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– He hecho de esto un enredo, ¿verdad? -dijo Violet con un ceño-. Todo lo que he tratado de decirte es que nunca has tenido que esforzarte mucho para conseguir tus metas. No estoy segura, de si eso es un resultado de tus habilidades, o de tus metas.

Él no dijo nada. Sus ojos encontraron un punto particularmente intrincado en el tejido estampado que cubría las paredes, y su atención estaba fija, incapaz de enfocarse en otra cosa, mientras su mente daba vueltas.

Y anhelaba.

Antes de que hubiera comprendido lo que estaba pensando, preguntó:

– ¿Qué es lo que debo hacer con mis hermanos?

Ella pestañeó sin comprenderlo, y entonces finalmente murmuró:

– Oh, ¿hablas sobre tu necesidad de probarte?

Él asintió con la cabeza.

Ella frunció los labios. Pensó. Y dijo:

– No estoy segura.

Él abrió la boca. Esa no era la respuesta que había esperado.

– No lo sé todo -dijo ella, y sospechó que esa era la primera vez, que esa particular colección de palabras cruzaba sus labios.

– Supongo -dijo ella, lenta y pensativamente-, que tú… bueno, es una extraña combinación, debo pensar. O quizás no es tan extraña, cuando tienes tantos hermanos y hermanas mayores que tú.

Gregory esperó a que pusiera en orden sus pensamientos. El cuarto estaba silencioso, el aire absolutamente quieto, pero aún se sentía como si algo estuviera presionándolo, apretándolo por todas partes.

No sabía lo que ella iba a decir, pero de algún modo…

Lo sabía…

Le importaba.

Quizás más que nada que había escuchado en la vida.

– Tú no deseas pedir ayuda -dijo su madre-, porque es muy importante para ti que tus hermanos te vean como un hombre maduro. Pero al mismo tiempo… bueno, la vida ha sido fácil para ti, y a veces pienso que tú no lo intentas.

Sus labios se separaron.

– Y no es que te niegues a intentar -se aceleró en agregar-. Es solo que la mayor parte del tiempo no tienes que hacerlo. Y cuando algo requiere demasiado esfuerzo… si es algo que no puedes lograr, decides que no vale la pena molestarse.

Gregory se dio cuenta que sus ojos se apartaron de ese punto en la pared, donde la vid se retorcía tan curiosamente.

– Se lo que significa trabajar para conseguir algo -dijo él con voz queda. Luego se volvió hacia ella, mirándola de lleno en la cara-. Querer algo desesperadamente y saber que no podrá ser tuyo.

– ¿De verdad? Me alegra. -Estiró la mano para alcanzar su té, pero al parecer cambió de parecer y lo miró-. ¿Lo conseguiste?

– No.

Sus ojos se pusieron un poco tristes.

– Lo siento.

– Yo no -dijo él rígidamente-. Ya no.

– Oh. Bien. -Se removió en su asiento-. Entonces no lo siento. Imagino que por eso, ahora eres un mejor hombre.

El impulso inicial de Gregory fue ofenderse, pero se encontró diciendo:

– Creo que tienes razón.

Para hacer más grande su sorpresa, lo que dijo era cierto.

Su madre le sonrió sabiamente.

– Me alegro de que puedas verlo de ese modo. La mayoría de los hombres no pueden. -Echó un vistazo hacia el reloj y soltó un gorjeo de sorpresa-. Oh querido, mira que hora es. Le prometí a Portia Featherington que la visitaría esta tarde.

Gregory se incorporó cuando su madre se puso de pies.

– No te preocupes por Lady Lucinda -dijo, corriendo hacia la puerta-. Me encargaré de todo. Y por favor, termina tu té. Me preocupa, que vivas solo, sin una mujer que se ocupe de ti. Si sigues otro año así, te quedarás solo en piel y huesos.

Él la acompañó a la puerta.

– Como una indirecta para el matrimonio, esa es particularmente poco sutil.

– ¿Lo fue? -le ofreció una mirada astuta-. Que bueno para mí, que no he vuelto a tratar con la sutileza. Sin embargo, me he dado cuenta que la mayoría de los hombres no notan algo hasta que no se les deletrea claramente.

– Incluso tus hijos.

– Especialmente mis hijos.

Él sonrió irónicamente.

– Ya te pedí eso, ¿verdad?

– Prácticamente me escribiste una invitación.

Trató de acompañarla al vestíbulo principal, pero ella se lo impidió.

– No, no, eso no es necesario. Ve y termina tu té. Pedí en la cocina que te trajeran bocadillos cuando fuiste anunciado. Seguramente llegarán en cualquier momento y se perderán si no te los comes.

El estomago de Gregory gruñó en ese preciso momento, le hizo una reverencia cuando dijo:

– Eres una madre extraordinaria, ¿lo sabes?

– ¿Porque te alimento?

– Bueno, sí, pero quizás, también es por otras cosas.

Ella se puso sobre los dedos de los pies y lo besó en la mejilla.

– Tú ya no eres mi querido muchacho, ¿verdad?

Gregory sonrió. Había sido una diversión para él, mientras lo recordaba.

– Lo soy todo el tiempo que lo desees, Madre. Todo el tiempo que lo desees.

Capítulo 16

En el que nuestro héroe se enamora. De nuevo.

Cuando se trataba de maquinaciones sociales, Violet Bridgerton llevaba a cabo todo lo que se proponía, y de hecho, cuando Gregory llegó a Hasting House la noche siguiente, su hermana Daphne, la actual duquesa de Hastings, le informó que Lady Lucinda Abernathy asistiría efectivamente al baile.

Se encontró inexplicablemente agradado por el resultado. Lucy lo había mirado tan decepcionada cuando le había dicho que no podía asistir, y en realidad, ¿no podía una muchacha disfrutar una última noche de diversión antes de casarse con Haselby?

Haselby.

Gregory todavía no podía creerlo realmente. ¿Cómo es que no sabía que ella iba a casarse con Haselby? No había nada que él pudiera hacer para evitarlo, y en realidad, no era su deber, pero Dios, se trataba de Haselby.

¿Acaso nadie se lo había contado a Lucy?

Haselby era un compañero absolutamente amable, y, Gregory tenía que aceptar, que tenía un ingenio más que aceptable. No le pegaría, ni sería cruel, pero él no podría… no podría…

No iba a ser un esposo para ella.

El mero pensamiento lo dejaba desolado. Lucy no iba a tener un matrimonio común y corriente, porque a Haselby no le gustaban las mujeres. No de la forma en la que a un hombre le gustaban.

Haselby sería amable con ella, y le proporcionaría una asignación sumamente generosa, que era más de lo que muchas mujeres obtenían en sus matrimonios, sin tener en cuenta las tendencias naturales de sus esposos.

Pero no parecía justo, que de todas las personas, Lucy estuviera destinada para una vida como esa. Ella se merecía mucho más. Una casa llena de hijos. Y perros. Quizás un gato o dos. Parecía ser de la clase que deseaba una colección de animales.

Y flores. En la casa de Lucy habría flores por todas partes, estaba seguro de ello. Peonías de color rosa, rosas amarillas, y esas de pétalos azules que le gustaban tanto.

Delphinium. Eso era.

Hizo una pausa. Lo recordaba. Delphinium.

Lucy podría afirmar que su hermano era el horticultor de la familia, pero Gregory no podía imaginarla viviendo en una casa sin color.

Habría risas, ruido y una espléndida desorganización -a pesar de sus esfuerzos de mantener cada esquina de su vida aseada y organizada. Podría verla fácilmente con el ojo de su mente, preocupándose por pequeñeces y organizando, intentando mantenerlo todo en el horario apropiado.

Eso casi lo hizo reírse con fuerza, solo de pensar en ello. No importaría que una flota de sirvientes desempolvara, enderezara, brillara y barriera. Con los niños nada permanecía en su lugar.

Lucy era una gerente. Eso era lo que la hacía feliz, y ella debía tener una casa para administrar.

Hijos. Muchos.

Quizás ocho.

Echó un vistazo alrededor del salón de baile que estaba empezando a llenarse lentamente. No vio a Lucy, y no había tanta gente como para que pudiera pasarla por alto. Sin embargo, si vio a su madre.