Sabía que podía.
Tenía que hacerlo.
Y entonces, sorprendentemente, estaba allí, ante las pesadas puertas dobles que conducían al naranjero. Su mano aterrizó pesadamente sobre uno de los pomos, y quiso girarlo, pero en su lugar se encontró inclinándose, esforzándose por respirar.
Sus ojos le escocían, y trató de continuar, pero cuando quiso golpear la puerta sintió una ola de pánico. Era física, palpable, y la recorrió tan rápidamente que tuvo que aferrarse a la pared para apoyarse.
Queridísimo Dios, no quería verlos. No quería saber lo que estaban haciendo, sin saber siquiera por qué. No quería esto, nada de esto. Quería que todo fuera como antes, solo tres días atrás.
¿No podía dar marcha atrás? Eran solo tres días. Tres días, y Hermione todavía seguiría enamorada del Sr. Edmonds, quien realmente no era un problema ya que nada saldría de ello, y Lucy todavía sería…
Y ella seguiría siendo la misma, feliz y confiada, y prácticamente comprometida.
¿Por qué todo tenía que cambiar? La vida de Lucy había sido absolutamente aceptable como era. Todos tenían su lugar, y todo estaba en perfecto orden, y no tenía que pensar tan dificilmente en todo. No se había preocupado sobre lo que significaba el amor, o como se sentía, y su hermano no estaría encontrándose en secreto con su mejor amiga, y su boda sería un plan vago para el futuro, y seguiría siendo feliz. Había sido feliz.
Y quería que todo volviera a ser como antes.
Asió el pomo con más fuerza, intentando girarlo, más fuertemente pero su mano no se movía. El pánico todavía estaba allí, helando sus músculos, apretando su pecho. No podía concentrarse. No podía pensar.
Y sus piernas le empezaron a temblar.
Oh, Dios Bendito, iba a caerse. Allí en el vestíbulo, a pulgadas de su meta, iba a derrumbarse en el suelo. Y entonces…
– ¡Lucy!
Era el Sr. Bridgerton, y estaba corriendo hacia ella, y se le ocurrió que había fallado.
Había fallado.
Había llegado al naranjero. Había llegado a tiempo, pero solo pudo quedarse de pie delante de la puerta. Como una idiota, había estado allí, con sus dedos sobre el condenado pomo y…
– Dios mío, Lucy, ¿en que estabas pensando?
Él la agarró por los hombros, y Lucy se apoyó en su fuerza. Quería caer sobre él y olvidar.
– Lo siento -susurró-. Lo siento.
Ella no sabía porque sentía tanto pesar, pero lo dijo de todos modos.
– Este no es lugar para una mujer sola -dijo él, y su voz sonaba diferente. Ronca-. Los hombres están borrachos. Usan máscaras como licencia para…
Se quedó callado. Y entonces…
– Las personas no se comportan como siempre.
Ella asintió, y finalmente lo miró, levantando sus ojos del suelo hasta su cara. Y entonces lo vio. Solo lo vio. Su cara, que se había convertido en algo tan familiar para ella. Parecía conocer cada rasgo, desde la ligera curva de su cabello hasta la cicatriz diminuta cerca de su oreja izquierda.
Tragó saliva. Respiró. No era de la forma en la que siempre lo hacía, pero respiró. Más despacio, más cerca de lo normal.
– Lo siento -dijo de nuevo, porque no sabía que otra cosa decir.
– Dios mío -juró él, revisando su cara con ojos urgentes-. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? ¿Alguien…?
Su asimiento se aflojó ligeramente mientras echaba una mirada alrededor frenéticamente.
– ¿Quién te hizo esto? -le exigió-. ¿Quién te hizo…?
– No -dijo Lucy, negando con la cabeza-. No fue nadie. Fui yo. Yo… yo quería encontrarlos. Pensé que si… bueno, yo no quería que tu… y entonces yo… y entonces llegué aquí, y yo…
Los ojos de Gregory se movieron rápidamente hacia las puertas del naranjero.
– ¿Ellos están ahí?
– No lo sé -admitió Lucy-. Creo que sí. Yo no pude… -el pánico fue cediendo lentamente, casi se había ido, en realidad, y solo se sentía un poco tonta ahora. Se sentía estúpida. Había estado frente a la puerta, y no había hecho nada. Nada.
– No podía abrir la puerta. -Susurró ella finalmente. Porque tenía que decírselo. No podía explicarlo… ni siquiera podía entenderlo… pero tenía que decirle lo que había pasado.
Porque él la había encontrado.
Y eso marcaba la diferencia.
– ¡Gregory! -Lady Bridgerton apareció en la escena, lanzándose prácticamente contra ellos, claramente sin respiración por haber tratado de mantener el ritmo-. ¡Lady Lucinda! Por qué usted… ¿Está bien?
Parecía tan preocupada que Lucy se preguntó como se veía ella ante sus ojos. Se sentía pálida. Se sentía pequeña, en realidad, posiblemente lo que estaba en su cara, era lo que causaba que Lady Bridgerton se viera obviamente preocupada.
– Estoy bien -dijo Lucy, aliviada de que no la hubiera visto como lo había hecho el Sr. Bridgerton-. Solo estoy un poco abrumada. Creo que corrí muy rápido. Fue tonto de mi parte. Lo siento.
– Cuando nos dimos la vuelta, y usted ya se había marchado… -Lady Bridgerton parecía que estuviera tratando de ser dura, pero la preocupación arrugaba su frente, y sus ojos se veían tan amables.
Lucy quería llorar. Nadie la había mirado nunca de esa manera. Hermione la quería, y Lucy se consolaba mucho con eso, pero esto era diferente. Lady Bridgerton no podía ser mucho mayor que ella -diez años, quizás quince- pero la forma en la que la estaba mirando…
Era como si fuera una madre.
Fue solo por un momento. Solo unos pocos segundos, en realidad, pero podía fingirlo. Y quizás desearlo, solo un poco.
Lady Bridgerton corrió para acercarse y puso un brazo alrededor de los hombros de Lucy, apartándola de Gregory, quien dejó que sus brazos cayeran a los lados.
– ¿Está segura que está bien? -preguntó ella.
Lucy asintió con la cabeza.
– Lo estoy. Ahora.
Lady Bridgerton observó a Gregory. Él asintió. Solo una vez.
Lucy no sabía lo que eso significaba.
– Creo que ellos están en el naranjero -dijo, y no estaba segura de lo que había cerrado a su voz -si era resignación o pesar.
– Muy bien -dijo Lady Bridgerton, sus hombros se irguieron mientras se dirigía hacia la puerta-. No pasa nada si miramos, ¿verdad?
Lucy negó con la cabeza. Gregory no dijo nada.
Lady Bridgerton tomó una respiración profunda y tiró de la puerta para abrirla. Lucy y Gregory inmediatamente avanzaron para asomarse adentro, pero el naranjero estaba oscuro, la única luz era la de la luna, que brillaba a través de las enormes ventanas.
– Maldición.
La barbilla de Lucy se retiró con la sorpresa. Nunca antes había escuchado a una mujer maldiciendo.
Por un momento el trío permaneció quieto, y entonces Lady Bridgerton avanzó y gritó:
– ¡Lord Fennsworth! Lord Fennsworth, por favor responda. ¿Está aquí?
Lucy empezó a llamar a Hermione, pero Gregory puso una mano sobre su boca.
– No lo haga -le susurró en el oído-. Si alguien más está aquí, no queremos que se den cuenta que los estamos buscando a ambos.
Lucy asintió, sintiéndose dolorosamente inmadura. Había pensado que conocía el mundo, pero con cada día que pasaba, se daba cuenta que entendía cada vez menos. El Sr. Bridgerton se apartó, moviéndose dentro del cuarto. Se quedó de pie con las manos en las caderas, con la postura amplia mientras revisaba si había ocupantes en el naranjero.
– ¡Lord Fennsworth! -convocó Lady Bridgerton nuevamente.
En ese momento escucharon un susurro. Pero suave. Y lento. Como si alguien estuviera intentando esconder su presencia.
Lucy se volvió hacia el sonido, pero nadie avanzó. Se mordió el labio. Quizás simplemente era un animal. Había muchos gatos en Aubrey Hall. Ellos dormían en una pequeña jaula cerca de la puerta de la cocina, pero quizás uno de ellos se había perdido en el camino, y se había quedado encerrado en el naranjero.