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Pero cuando llegó al enorme pasillo que conducía al ala norte, vio una puerta cerrada. Lucy parpadeó sorprendida; nunca había visto una puerta en ese lugar antes. Supuso que los Bridgertons las dejaban abiertas normalmente. Entonces su corazón se hundió. Seguramente debía estar con llave -¿por qué, cual era el propósito de cerrar una puerta, si no era parar a las personas afuera?

Pero el pomo de la puerta se volvió con facilidad. Lucy cerró cuidadosamente la puerta detrás de ella, derritiéndose prácticamente con el alivio. No podía soportar la idea de tener que regresar a la fiesta. Solo quería arrastrarse dentro de la cama, enroscarse debajo de las sábanas, cerrar los ojos y dormir, dormir, dormir.

Eso sonaba como el cielo. Y con suerte, Hermione no habría regresado todavía. O mejor aún, su madre le insistiría que permaneciera esa noche en su cuarto.

Sí, la privacidad parecía ser extremadamente atractiva en ese momento.

Estaba oscuro mientras caminaba, y callado, también. Después de un minuto, los ojos de Lucy se ajustaron a la oscuridad. No había linternas o velas para iluminar el camino, pero algunas puertas habían quedado abiertas, permitiendo que pálidos ejes de luz de luna, hicieran paralelogramos en la alfombra. Caminó despacio, y con una extraña clase de deliberación, cada paso era cuidadosamente medido y dirigido, como si estuviera balanceándose en una línea delgada, que se extendía directamente en el centro del pasillo.

Uno, dos…

Nada excepcional. Frecuentemente contaba sus pasos. Y siempre en los escalones. Se había sorprendido cuando llegó a la escuela y comprendió que las demás personas no lo hacían.

… tres, cuatro…

La alfombra del corredor lucía monocromática bajo la luz de la luna, pero Lucy sabía que los diamantes grandes eran rojos, y los más pequeños eran dorados. Se preguntó si era posible caminar únicamente sobre los dorados.

… cinco, seis…

O quizás sobre los rojos. Los rojos podrían ser más fáciles. Esta no era una noche para desafiarse.

… siete, ocho, n…

– ¡Oomph!

Chocó en algo. O estimado cielo, en alguien. Estaba mirando hacia abajo, siguiendo los diamantes rojos, y no había visto… ¿pero no debía la otra persona haberla visto a ella?

Manos fuertes la agarraron por los brazos y la sostuvieron. Y entonces…

– ¿Lady Lucinda?

Se congeló.

– ¿Sr. Bridgerton?

Su voz era baja y suave en la oscuridad.

– Esta si que es una coincidencia.

Se desenredó cuidadosamente -ya que él la había agarrado por los brazos para no permitir que se cayera- y dio un paso atrás. Él parecía muy grande en los cerrados confines del pasillo.

– ¿Qué está haciendo aquí? -preguntó ella.

Él le ofreció una mueca sospechosamente tranquila.

– ¿Qué está haciendo usted aquí?

– Voy a acostarme. Este pasillo parecía ser la mejor ruta -le explicó, y luego agregó con una expresión retorcida-: dado mi estado de desacompañamiento.

Él inclinó la cabeza. Arrugó la frente. Parpadeó. Y finalmente:

– ¿Es esa una queja?

Por alguna razón eso la hizo sonreír. No a sus labios, exactamente, sino a su interior, donde más importaba.

– Creo que no -contestó-, pero en realidad, no podría preocuparme.

Él sonrió débilmente, luego señaló con su cabeza al cuarto de donde había acabado de salir.

– Estaba en la oficina de mi hermano. Reflexionando.

– ¿Reflexionando?

– Había muchas cosas de las cuales reflexionar esta noche, ¿no le parece?

– Sí. -Echó un vistazo alrededor del pasillo. Solo en el caso de que hubiera alguien más, aunque estaba muy segura que no lo había-. En realidad, no debería estar aquí sola con usted.

Él asintió solemnemente.

– Yo no querría interrumpir su práctico compromiso.

Lucy ni siquiera había pensado en eso.

– Lo que quise decir fue, que después de lo que pasó con Hermione y… -y entonces parecía de algún modo insensible, aclararlo-. Bueno, estoy segura que usted lo sabe.

– Efectivamente.

Ella tragó saliva, luego intentó aparentar que no estaba mirando su rostro, para ver si estaba disgustado.

Él solo parpadeó, luego se encogió de hombros, y su expresión era…

¿Indiferente?

Se mordisqueó el labio. No, eso no podía ser. Debió haberlo interpretado mal. Había sido un hombre enamorado. Él se lo había dicho.

Pero eso no era de su incumbencia. Eso requería una cierta medida de autoreminiscencia (para agregar otra palabra rápidamente a la creciente colección) pero eso era. No era de su incumbencia. Ni un poco.

Bueno, excepto la parte sobre su hermano y su mejor amiga. Nadie podía decir que eso no le concernía. Si hubiera sido solo Hermione, o solo Richard, podría tener un argumento para dejar su nariz fuera de eso, pero con ambos envueltos, bueno, claramente estaba involucrada.

Con respecto al Sr. Bridgerton, sin embargo… nada era de su incumbencia.

Lo miró. El cuello de su camisa estaba aflojado, y podía ver un diminuto trozo de piel, donde sabía, no debía mirar.

Nada. ¡Nada! Era. De su incumbencia. Nada de eso.

– Bien -dijo, estropeando su tono determinado con una tos evidentemente involuntaria. Intermitente. Tos intermitente. Vagamente interrumpida por un-: Debo irme.

Pero salió más como… Bueno, salió como algo, que estaba segura, no podía deletrear con las veintiséis letras del idioma inglés. Tal vez con el cirílico podría hacerlo. O con el hebreo.

– ¿Está bien? -le preguntó él.

– Perfectamente bien -jadeó, entonces comprendió que volvía a mirar ese punto que ni siquiera estaba en su cuello. Era más bien en su pecho, lo que significaba que era una parte obviamente mucho más inapropiada.

Apartó sus ojos rápidamente, luego tosió de nuevo, pero esa vez fue a propósito. Porque tenía que hacer algo. Por otra parte sus ojos volvieron en seguida a donde no debían.

Él la miró, casi con solemnidad en su expresión, mientras se recuperaba.

– ¿Mejor?

Ella asintió con la cabeza.

– Me alegra.

¿Alegre? ¿Alegre? ¿Qué quería decir con eso?

Él se encogió de hombros.

– Odio cuando eso pasa.

Él solo es un ser humano, Lucy tonta. Uno que sabe como se siente una garganta reseca.

Se estaba volviendo loca. Estaba muy segura de eso.

– Debo irme -dijo ella bruscamente.

– Usted debe.

– De verdad debo.

Pero se quedó allí.

Él la estaba mirando de una forma muy extraña. Sus ojos entrecerrados -no de esa forma de persona con rabia, que usualmente se asociaba con los ojos entornados, sino como si estuviera pensando mucho en algo.

Reflexionando. Eso era. Estaba reflexionando, eso era lo que había dicho.

Solo que estaba reflexionando sobre ella.

– ¿Sr. Bridgerton? -preguntó ella con vacilación. Y no es que supiera que podría preguntarle cuando la reconociera.

– ¿Usted bebe, Lady Lucinda?

¿Beber?

– ¿Discúlpeme?

Él le ofreció una media sonrisa tímida.

– Brandy. Sé donde mi hermano guarda un material muy bueno.

– Oh. -Dios del cielo-. No, por supuesto que no.

– Lastima -murmuró.

– De veras, no puedo -agregó ella, porque, bueno, se sentía como si tuviera que explicarle.

Aunque claro, ella no bebía alcohol.

Y claro, él lo sabía.