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Y entonces, como el cuarto prácticamente pulsaba con la ira, el Tío Robert caminó en la brecha.

– Estoy contento de que hayamos decidido celebrar la boda aquí en Londres -dijo, su voz incluso era suave y matizada con la finalidad, como si dijera- Hemos terminado con eso, entonces-. Como sabe -continuó, mientras todos los demás recobraban su compostura-, Fennsworth se casó en la Abadía hace dos semanas, y mientras con ello hizo honor a la memoria de la historia ancestral -creo que los últimos siete condes celebraron sus bodas en esa residencia- en realidad, casi nadie pudo asistir.

Lucy sospechaba que se había hecho de ese modo, por la naturaleza apresurada del evento, más que por su ubicación, pero no parecía tener mucho tiempo para pensar en ese asunto. Le había encantado la boda por su pequeñez. Richard y Hermione habían estado muy felices, y todos los asistentes habían salido con una sensación de amor y amistad. Había sido una ocasión verdaderamente alegre.

Hasta que se marcharon al día siguiente para su viaje de luna de miel en Brighton. Lucy se había sentido tan miserable y sola, cuando estaba de pie en el camino y se despidió de ellos.

Pero pronto regresarían, recordó. Antes de su propia boda. Hermione sería su única dama de compañía, y Richard iba a entregarla.

Y mientras tanto tenía que permanecer en compañía de la tía Harriet. Y de Lord Davenport. Y de Haselby, quien, o era absolutamente inteligente o completamente loco.

Una sonrisa gorgoteante -irónica, absurda y altamente inapropiada- se apretó en su garganta, escapando a través de su nariz con un resoplido poco elegante.

– ¿Eh? -gruñó Lord Davenport.

– No es nada -dijo ella rápidamente, tosiendo como mejor podía-. Solo es un poco de comida. Quizás es una espina.

Era casi cómico. Habría sido cómico, incluso, si lo hubiera estado leyéndolo en un libro. Tendría que haber sido una sátira, decidió, porque ciertamente no se trataba de un romance.

Y no podía soportar pensar, que podría convertirse en una tragedia.

Echó una mirada alrededor de la mesa a los tres hombres, que actualmente estaban arreglando su vida. Iba a tener que sacar lo mejor de eso. No tenía nada más que hacer. No tenía sentido sentirse miserable, sin importar lo difícil que era ver el lado bueno de las cosas. Y de verdad, podría ser mucho peor.

Así que hizo su mejor esfuerzo, y trató de mirarlo todo desde un punto de vista más práctico, catalogando mentalmente, todas las formas en la que esto habría sido mucho peor.

Pero en su lugar, la cara de Gregory Bridgerton vino a su mente -y también, todas las formas en la que todo habría sido mucho mejor.

Capítulo 14

En el que nuestro héroe y heroína son reunidos, y los pájaros de Londres son deleitados.

Cuando Gregory la vio, allí en Hyde Park en su primer día de regreso a Londres, su primer pensamiento fue…

Bueno, por supuesto.

Parecía tan natural encontrarse con Lucy Abernathy en la que era literalmente su primera hora en Londres. No sabía por qué; no había una razón lógica para que se encontraran. Pero ella había estado frecuentemente en sus pensamientos desde que se habían despedido en Kent. Y aunque había pensado que ella aún permanecía en Fennsworth, estaba extrañamente poco sorprendido de que fuera la primera cara conocida que veía en su regreso después de permanecer un mes en el campo.

Había llegado a la ciudad la noche anterior, muy cansado después de un viaje tan largo por los caminos inundados, y se había acostado inmediatamente. Cuando se despertó -más temprano que lo usual, en realidad- el mundo aún estaba inundado por las lluvias, pero el sol había salido y estaba muy brillante.

Gregory inmediatamente se había vestido para salir. Le encantaba la forma en la que el aire olía a limpio, después de una buena y tormentosa lluvia. Incluso en Londres. No, especialmente en Londres. Era la única vez que la ciudad olía así -densa y fresca, casi como las hojas.

Gregory vivía en un apartamento de un pequeño edificio en Marylebone, y aunque sus muebles eran de segunda y simples, le gustaba mucho ese lugar. Se sentía como en casa.

Su hermano y su madre lo habían, en múltiples ocasiones, invitado a vivir con ellos. Sus amigos pensaban que estaba loco por negarse; ambas residencias eran considerablemente más opulentas y en todo caso, con muchísimo más personal que su humilde morada. Pero prefería su independencia. Así no tendría que preocuparse de que estuvieran diciéndole que hacer -ellos sabían que no iba a escucharlos, y él sabía que no iba a escucharlos, pero en su mayoría, todos eran bastante amables con eso.

Era el escrutinio lo que no podía tolerar. Aun cuando su madre pretendía no interferir en su vida, sabía que estaba vigilándolo, tomando nota de su agenda social.

Y haciendo comentarios sobre ella. Violet Bridgerton podía, cuando la situación lo ameritaba, hablar sobre el tema de las damas jóvenes, las tarjetas de baile, y las coincidencias de eso (que se relacionaban con su hijo soltero) con una velocidad y facilidad que podrían hacer que la cabeza de un hombre maduro diera vueltas.

Y frecuentemente lo hacía.

Ahí está esa dama joven y esta otra dama y si podía hacerle el favor de bailar con ambas -dos veces- en la siguiente fiesta, y por nada del mundo, él debía olvidarse de la otra dama. La que estaba contra la pared, que él no había visto, de pie, sola. Su tía, debía recordar, era una amiga muy querida.

La madre de Gregory tenía muchos amigos muy queridos.

Violet Bridgerton había logrado exitosamente que siete de sus ocho hijos se establecieran en matrimonios felices, y ahora Gregory tenía que soportar solo, a su fervor casamentero. La adoraba, por supuesto, y adoraba que quisiera su bienestar y felicidad, pero a veces lo hacía querer arrancarse el pelo.

Y Anthony era peor. Él ni siquiera tenía que decirle algo. Normalmente, su mera presencia era suficiente para hacer que Gregory se sintiera de alguna manera, como si no estuviera manteniendo el buen nombre de la familia. Era muy difícil encontrar un camino en el mundo con el poderoso Lord Bridgerton mirando constantemente sobre el hombro de uno. Hasta donde Gregory sabía, su hermano mayor nunca había cometido un error en su vida.

Lo cual, lo hacía sentir mucho más culpable.

Pero, con suerte, ese fue un problema mucho más fácil de resolver de lo que había pensado. Gregory simplemente se había mudado. Se requirió una justa parte de su asignación para mantener su propia residencia, que aunque era pequeña, valía la pena pagar hasta el último penique.

Incluso algo tan simple como eso -salir de su casa sin que nadie le preguntara de por qué o a donde (o en el caso de su madre, con quien) -era estupendo. Fortalecedor. Era extraño como un mero paseo podía hacerlo sentir a uno como dueño de sí mismo, pero lo hacía.

Y entonces aquí estaba ella. Lucy Abernathy. En Hyde Park, cuando lo correcto era que ella, aún estuviera en Kent.

Estaba sentada en un banco, echándole pedazos de pan a un grupo desaliñado de pájaros, y Gregory recordó ese día en el que se había tropezado con ella en la parte trasera de Aubrey Hall. Esa vez, había estado sentada en un banco también, y había lucido tan apagada. En retrospectiva, Gregory comprendió que seguramente su hermano le había dicho que su compromiso había sido arreglado.

Se preguntó por qué ella no le había dicho eso.

Deseó que se lo hubiera contado.

Si hubiera sabido que ella estaba comprometida, nunca la habría besado. Eso iba en contra de todos los códigos de conducta que siempre había respetado. Un caballero no debía encontrarse furtivamente con la novia de otro hombre. Eso sencillamente no se hacía. Si hubiera sabido la verdad, se había apartado de ella esa noche, y hubiera…