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– No es nada de importancia -dijo él, pero no sonaba como siempre-. Yo… -y entonces apartó la mirada, rompiendo el hechizo-. Mi hermana -dijo, aclarándose la garganta-. Está organizando una fiesta para la noche de mañana. ¿Le gustaría asistir?

– Oh sí, eso sería maravilloso -dijo Lucy, aunque sabía que no debía. Pero había pasado tanto tiempo desde que había tenido cualquier tipo de interacción social, y tampoco iba a poder pasar más tiempo en su compañía, una vez estuviera casada. No debía torturarse a sí misma ahora, anhelando algo que no podría tener, pero no podía evitarlo.

A recoger sus capullos.

Ahora. Porque de verdad, cuando el resto…

– Oh, pero no puedo -dijo, mientras la desilusión transformaba a su voz, en casi un gimoteo.

– ¿Por qué no?

– Es por mi tío -contestó, suspirando-. Y Lord Davenport… el padre de Haselby.

– Sé quien es.

– Por su puesto. Yo estoy sor… -se interrumpió. No iba a decírselo-. Ellos no desean que me presente aún.

– Discúlpeme. ¿Por qué?

Lucy se encogió de hombros.

– No tiene sentido que me presente en sociedad como Lady Lucinda Abernathy cuando seré Lady Haselby en una semana.

– Eso es ridículo.

– Es lo que ellos dicen -frunció el ceño-. Y creo que tampoco desean hacer el gasto.

– Usted asistirá mañana en la noche -dijo Gregory firmemente-. Me ocuparé de ello.

– ¿Usted? -le preguntó Lucy dudosamente.

– No yo -le respondió, como si se hubiera vuelto loca-. Mi madre. Confíe en mí, cuando se trata de asuntos de lenguaje social y refinamientos, puede lograrlo todo. ¿Tiene una chaperona?

Lucy asintió con la cabeza.

– Mi tía Harriet. Es un poco frágil, pero estoy segura que puede asistir a una fiesta si mi tío lo permite.

– Él lo permitirá -dijo Gregory confiadamente-. La hermana en cuestión, es la mayor. Daphne -entonces le aclaró-: Su gracia, la Duquesa de Hastings. Su tío no le diría no a una duquesa, ¿verdad?

– Creo que no -dijo ella lentamente. Lucy no podía pensar en alguien que le dijera no a una duquesa.

– Entonces, así será -dijo Gregory-. Tendrá noticias de Daphne en la tarde. Se incorporó, ofreciéndole la mano para ayudarla a levantarse.

Ella tragó saliva. Sería agridulce tocarlo, pero puso la mano en la suya. Se sentía calurosa, y cómoda. Segura.

– Gracias -murmuró, retirando su mano para envolver las dos alrededor del asa de su canasta. Le hizo un gesto a su sirvienta con la cabeza, y esta inmediatamente empezó a caminar a su lado.

– Hasta mañana -dijo él, arqueándose casi formalmente mientras esperaba su adiós.

– Hasta mañana -repitió Lucy, preguntándose si era verdad. Nunca había sabido que su tío cambiara de opinión antes. Pero quizás…

Posiblemente.

Esperanzadamente.

Capítulo 15

En el que nuestro héroe aprende que no es, y probablemente nunca será, tan sabio como su madre.

Una hora después, Gregory estaba esperando en la sala de estar del Número Cinco, de Bruton Street, la casa de su madre en Londres, desde que ella había insistido en dejar vacante Bridgerton House, después del matrimonio de Anthony. También había sido su casa, hasta que encontró sus propios alojamientos varios años antes. Su madre, ahora vivía allí sola, desde que su hermana menor se había casado. Gregory se aseguraba de visitarla por lo menos dos veces a la semana, cuando estaba en Londres, pero nunca dejaba de sorprenderlo lo callada que la casa parecía ahora.

– ¡Querido! -exclamó su madre, entrando al cuarto con una amplia sonrisa-. No pensé verte sino hasta esta noche. ¿Cómo ha sido tu día? Y cuéntame todo sobre Benedict, Sophie y los niños. Es un crimen la poca frecuencia con la que veo a mis nietos.

Gregory sonrió indulgentemente. Su madre había visitado Wiltshire solo un mes atrás y lo hacía varias veces al año. Rápidamente hizo un repaso de las noticias de los cuatro hijos de Benedict, haciendo énfasis en la pequeña Violet, su homónima. Una vez que ella había agotado su suministro de preguntas, él dijo:

– En realidad, Madre, tengo un favor que pedirte.

La postura de Violet siempre era extraordinaria, pero aún así, pareció enderezarse un poco.

– ¿De verdad? ¿Qué necesitas?

Le habló sobre Lucy, haciendo su narración lo más breve posible, para que su madre no llegara a conclusiones inapropiadas sobre su interés en ella.

Su madre siempre tendía a ver a toda mujer soltera como una novia potencial. Incluso aquellas que tenían una boda fijada para el fin de semana.

– Claro que te ayudaré -dijo ella-. Eso será muy fácil.

– Su tío está determinado en mantenerla recluida -le recordó Gregory.

Ella borró con un gesto de la mano su advertencia.

– Es un juego de niños, mi querido hijo. Déjame esto a mí. Me encargaré rápidamente de ello.

Gregory decidió no proseguir con el asunto. Si su madre decía que sabía como lograr que alguien asistiera a un baile, entonces debía creerle. Seguir cuestionándola solo haría que ella creyera que tenía una segunda intención.

Lo cual no era cierto.

Es solo que Lucy le caía bien. La consideraba su amiga. Y deseaba que se divirtiera un poco.

Era admirable, de verdad.

– Haré que tu hermana le envíe una invitación con una nota personal -meditó Violet-. Y quizás, se lo pediré directamente a su tío. Podría mentirle y decirle que me la encontré en el parque.

– ¿Mentirle? -los labios de Gregory dibujaron una sonrisa-. ¿Tú?

La sonrisa de su madre era claramente diabólica.

– No importa si no me cree. Esa es una de las ventajas de tener avanzada edad. Nadie se atrevería a rebatir a un viejo dragón como yo.

Gregory levantó las cejas, negándose a caer en su cebo. Violet Bridgerton podría ser la madre de ocho hijos adultos, pero con su cutis lechoso, sin arrugas, y su amplia sonrisa, no lucía como alguien que pudiera ser llamada vieja. De hecho, Gregory se había preguntado a menudo, por qué no había vuelto a casarse. No había ninguna escasez de viudos enérgicos que clamaban llevarla a una cena o levantarse para un baile. Gregory sospechaba que cualquiera de ellos podría haber brincado ante la oportunidad de casarse con su madre, solo si ella les hubiera mostrado interés.

Pero no lo hizo, y Gregory tenía que admitir que estaba egoístamente alegre por eso. A pesar de su entrometimiento, había algo realmente consolador en su devoción a sus hijos y nietos.

Su padre llevaba muerto más de dos docenas de años. Gregory no tenía ni el más ligero recuerdo del hombre. Pero su madre había hablado de él a menudo, y siempre que lo hacía, su voz cambiaba. Sus ojos se ablandaban, y las esquinas de sus labios se movían -solo un poco, solo lo suficiente para que Gregory viera los recuerdos en su cara.

En esos momentos entendía por qué era tan firme en que sus hijos escogieran a sus parejas por amor.

Él siempre había planeado complacerla. Era irónico, de verdad, dada la farsa con la Srta. Watson.

Justo entonces una criada llegó con una bandeja de té, que puso sobre la pequeña mesa que había entre ellos.

– El cocinero preparó tus bizcochos favoritos -dijo su madre, dándole una taza preparada exactamente como a él le gustaba -sin azúcar, y un poco de leche.

– ¿Te anticipaste a mi visita? -preguntó.

– No esta tarde, no. -Dijo Violet, tomando un sorbo de su té-. Pero sabía que no estarías lejos mucho tiempo. Obviamente necesitarías tu sustento.

Gregory le ofreció una sonrisa ladeada. Era verdad. Como muchos hombres de su edad y estatus, no tenía sitio en su apartamento para una cocina apropiada. Comía en las fiestas, y en su club, y, por supuesto, en las casas de su madre y hermanos.

– Gracias -murmuró, aceptando el plato donde le había amontonado seis bizcochos.