton y a Gregory por el vestíbulo, intentando contener la ansiedad que sentía creciendo dentro de ella. Su estómago se sentía raro, su respiración no muy bien.
Y su mente no estaba lo suficientemente clara. Necesitaba enfocarse en el asunto a mano. Sabía que tenía que prestarle su total atención a la búsqueda, pero se sentía como si una parte de su mente se mantuviera apartada -aturdida, aterrada, e incapaz de escapar de una horrible sensación de premonición.
Lo cual no lograba entender. ¿No quería que Hermione se casara con su hermano? ¿Acaso no le había dicho al Sr. Bridgerton que ese emparejamiento, además de improbable, sería extraordinario? Hermione sería su hermana de nombre, no solo de sentimiento, y Lucy no podría imaginar nada más digno. Pero aún así, se sentía…