– Lo siento… -se detuvo, mirando a un lado. A un muro de piedra-. Siento que nada haya salido como usted lo había esperado.
Yo no, pensó, y comprendió que era verdad. Tuvo una imagen súbita de su vida casado con Hermione Watson, y estaba…
Aburrido.
Buen Dios, ¿Cómo no lo había comprendido hasta ahora? Él y la Srta. Watson no estaban hechos el uno para el otro, y de verdad, se había escapado por muy poco.
No era muy probable que confiara en su juicio la próxima vez en los asuntos del corazón, pero eso era mucho más preferible que un matrimonio aburrido. Supuso que tenía que agradecerle a Lady Lucinda por eso, aunque no estaba seguro del por qué. Ello no había estado en contra de su matrimonio con la Srta. Watson; de hecho, lo había animado en todo momento.
Pero de algún modo era responsable de hacerlo recapacitar. Si había algo que debía ser reconocido esa mañana, era eso.
Lucy hizo señas nuevamente hacia el césped.
– Daré ese paseo -dijo.
Él asintió como saludo, y la miró mientras se alejaba. Su cabello estaba aplanado pulcramente en un moño, los mechones rubios atrapaban la luz del sol, como la miel y la mantequilla.
Realmente esperó un rato, no porque esperara que se diera la vuelta, o incluso porque esperara que ella lo hiciera.
Era por si acaso.
Porque ella podría hacerlo. Podría darse la vuelta, y podría tener que decirle algo, y entonces él le contestaría, y ella podría…
Pero no lo hizo. Siguió caminando. No se dio la vuelta, no miró hacia atrás, y él se pasó sus últimos minutos mirando su nuca. Y todo lo que pensó fue…
Algo no está bien.
Pero por su vida, que no sabía qué.
Capítulo 13
En el que nuestra heroína le da una breve mirada a su futuro.
Un mes después
La comida era exquisita, los utensilios de la mesa eran magníficos, el ambiente, más allá de lo opulento.
Sin embargo, Lucy, era miserable.
Lord Haselby y su padre, el conde de Davenport, habían venido a cenar a Fennsworth House, en Londres. Había sido una idea de Lucy, un hecho que ahora encontraba dolorosamente irónico. Solo faltaba para su boda una semana, y aún hasta esta noche, no había visto a su futuro esposo. No desde que la boda había pasado de probable a inminente, sin embargo.
Ella y su tío habían llegado a Londres una quincena antes, y después de que habían pasado once días sin haber visto ni una señal de su prometido, se había acercado a su tío y le había preguntado si podían arreglar algún tipo de reunión. Él había parecido más bien irritado, aunque no, Lucy estaba muy segura, porque pensara que su requerimiento era tonto. No, su mera presencia era todo lo que necesitaba para provocarle tal expresión. Se había parado en frente de él, y lo había obligado a levantar la mirada.
Al tío Robert no le gustaba ser interrumpido.
Pero aparentemente entendió la sabiduría en permitir que una pareja prometida compartiera unas palabras antes de encontrarse en una iglesia, ya que había dicho lacónicamente que se encargaría de hacer los arreglos.
Manteniendo a flote su pequeña victoria, Lucy le había preguntado si podía asistir a uno de los muchos eventos sociales que se estaban llevando a cabo prácticamente al frente de su casa. La temporada social de Londres había empezado, y todas las noches Lucy se quedaba de pie frente a la ventana, mirando como rodaban los carruajes elegantes. Una vez, se había celebrado una fiesta en St. James Square, justo en frente de Fennsworth House. La fila de carruajes había serpenteado alrededor de la calle, y Lucy había apagado las velas en su cuarto para que su silueta no se proyectara en la ventana, mientras observaba los eventos. Varios de los invitados se habían impacientado con la espera, y dado que el clima era tan agradable, se habían desembarcado al lado de su calle y habían caminado el resto del camino.
Lucy se había dicho que solamente quería ver los vestidos, pero en su corazón sabía la verdad.
Estaba buscando al Sr. Bridgerton.
No sabía lo que podría hacer si realmente lo viera. Apartarse de su vista, suponía. Él tenía que saber que esta era su casa, y seguramente tendría curiosidad de mirar la fachada, incluso si su presencia en Londres no era un hecho muy conocido.
Pero él no asistió a esa fiesta, y si lo hizo, su carruaje lo había depositado justo en frente del umbral.
O quizás él no estaba en Londres. Lucy no tenía ninguna forma de saberlo. Estaba atrapada en la casa con su tío y su envejecida y ligeramente sorda tía Harret, que había sido traída por cuestiones de conveniencia social. Lucy salía de la casa para viajar a donde la costurera y para pasear en el parque, pero a excepción de eso, estaba completamente sola, con un tío que no le hablaba y una tía que no podía escucharla.
Así que generalmente no tenía a nadie con quien hablar. Sobre Gregory Bridgerton o cualquier otro asunto.
Incluso en la extraña ocasión en la que veía a alguien que conocía, no podía preguntarle por él de buenas a primeras. Las personas pensarían que estaba interesada, lo cual, por supuesto era cierto, pero nadie, absolutamente nadie, debía saberlo.
Iba a casarse con otra persona. En una semana. Y aun cuando no fuera así, Gregory Bridgerton no le había mostrado ninguna señal de que podría estar interesado en ocupar el lugar de Haselby.
La había besado, era verdad, y había parecido preocupado por su bienestar, pero si era de los que creían que un beso exigía una propuesta de matrimonio, no le había hecho ninguna indicación. No había sabido que su compromiso con Haselby había sido arreglado -no cuando la había besado, y tampoco a la mañana siguiente cuando habían estado torpemente de pie en el camino. Solo había creído que estaba besando a una muchacha quien estaba completamente sin compromiso. Uno simplemente no hacía tal cosa, a menos que estuviera listo y deseoso de caminar hacia el altar.
Pero no Gregory. Cuando ella finalmente se lo había contado, no había parecido herido. Ni siquiera ligeramente perturbado. No había habido ninguna suplica para reconsiderar, o para intentar encontrar una forma para salir de eso. Todo lo que vio en su cara -y ella lo había mirado, oh, como lo había mirado- fue… nada.
Su cara, sus ojos -se habían visto casi vacíos. Quizás un toque de sorpresa, pero no sufrimiento ni alivio. Nada que le indicara que su compromiso significaba algo para él, de una u otra manera.
Oh, ella no creía que fuera un sirvenguenza, y estaba bastante segura que se hubiera casado con ella, si hubiera sido necesario. Pero nadie los había visto, y de ese modo, para el resto del mundo, eso nunca había pasado.
No había consecuencias. Para ninguno de los dos.
¿Pero no hubiera sido agradable si él hubiera parecido un poco disgustado? La había besado y la tierra había temblado -seguramente él también lo sintió. ¿No debería él haber querido más? ¿No debería, haberla querido, sino era para casarse, entonces por lo menos para la posibilidad de seguir haciendo eso?
Pero en su lugar le había dicho, «le deseo lo mejor», y eso había sonado tan definitivo. Cuando había estado allí, mirando como sus baúles eran cargados en el carruaje, había sentido como su corazón se rompía. Lo había sentido, en su pecho. Eso había dolido. Y cuando se alejó, todo fue mucho peor, ya que sentía como si su pecho se apretara y exprimiera hasta que pensó que quedaría sin aliento. Había empezado a moverse más rápidamente -tan rápido como podía, mientras seguía caminando normalmente, y entonces finalmente dio vuelta en una esquina y se derrumbó en un banco, dejando que su cara cayera desvalidamente entre sus manos.