Era muy peculiar, pensó Lucy, por no decir doloroso -discutir su inminente boda con él. Se sentía más insensible, en realidad.
– Eso era lo que mi tío quería -explicó, metiendo la mano en su cesto para sacar otro pedazo de pan.
– ¿Su tío sigue siendo el jefe de la familia? -preguntó Gregory, mirándola con una afable curiosidad-. Su hermano es el conde. ¿Acaso no ha alcanzado su mayoría de edad?
Lucy lanzó todo el pedazo de pan al suelo, y observó con un mórbido interés, como las palomas se ponían como locas.
– Sí-contestó-. El año pasado. Pero está satisfecho con permitirle a mi tío que se ocupe de los asuntos de la familia mientras él continúa sus estudios de postgrado en Cambridge. Supongo que asumirá muy pronto, ahora que está -le ofreció a él una sonrisa de disculpa-, casado.
– No se preocupe por mis sentimientos -le aseguró-. Estoy muy recuperado.
– ¿De verdad?
Le ofreció un pequeño encogimiento de un solo hombro.
– La verdad sea dicha, me considero afortunado.
Ella sacó otro pedazo de pan, pero sus dedos se helaron antes de rebanar el pedazo.
– ¿En serio? -le preguntó, volviéndose hacia él con interés-. ¿Cómo puede ser posible?
Él pestañeó sorprendido.
– Es muy directa, ¿verdad?
Ella se ruborizó. Lo sentía, rosa, caliente y horrible sobre sus mejillas.
– Lo siento -dijo-. Fue muy grosero de mi parte. Es solo que usted estaba tan…
– No diga nada más -la cortó, y la hizo sentir mucho peor, porque había estado a punto de describir -probablemente con meticulosos detalles- lo muy enamorado que había estado de Hermione. Lo cual, si estuviera en su posición, no desearía recordar.
Él se volvió. La miró con una contemplativa clase de curiosidad.
– Usted dice eso frecuentemente.
– ¿Lo siento?
– Sí.
– Yo… no sé. -Sus dientes se apretaron, y se sintió muy tensa. Incómoda. ¿Por qué le había preguntado eso?-. Es lo que siempre hago -dijo, y lo dijo con firmeza, porque… Bueno, porque. Esa debía ser una razón suficiente.
Él asintió con la cabeza. Y eso la hizo sentir mucho peor.
– Es lo que soy -agregó defensivamente, aunque él había estado de acuerdo con ella, por el amor de Dios-. Suavizo las cosas y lo hago todo bien.
En ese momento, lanzó el último pedazo de pana al suelo.
Sus cejas se levantaron, y los dos se volvieron al unísono a mirar el caos resultante.
– Bien hecho -murmuró.
– Hago lo mejor que puedo -dijo ella-. Siempre.
– Ese es un rasgo muy loable -dijo él suavemente.
Y con eso, de algún modo, se puso furiosa. Realmente, de verdad, bestialmente enfadada. No quería ser elogiada por llegar en segundo lugar. Era como ganar un premio por los zapatos más bonitos en una carrera pedestre. Irrelevante y fuera de lugar.
– ¿Y qué hay de usted? -le preguntó, su voz se puso estridente-. ¿Hace siempre lo mejor? ¿Es por eso que dice que se ha recuperado? ¿Usted no fue el que compuso una rapsodia sobre el simple pensamiento del amor? Dijo que lo era todo, que no había elección. Dijo…
Se interrumpió, horrorizada por su tono. Él la estaba mirando fijamente como si se hubiera vuelto loca, y quizás era cierto.
– Usted dijo muchas cosas -masculló, esperando que eso pusiera fin a la conversación.
Debería irse. Había estado sentada en el banco, al menos quince minutos antes de que él hubiera llegado, estaba húmedo y ventoso, y su sirvienta no estaba lo suficientemente abrigada, y si pensaba mucho más en eso, probablemente tenía más de cien cosas que hacer en casa.
O por lo menos un libro que leer.
– Lo siento si la molesté -dijo Gregory con voz queda.
Ella no se atrevía a mirarlo.
– Pero no le estoy mintiendo -dijo él-. De verdad, ya no pienso en la Señorita -perdoneme, en Lady Fennsworth- con mucha frecuencia, excepto, quizás, para comprender que no éramos el uno para el otro, después de todo.
Ella se volvió hacia él, y comprendió que quería creerle. Realmente quería.
Porque si él podía olvidarse de Hermione, quizás ella podría olvidarse de él.
– No sé como explicarlo -dijo él, y agitó la cabeza, como si estuviera tan perplejo como ella-. Pero si usted cae loca e inexplicablemente enamorada…
Lucy se heló. Él no iba a decirlo. Con seguridad, no podría decirlo.
Él se encogió de hombros.
– Bueno, no confiaría en ello.
Dios Santo. Eran las mismas palabras de Hermione. Exactamente.
Intentó recordar lo que le había contestado a Hermione. Porque tenía que decirle algo. De otro modo, notaría su silencio, se volvería, y le ofrecería esa mirada tan enervante. Y le haría preguntas, y no sabría como responderle, y…
– No creo que eso me pase a mí -dijo ella, las palabras prácticamente se derramaron de su boca.
Él se volvió, pero ella mantuvo su cara escrupulosamente hacia delante. Y deseó desesperadamente no haber tirado todo el pan. Sería mucho más fácil evitar mirarlo si pudiera pretender que estaba haciendo otra cosa.
– ¿No cree que algún día pueda enamorarse? -preguntó él.
– Bueno, quizás -dijo ella, tratando de parecer alegre y sofisticada-. Pero no eso.
– ¿Qué?
Inhaló, odiando que la estuviera obligando a explicarse.
– Esa desesperada clase de cosa que usted y Hermione repudian -dijo-. Yo no soy de esa clase, ¿no le parece?
Se mordió el labio, y finalmente se atrevió a mirar en su dirección. ¿Porque que tal que le dijera que estaba mintiendo? ¿O si se diera cuenta que ella ya estaba enamorada… de él? Se avergonzaría más allá de la comprensión, pero ¿acaso no sería bueno que él lo supiera? Por lo menos entonces, no tendría que preguntarse.
La ignorancia no era una bendición. No para alguien como ella.
– Pero eso no viene al caso -continuó, porque no podía soportar el silencio-. Voy a casarme con Lord Haselby en una semana, y jamás me desviaría de mis votos. Yo…
– ¿Haselby? -todo el cuerpo de Gregory dio un giro cuando se dio la vuelta para mirarla a la cara-. ¿Usted se va a casar con Haselby?
– Sí -dijo ella, pestañeando furiosamente. ¿Qué clase de reacción era esa?-. Pensé que lo sabía.
– No. No lo sabía… -parecía consternado. Estupefacto.
Cielo Santo.
Él agitó la cabeza.
– No puedo imaginar por qué razón no lo sabía.
– No era un secreto.
– No -dijo él, un poco enérgicamente-. Quiero decir, no. No, claro que no. No debí insinuarlo.
– ¿Usted tiene a Lord Haselby en muy baja estima? -preguntó ella, escogiendo sus palabras con extremo cuidado.
– No -contestó Gregory, agitando la cabeza -pero solo un poco, como si no fuera lo suficientemente consciente de estar haciéndolo-. No. Lo conozco desde hace varios años. Fuimos juntos a la escuela. Y a la universidad.
– ¿Entonces, tienen la misma edad? -preguntó Lucy, y se le ocurrió que era injusto que ni siquiera conociera la edad de su novio. Pero tampoco estaba segura de la edad de Gregory.
Él asintió con la cabeza.
– Él es muy… afable. La tratará bien. -Se aclaró la garganta-. Gentilmente.
– ¿Gentilmente? -repitió ella. Esa parecía una extraña elección de palabras.
Sus ojos se encontraron con los suyos, y en ese momento comprendió que él no la había mirado desde que le había dicho el nombre de su novio. Pero no habló. En su lugar, la miró fijamente, sus ojos eran tan intensos que cambiaban de color. Eran marrones con verde, y después parecían casi empañarse.
– ¿Qué pasa? -susurró ella.