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De algún modo su cara estaba más cerca cuando dijo, de nuevo:

– No.

– Es demasiado. -No podía dejar de mirarlo, no podía apartar los ojos de los suyos, y todavía estaba susurrándole -todo es demasiado- cuando ya no hubo ninguna distancia entre ellos.

Y sus labios… tocaron los suyos.

Era un beso.

Ella había sido besada.

Ella. Lucy. Por una vez le había pasado a ella. Estaba en el centro del mundo. Era la vida. Y le estaba pasando a ella.

Era extraordinario, porque eso se sentía tan grande, tan renovador. Y aunque fuera solo un beso -suave, solo un roce, tan ligero que le hacía cosquillas. Sentía una prisa, un escalofrío, un hormigueo muy ligero en el pecho. Su cuerpo parecía renacer, y al mismo tiempo congelarse en el lugar, como si un movimiento equivocado pudiera hacer que todo acabara.

Pero no quería que todo acabara. Que Dios la ayudara, quería esto. Quería este momento, y quería este recuerdo y quería…

Solo quería.

Todo. Algo que pudiera conseguir.

Algo que pudiera sentir.

Sus brazos vinieron alrededor de ella, y se apoyó en ellos, suspirando contra su boca mientras su cuerpo entraba en contacto con el suyo. Esto era, pensó confusamente. Esto era la música. Esto era una sinfonía.

Esto era una vibración. Más que una vibración.

Su boca se puso más urgente, y ella se abrió para él, disfrutando del calor de su beso. Le habló, le habló a su alma. Sus manos la apretaban más y más fuerte, y las de ella se enroscaron alrededor de él, descansando finalmente donde su cabello se unía con su cuello.

No había querido tocarlo, ni siquiera había pensado en ello. Sus manos parecían saber a dónde ir, cómo encontrarlo, atraerlo más cerca. Su espalda se arqueó y el calor entre ellos creció.

Y el beso siguió… y siguió.

Lo sentía en su estómago, lo sentía en las puntas de sus pies. Ese beso parecía estar en todas partes, por toda su piel, directamente debajo de su alma.

– Lucy -susurró él, sus labios habían dejado los suyos finalmente, para encender un caliente sendero desde su mandíbula hasta su oreja-. Dios mío, Lucy.

No quería hablar, no quería decir nada para romper ese momento. No sabía como llamarlo, no podía decirle Gregory, pero Sr. Bridgerton, ya no era lo correcto.

Él era ahora más que eso. Más suyo.

Había tenido razón antes. Todo estaba cambiando. No se sentía igual. Se sentía…

Despierta.

Su cuello se arqueó cuando él le pellizcó el lóbulo de su oreja, y gimió -sonidos suaves e incoherentes que se resbalaron de sus labios como una canción. Quería hundirse en él. Quería deslizarse a la alfombra y llevarlo con ella. Quería su peso, y quería tocarlo -quería hacer algo. Quería actuar. Quería ser atrevida.

Movió las manos hacia su pelo, hundiendo los dedos en sus mechones sedosos. Él soltó un pequeño gemido, y ese único sonido de su voz fue suficiente para hacer que su corazón latiera más rápido. Le estaba haciendo cosas extraordinarias en su cuello -con sus labios, su lengua, sus dientes- no sabía cual, pero una de ellas la estaba haciendo arder.

Sus labios bajaron por la columna de su garganta, derramando fuego a lo largo de su piel. Y sus manos -se habían movido. La estaban ahuecando, presionando contra él, y todo se sentía tan urgente.

Esto no era solo lo que quería. Era lo que necesitaba.

¿Esto era lo que le había pasado a Hermione? ¿Había salido inocentemente a dar un paseo con Richard y entonces… esto?

Lucy lo entendía ahora. Entendía lo que significaba querer algo que estaba equivocado, dejar que sucediera aunque pudiera conducir a un escándalo y…

Y entonces lo dijo. Lo probó.

– Gregory -susurró, probando el nombre en sus labios. Se sentía como una fiesta, intimo, como si pudiera cambiar al mundo y todo lo que la rodeaba con solo una palabra.

Si decía su nombre, entonces él podría ser suyo, y ella podría olvidarse de todo lo demás, podría olvidarse de…

Haselby.

Dios, estaba comprometida. Ya ni siquiera era un arreglo. Los papeles habían sido firmados. Y ella estaba…

– No -dijo, presionando las manos en su pecho-. No, no puedo.

Él le permitió empujarlo lejos. Ella volvió la cabeza, temerosa de mirarlo. Sabía… que si miraba su rostro…

Era débil. No podría resistirse.

– Lucy -dijo él, y comprendió que su sonido era tan difícil de soportar como ver su rostro.

– No puedo hacer esto -agitó la cabeza, sin todavía mirarlo-. No está bien.

– Lucy. -Y esta vez sintió sus dedos en su barbilla, instándole suavemente a enfrentarlo.

– Por favor permíteme escoltarte arriba -dijo.

– ¡No! -le salió demasiado fuerte, y se detuvo, tragando saliva incómodamente-. No puedo arriesgarme -dijo, permitiendo que sus ojos se encontraran finalmente con los suyos.

Fue un error. La forma en la que estaba mirándola a los ojos -sus ojos lucían severos, pero había algo más. Un toque de suavidad, de calor. Y curiosidad. Como si… como si no estuviera seguro de lo que estaba viendo. Como si estuviera mirándola por primera vez.

Cielo santo, esa era la parte que no podía soportar. Ni siquiera estaba segura del por qué. Quizás era porque la estaba mirando. Quizás era porque la expresión era tan… suya. Quizás era por ambas cosas.

Quizás eso no importaba.

Pero todo la aterraba al mismo tiempo.

– No me disuadirá -dijo-. Su seguridad es mi responsabilidad.

Lucy se preguntó lo que le había pasado al hombre ligeramente borracho, y muy jovial con el que había estado conversando sólo hace unos momentos. En su lugar había una persona completamente diferente. Alguien que estaba realmente a cargo de la situación.

– Lucy -dijo, y no era exactamente una pregunta, era un recordatorio. Él ganaría de todos modos, tenía que reconocerlo.

– Mi cuarto no está lejos -dijo ella, probando una última vez, de todos modos-. De verdad, no necesito su ayuda. Está arriba de esas escaleras.

Y por el pasillo y alrededor de una esquina, pero él no tenía que saber eso.

– La acompañaré a las escaleras, entonces.

Lucy sabía que era mejor no discutir. Él no cedería. Su voz era queda, pero con una agudeza, que no sabía si había escuchado allí antes.

– Y me quedaré allí hasta que llegue a su cuarto.

– Eso no es necesario.

Él la ignoró.

– Golpee tres veces cuando llegue.

– No voy a…

– Si no la escucho golpear, subiré las escaleras y me aseguraré personalmente de su bienestar.

Cruzó los brazos, y cuando lo miró se preguntó si él hubiera sido el mismo hombre si hubiera sido el hijo primogénito. Había una inesperada imperiosidad en él. Hubiera sido un excelente vizconde, decidió, aunque no estaba segura de que le hubiera gustado de ese modo. Lord Bridgerton la aterraba francamente, aunque debía tener su lado suave, para adorar a su esposa y a sus hijos como obviamente lo hacía.

Aún…

– Lucy.

Tragó saliva y rechinó los dientes, odiando tener que admitir que le había mentido.

– Muy bien -dijo de mala gana-. Si desea oír mi golpe, debe subir a la cima de las escaleras.

Él asintió con la cabeza y la siguió, los diecisiete pasos de camino hasta la cima.

– La veré mañana -dijo él.

Lucy no dijo nada. Tenía el presentimiento de que sería algo imprudente.

– La veré mañana -repitió.

Ella asintió, ya que parecía ser necesario, y no veía cómo podría evitarlo, sin embargo.

Y quería verlo. No debía quererlo, y sabía que no debía hacerlo, pero no podía evitarlo.

– Sospecho que nos marcharemos -dijo-. Quiero decir, regresaré con mi tío, y Richard… bueno, el tendrá asuntos que atender.