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Lucy asintió tristemente.

– Comprendí que no lo había entendido antes. Con el Sr. Edmonds -oh, pensé que estaba tan profundamente enamorada de él, pero no sabía lo que era el amor. Él era tan guapo, y me hacía sentir tímida y entusiasmada, pero nunca deseé besarlo. Nunca lo considere y sucedió, no porque lo quisiera, sino porque… porque…

¿Porque qué? Lucy quería gritar. Pero aún cuando había tenido el impulso, le faltaba energía.

– Porque era a donde yo pertenecía -terminó Hermione suavemente, y parecía asombrada, como si no lo hubiese comprendido antes, sino en ese preciso momento.

Lucy empezó a sentirse muy rara de repente. Sentía los músculos temblorosos, y tenía el más demente deseo de envolver sus manos en puños. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Por qué le estaba diciendo eso? Todos habían pasado mucho tiempo diciéndole que el amor era algo mágico, algo salvaje e incontrolable que llegaba como una tormenta.

¿Y ahora era algo más? ¿Era solo comodidad? ¿Algo pacífico? ¿Algo que realmente parecía agradable?

– ¿Qué sucedió con lo de escuchar música? -se escuchó así misma exigirle-. ¿Eso de ver la nuca, y saberlo?

Hermione le ofreció un desvalido encogimiento de hombros.

– No lo sé. Pero no confiaría en eso, si fuera tú.

Lucy cerró los ojos en agonía. No necesitaba que se lo advirtiera. Nunca había confiado en esa clase de sentimiento. No era de la clase que memorizaba sonetos de amor, y nunca lo sería. Pero del otro modo -el que tenía que ver con la sonrisa, la comodidad, el sentimiento agradable- en ese confiaría en un instante.

Y Dios del cielo, eso era lo que había sentido con el Sr. Bridgerton.

Todo eso y la música, también.

Lucy sentía como la sangre abandonaba su rostro. Había escuchado música cuando lo besó. Había sido una verdadera sinfonía, con elevados crescendos, sonora percusión e incluso eso que pulsaba en un pequeño latido que uno nunca notaba hasta que se arrastraba y tomaba el ritmo del corazón de uno.

Lucy había flotado. Había temblado. Sintió todas esas cosas que Hermione había dicho, había sentido con el Sr. Edmonds -y también todo lo que le había dicho que sentía con Richard.

Todo con una persona.

Estaba enamorada de él. Estaba enamorada de Gregory Bridgerton. La comprensión no podía ser más clara…o más cruel.

– ¿Lucy? -preguntó Hermione con vacilación. Y entonces de nuevo-: ¿Lucy?

– ¿Cuándo es la boda? -preguntó Lucy abruptamente. Porque cambiar de tema era lo único que podía hacer. Se volvió, miró directamente a Hermione y le sostuvo la mirada por primera vez en la conversación-. ¿Has comenzado a hacer planes? ¿Será en Fenchley?

Detalles. Los detalles eran su salvación. Siempre lo habían sido.

La expresión de Hermione lucía confusa, luego preocupada, y después dijo:

– Yo… no, creo que va a ser en la Abadía. Es mucho más grande. Y… ¿estás segura que estás bien?

– Muy bien -dijo Lucy bruscamente, y sonaba como ella misma, así que quizás eso podría significar que se sentía también de esa forma-. Pero no mencionaste cuando.

– Oh. Pronto. Me dijeron que anoche había personas cerca al naranjero. No estoy segura de lo que escuché -o repetí- pero los susurros han empezado, por eso tenemos que organizarlo todo lo más rápido posible. -Hermione le brindó una dulce sonrisa-. Eso no me importa. Y creo que a Richard tampoco.

Lucy se preguntó cual de las dos llegaría primero al altar. Esperaba que fuera Hermione.

Se escuchó un golpe en la puerta. Era una criada, seguida por dos lacayos, que venían a llevarse los baúles de Lucy.

– Richard desea partir temprano -le explicó Lucy, aunque no había visto a su hermano desde los eventos sucedidos la noche anterior. Hermione seguramente conocía sus planes mejor que ella.

– Piénsalo, Lucy -dijo Hermione, mientras andaba hacia la puerta-. Ambas seremos condesas. Yo de Fennsworth y tú de Davenport. Las dos, seremos toda una sensación.

Lucy sabía que estaba intentando animarla, por eso usó cada onza de su energía para obligarse a sonreír al alcanzar sus ojos, cuando dijo:

– Será muy divertido, ¿no te parece?

Hermione le tomó la mano y se la apretó.

– Oh, lo será, Lucy. Ya lo verás. Estamos al alba de un nuevo día, y será luminoso, en efecto.

Lucy le dio un abrazo a su amiga. Esa era la única forma que pensó, podría ayudarla a esconder la cara de su vista.

Porque no había manera de poder fingir su risa esa vez.

* * * * *

Gregory la encontró justo a tiempo. Ella estaba frente al camino, sorprendentemente sola, alejada del manojo de sirvientes que corrían por todos lados. Podía verle su perfil, la barbilla ligeramente ladeada mientras miraba como sus baúles eran cargados en el carruaje. Lucía… serena. Cuidadosamente firme.

– Lady Lucinda -la llamó.

Ella permaneció muy quieta antes de volverse. Y cuando lo hizo, sus ojos lucían dolidos.

– Me alegro de haberla alcanzado -dijo él, aunque ya no estaba tan seguro de eso. Ella no parecía feliz de verlo. No lo había esperado.

– Sr. Bridgerton -dijo. Sus labios se arrugaron en las esquinas, como si pensara que estaba sonriendo.

Había cientos de cosas diferentes que él podría haberle dicho, pero por supuesto, escogió la menos importante y la más obvia.

– Veo que se marcha.

– Sí -dijo ella, después de la más vacía de las pausas-. Richard desea partir temprano.

Gregory echó un vistazo alrededor.

– ¿Está aquí?

– No aún. Imagino que está despidiéndose de Hermione.

– Ah. Sí. -Se aclaró la garganta-. Por supuesto.

La miró, y ella lo miró, y ambos se quedaron callados.

Incómodos.

– Quería decirle que lo siento -dijo él.

Ella… no sonrió. No estaba seguro de lo que era su expresión, pero no era una sonrisa.

– Por supuesto -dijo.

¿Por supuesto? ¿Por supuesto?

– La acepto. -Lo miró ligeramente sobre su hombro-. Por favor, no piense en eso otra vez.

Eso era lo que ella debía decirle, pero aún así, molestaba a Gregory. La había besado, y había sido estupendo, y si deseaba recordarlo, nadie se lo impediría.

– ¿La veré en Londres? -preguntó.

Levantó la mirada hacia él, y sus ojos se encontraron finalmente con los suyos. Estaba buscando algo. Estaba buscando algo en su interior, que él no creyó que encontraría.

Lo miraba demasiado sombría, demasiado cansada.

Demasiado diferente a ella.

– Espero que sí -contestó-. Pero no será lo mismo. Usted sabe, que estoy comprometida.

– Prácticamente comprometida -le recordó él, sonriendo.

– No. -Agitó la cabeza, lenta y resignadamente-. Ahora lo estoy de verdad. Por eso Richard vino a llevarme a casa. Mi tío ha finalizado los acuerdos. Creo que las amonestaciones se leerán pronto. Está concretado.

Sus labios se separaron con sorpresa.

– Ya veo -dijo él, y su mente corrió. Y corrió y corrió, y no llegó absolutamente a ninguna parte-. Le deseo lo mejor -dijo, porque ¿qué más podía decir?

Ella asintió, inclinando la cabeza hacia el extenso césped verde que estaba delante de la casa.

– Creo que daré una vuelta alrededor del jardín. Me espera un largo viaje.

– Claro -dijo él, ofreciéndole una breve cortesía. Ella no deseaba su compañía. Eso no podía ser más claro, aunque lo hubiera dicho con palabras.

– Ha sido estupendo conocerlo -dijo ella. Sus ojos se clavaron en los suyos, y por primera vez en la conversación, él la vio, vio directamente todo su interior, cansado y herido.

Y se dio cuenta de que le estaba diciendo adiós.