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Y rezó para que nadie la viera.

Había querido mirar hacia atrás. Había querido robarle una última mirada y memorizar su postura -esa manera singular de apoyarse cuando estaba de pie, con las manos en la espalda, las piernas ligeramente apartadas. Lucy sabía que cientos de hombres asumían la misma postura, pero en él, era diferente. Él podía estar mirando en otra dirección, a metros y metros de distancia, y ella podría identificarlo.

También caminaba diferente, un poco desenvuelto y tolerante, como si una pequeña parte de su corazón todavía tuviera siete años. Se notaba en sus hombros, quizás en las caderas -era la clase de cosas que casi nadie podría notar, pero Lucy siempre le había prestado atención a los detalles.

Pero no había mirado atrás. Eso hubiera sido peor. Él probablemente no estaba mirándola, pero si lo estaba… y la veía dándose la vuelta…

Eso podría haber sido devastador. No estaba segura del por qué, pero lo hubiera sido. No quería que él la mirara a la cara. Había logrado permanecer serena en toda su conversación, pero una vez se había dado la vuelta, había sentido el cambio. Sus labios se habían apartado, y había tomado una enorme inspiración, como si se todo el aire se hubiese salido de sus pulmones.

Fue horrible. No quería que la viera así.

Además, él no estaba interesado. Había hecho de todo menos caerse de bruces, para disculparse por el beso. Sabía lo que tenía que hacer; la sociedad lo dictaba (sino era eso, entonces era un rápido viaje hacia el altar). Pero eso dolía al mismo tiempo. Quería pensar que él había sentido una diminuta fracción de lo que ella había sentido. Y no es que algo pudiera salir de eso, pero la habría hecho sentir mejor.

O quizás peor.

Y al final, eso no importaba. No importaba lo que su corazón supiera o no supiera, porque no podía hacer nada con eso. ¿Qué gracia tenían los sentimientos si uno no podía usarlos en un fin tangible? Tenía que ser práctica. Eso es lo que ella era. Era su única constante en un mundo que giraba demasiado rápidamente para su consuelo.

Pero aún -aquí en Londres- quería verlo. Era tonto y estúpido, seguramente era algo desaconsejable, pero lo quería de todos modos. Ni siquiera tenía que hablar con él. De hecho, probablemente no podría hablar con él. Pero un vistazo…

Un vistazo no le haría daño a nadie.

Pero cuando le había preguntado al tío Robert si podía asistir a una fiesta, se había negado, declarando que no tenía sentido perder tiempo o dinero en la temporada, cuando ya estaba en posesión del resultado deseado -una propuesta de matrimonio.

Además, le había informado, Lord Davenport deseaba que Lucy fuera presentada en sociedad como Lady Haselby, no como Lady Lucinda Abernathy. Lucy no estaba segura del por qué eso era importante, especialmente varios miembros de la sociedad ya la conocían como Lady Lucinda Abernathy, tanto los de la escuela y el «pulimento», que ella y Hermione habían sufrido esa primavera. Pero el tío Robert le había indicado (en su inimitable manera, en otras palabras, el decir algo sin palabras) que la entrevista había terminado, y estuvo listo para volver su atención a los papeles que estaban en su escritorio.

Por un breve instante, Lucy se quedó en el lugar. Tal vez si decía su nombre, él podría levantar la mirada. O quizás no. Pero si lo hacía, su paciencia podría estar a punto de acabar, y se sentiría disgustada, y no recibiría ninguna respuesta a sus preguntas, de todos modos.

Así que solo asintió y salió del cuarto. Aunque solo el cielo sabía por qué, se había molestado en asentir. El tío Robert nunca la miraba, una vez que la despedía.

Y ahora aquí estaba, en la cena que había pedido, y deseando -fervientemente- que nunca hubiera abierto su boca. Haselby estaba bien, incluso era absolutamente agradable. Pero su padre…

Lucy rezó para que no tuviera que vivir en la residencia de Davenport. Por favor, por favor que Haselby tenga su propia casa.

En Gales. O quizás en Francia.

Lord Davenport había, después de quejarse del tiempo, de la Cámara de los Comunes, y la ópera (los cuales encontraba, respectivamente, lluvioso, lleno de idiotas mal educados, y ¡por Dios ni siquiera está en inglés!) entonces volvió su ojo crítico hacia ella.

Le tomó a Lucy toda su fortaleza, no dar marcha atrás cuando descendió sobre ella. La miró como si fuera un pez con sobrepeso, con los ojos bulbosos y los labios gruesos, carnosos. Verdaderamente, Lucy no se había sorprendido de que él se hubiera arrancado la camisa para revelar sus agallas y escamas.

Y entonces… eeeeuhh… se estremecía de solo recordarlo. Se detuvo cerca de ella, tan ceca que su caliente y rancia respiración resoplaba alrededor de su cara.

Estaba de pie rígidamente, con la postura perfecta que había practicado desde su nacimiento.

Él le dijo que le mostrara los dientes.

Eso había sido humillante.

Lord Davenport la había inspeccionado como si fuera una yegua de cría, ¡incluso sobrepasándose al colocar sus manos en sus caderas para medirlas para el parto potencial! Lucy había quedado sin resuello y había mirado frenéticamente a su tío para que la ayudara, pero él tenía la cara endurecida y estaba mirando fijamente a otro lugar que no era su cara.

Y ahora que se habían sentado a comer…!Dios del cielo! Lord Davenport la estaba interrogando. Le había hecho cada pregunta concebible sobre su salud, de las áreas cubiertas que estaba segura no era conveniente para la compañía mixta, y entonces, solo cuando pensó que lo peor había terminado…

– ¿Se sabe las tablas?

Lucy parpadeó.

– ¿Discúlpeme?

– Sus tablas -le dijo él con impaciencia-. Seis, sietes.

Por un momento, Lucy no podía hablar. ¿Quería que le mostrara sus aptitudes matemáticas?

– ¿Y bien? -exigió él.

– Claro -tartamudeó ella. Miró nuevamente a su tío, pero aún seguía con su expresión de determinado desinterés.

– Enséñeme. -La boca de Davenport se estableció en una firme línea, en sus mejillas flácidas-. Será la del siete.

– Yo… ah… -Absolutamente desesperada, incluso intentó atrapar la mirada de la Tía Harriet, pero ella estaba completamente ignorante de los hechos y de hecho, no había proferido una palabra desde que había empezado la noche.

– Padre -lo interrumpió Haselby-, seguramente tú…

– Todo se trata de la cría -dijo Lord Davenport lacónicamente-. El futuro de la familia yace en su útero. Tenemos derecho a saber que estamos consiguiendo.

Lucy abrió la boca conmocionada. Luego comprendió que había movido una mano a su abdomen. Apresuradamente la dejó caer. Sus ojos fluctuaron de un lado al otro entre el padre y el hijo, sin estar segura de lo que se suponía debía decir.

– Lo último que necesitas, es una mujer que piense demasiado -estaba diciendo Lord Davenport-. Pero ella debe poder hacer algo tan básico como la multiplicación. Buen Dios, hijo, piensa en las ramificaciones.

Lucy miró a Haselby. Él apartó la mirada. Apologéticamente.

Tragó saliva y cerró los ojos por un momento para tomar fuerzas. Cuando los abrió, Lord Davenport estaba mirándola directamente, y sus labios estaban separados, comprendió que iba a hablar de nuevo, lo cual evidentemente no podría soportar, y…

– Siete, catorce, veintiuno -dijo bruscamente, interrumpiéndolo con su mejor esfuerzo-. Veintiocho, treinta y cinco, cuarenta y dos…

Se preguntó que haría él si no lo lograba. ¿Cancelaría el matrimonio?

– …cuarenta y nueve, cincuenta y seis…

Era tentador. Tan tentador.

– …sesenta y tres, setenta y siete…

Miró a su tío. Él estaba comiendo. Ni siquiera estaba mirándola.

– …ochenta y dos, ochenta y nueve…

– Eh, es suficiente -anunció Lord Davenport, deteniéndola cuando llego al ochenta y dos.