No era de su incumbencia. Nada lo era.
Así que salió. Tenía que conseguirse una botella de brandy.
Y ahora aquí estaba. En la oficina de su hermano, bebiéndose el licor de su hermano, preguntándose que infiernos significaba todo esto. La Srta. Watson estaba perdida para él, eso estaba muy claro. A menos que claro, él quisiera secuestrar a la muchacha.
Lo cual no haría. Con toda seguridad. Ella probablemente chillaría como una idiota en todo el camino. Por no mencionar al pequeño asunto de que posiblemente se le había entregado a Fennsworth. Oh, y Gregory no iba a destruir su buena reputación. No faltaba más. Uno no secuestraba a una mujer de buena cuna -especialmente a una que estaba comprometida con un conde- y esperaba emerger con un buen nombre intacto.
Se preguntó lo que Fennsworth le había dicho para que salieran solos.
Se preguntó lo que Hermione había querido decir cuando dijo que había vibrado.
Se preguntó si ellos lo invitarían a la boda.
Hmmm. Probablemente. Lucy insistiría en ello, ¿no es verdad? Correcta para los detalles, eso era. Los buenos modales ante todo.
¿Y ahora qué? Después de tantos años de sentirse ligeramente sin objeto, de esperar, esperar, esperar a que todas las piezas de su vida estuvieran en su lugar, había pensado que finalmente había encontrado su camino. Había encontrado a la Srta. Watson y estaba listo para dar un paso adelante y conquistarla.
El mundo había sido luminoso, bueno y lleno de promesas.
Oh, muy bien, el mundo había sido absolutamente luminoso, bueno y lleno de promesas antes. Nunca había sido infeliz en lo más mínimo. De hecho, a él realmente no le había importado esperar. Ni siquiera estaba seguro de haber querido encontrar a su novia tan pronto. Simplemente porque creyera que el verdadero amor existía no significaba que lo quería en seguida.
Había tenido una existencia muy agradable antes. Infiernos, la mayoría de los hombres cambiarían sus colmillos por tomar su lugar.
Fennsworth no, claro.
El pequeño perrito maldito, sin duda estaba trazando cada último detalle de su noche de bodas en ese minuto.
Pequeño encrespado…
Echó su bebida hacia atrás y se sirvió otra.
¿Entonces qué significaba esto? ¿Qué significaba cuando uno se encuentra con la mujer que te hace olvidar como respirar y ella se casaba con otra persona? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Sentarse y esperar a que el cuello de alguien más lo llevase al éxtasis?
Tomó otro sorbo. Ya había tenido suficiente con los cuellos. Ellos estaban excesivamente valorados.
Se reclinó en la silla, dejando caer pesadamente los pies en el escritorio de su hermano. Anthony lo odiaría, claro, ¿pero acaso él estaba en el cuarto? No. ¿Había él descubierto a la mujer con la que esperaba casarse en los brazos de otro hombre? No. Y actualmente, ¿su cara había servido como una bolsa de boxeo para un conde sorprendentemente en forma?
Definitivamente no.
Gregory se tocó cautelosamente su pómulo izquierdo. Y su ojo derecho.
No se iba a ver atractivo mañana, eso era seguro.
Pero Fennsworth tampoco, pensó alegremente.
¿Alegremente? ¿Acaso estaba contento? ¿Quién lo iba a pensar?
Soltó un largo suspiro, intentando evaluar su estado de sobriedad. Tenía que ser el brandy. Su felicidad no estaba en su agenda esa noche.
Aunque…
Gregory se puso de pie. Como si fuera una prueba. Una prueba científica. ¿Podía estar de pie?
Podía.
¿Podía caminar?
¡Sí!
¿Ah, pero podía caminar derecho?
Casi.
Hmmm. No estaba tan borracho como había pensado.
Debería salir. No tenía sentido desperdiciar su inesperado buen humor.
Caminó hacia la puerta y puso la mano sobre el pomo. Se detuvo, inclinando su cabeza para pensar.
Tenía que ser el brandy. De verdad, no había otra explicación para eso.
Capítulo 11
En el que nuestro héroe hace la única cosa que jamás habría anticipado.
La ironía de la noche no estaba perdida para Lucy mientras caminaba de regreso a su cuarto.
Sola.
Después del pánico del Sr. Bridgerton por la desaparición de Hermione… después de que Lucy le había reñido minuciosamente por escaparse sola en medio de lo que estaba resultando ser una noche escandalosa… después de que una pareja había sido forzada a comprometerse, por el amor de Dios -nadie había notado cuando Lucy abandonó el baile de máscaras sola.
Todavía no podía creer que Lady Bridgerton le hubiera insistido que regresara a la fiesta. Había llevado prácticamente a Lucy por el cuello, depositándola al cuidado de alguien o de otra tia soltera antes de buscar a la madre de Hermione, quien, se presumía, no tenía idea de la emoción que esperaba por ella.
Y por eso se había quedado de pie al extremo del salón de baile como una tonta, mirando al resto de los invitados, preguntándose como ellos, no hubieran podido ser conscientes de los eventos de la noche. Parecía inconcebible que tres vidas pudieran haber cambiado tan completamente, y que el resto del mundo continuara como de costumbre.
No, pensó, con mucha tristeza, en realidad -eran cuatro; el Sr. Bridgerton tenía que ser considerado. Sus planes para el futuro habían resultado ser decididamente diferentes a como habían sido al inicio de la noche.
Pero no, todo el mundo parecía perfectamente normal. Bailaban, reían, comían sándwiches que aún seguían penosamente revueltos en una fuente.
Era la visión más extraña. ¿Algo no debería parecer distinto? Alguien no debería acercarse a Lucy y decirle, con ojos inquisidores -Usted luce un poco alterada. Ah, ya sé. Su hermano debió haber seducido a su mejor amiga.
Nadie lo hizo, claro, y cuando Lucy miró su imagen en el espejo, estaba sorprendida de verse completamente inalterada. Un poco cansada, quizás, tal vez un poco pálida, pero aparte de eso, se veía como la Lucy de siempre.
Cabello rubio, no demasiado rubio. Ojos azules -otra vez, no demasiado azules. La boca torpemente formada que nunca parecía verse de la forma que quería, y la misma nariz indefinible con las mismas siete pecas, incluida aquella cercana a su ojo que nadie nunca parecía notar, excepto ella.
Se parecía a Irlanda. No sabía por qué eso le interesaba, pero siempre lo había hecho.
Suspiró. Nunca había ido a Irlanda, y probablemente nunca lo haría. Parecía tonto que eso le molestara tan de repente, ya que nunca había querido ir a Irlanda.
Pero si lo deseara, tendría que pedírselo a Lord Haselby, ¿verdad? No era muy diferente a tener que pedirle permiso al Tío Robert para hacer, bueno, algo, pero de algún modo…
Agitó la cabeza. Suficiente. Esa había sido una noche extraña, y ahora estaba de un extraño humor, atrapada en toda su extrañeza en medio de un baile de máscaras.
Estaba claro que tenía que acostarse.
Y entonces, después de treinta minutos de intentar aparentar como si estuviera disfrutando, finalmente fue claro que la tía solterona a la que le habían confiado su cuidado, no entendía el alcance de su asignación. No era una difícil deducción; ya que cuando Lucy había intentado hablarle, ella había entornado los ojos a través de su máscara y le había chillado:
– ¡Levanta la barbilla, niña! ¿Te conozco?
Lucy decidió que esa no era una oportunidad que debía ser desaprovechada, y por eso le contestó:
– Lo siento. Pensé que usted era otra persona -y salió directamente del salón de baile.
Sola.
De verdad, era casi cómico.
Casi.
Sin embargo, no era tonta, y ya que había cruzado lo suficiente de la casa esa noche para saber que mientras los invitados se habían esparcido hacia la parte oeste y sur del salón de baile, nunca se habían aventurado al ala norte, donde la familia tenía sus cuartos privados. Estrictamente hablando, Lucy tampoco debió haber salido de esa manera, pero después de lo que había sucedido en las últimas horas, pensaba que a lo mejor merecía un poco de libertad.