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Estaba caminando directamente hacia él.

– Gregory -dijo, extendiendo ambas manos cuando lo alcanzó-. Te ves especialmente guapo esta noche.

Él tomó sus manos y las llevó hasta sus labios.

– Lo dices con toda la honestidad y la imparcialidad de una madre -murmuró él.

– Tonterías -dijo ella con una sonrisa-. Es un hecho que todos mis hijos son sumamente inteligentes y bien parecidos. Si fuera solo mi opinión, ¿no crees que alguien ya me hubiera sacado de mi error?

– Como si alguien se atreviera.

– Bueno, sí, supongo -contestó, manteniendo una impresionante imparcialidad en su rostro-. Pero sería terca e insistiría que el asunto es muy discutible.

– Como desees, Madre -dijo él con perfecta solemnidad-. Como desees.

– ¿Ha llegado Lady Lucinda?

Gregory negó con la cabeza.

– Todavía no.

– No es raro que no la conozca -meditó ella-. Uno podría pensar, que si ella ha estado en la ciudad una quincena ya… Ah, bueno, no importa. Estoy segura que la encontraré agradable, ya que hiciste tanto esfuerzo para garantizar su asistencia esta noche.

Gregory la miró. Conocía ese tono. Era una mezcla perfecta de indiferencia y precisión absoluta, que normalmente utilizaba para sacarle información. Su madre era una maestra en eso.

Y estaba lo suficientemente seguro, de que se estaba tocando el cabello y realmente no lo estaba mirando cuando dijo:

– Dijiste que ustedes fueron presentados mientras visitabas a Anthony, ¿verdad?

No vio ninguna razón para pretender que no sabía lo que le estaba preguntando.

– Está comprometida para casarse, Madre -dijo él con gran énfasis. Y para darle más efecto, agregó-: En una semana.

– Sí, sí, lo sé. Con el hijo de Lord Davenport. Tengo entendido, que es un matrimonio arreglado desde hace mucho tiempo.

Gregory asintió con la cabeza. No podía imaginar que su madre supiera la verdad sobre Haselby. No era un hecho muy reconocido. Había rumores, por supuesto. Siempre había rumores. Pero nadie se atrevía a repetirlos en presencia de las damas.

– Recibí una invitación a la boda -dijo Violet.

– ¿De verdad?

– Me han dicho que será una gran celebración.

Gregory apretó un poco los dientes.

– Ella será una condesa.

– Sí, supongo. No es la clase de cosa que uno puede hacer con frecuencia.

– No.

Violet suspiró.

– Me encantan las bodas.

– ¿En serio?

– Sí. -Suspiró de nuevo, con más drama aún, y no es que Gregory lo hubiera creído posible-. Todo es tan romántico -agregó-. La novia, el novio…

– Entiendo, que ambos son considerados normales en la ceremonia.

Su madre le disparó una mirada malhumorada.

– ¿Cómo pude criar a un hijo tan poco romántico?

Gregory decidió que posiblemente no tenía ninguna respuesta para eso.

– Lo siento por ti, entonces -dijo Violet-. Planeo asistir a la boda. Casi nunca rechazo una invitación a una boda.

Y entonces se escuchó la voz.

– ¿Quién se casa?

Gregory se volvió. Era su hermana menor, Hyacinth. Vestida de azul y metiendo su nariz como de costumbre en todos los asuntos de los demás.

– Lord Haselby y Lady Lucinda Abernathy -contestó Violet.

– Oh sí. -Hyacinth frunció el ceño-. Recibí una invitación. Es en St. George, ¿verdad?

Violet asintió con la cabeza.

– Seguida de una recepción en Fennsworth House.

Hyacinth echó un vistazo alrededor del cuarto. Lo hacía con bastante frecuencia, incluso cuando no estaba buscando a nadie en particular.

– ¿No es extraño que no la conozca? Es la hermana del Conde de Fennsworth, ¿verdad? -se encogió de hombros-. Tampoco es extraño que no lo conozca a él.

– No creo que Lady Lucinda se haya presentado -dijo Gregory-. Por lo menos, no formalmente.

– Entonces esta noche será su debut -dijo su madre-. Qué excitante para todos nosotros.

Hyacinth se volvió hacia su hermano con los ojos bastante afilados.

– ¿Y como te conociste con Lady Lucinda, Gregory?

Él abrió la boca, pero ella estaba diciendo:

– Y no me digas que no la conoces, porque Daphne ya me lo contó todo.

– ¿Entonces por qué me lo estás preguntando?

Hyacinth frunció el ceño.

– Pero ella no me contó como se habían conocido.

– Deberías revisar tu comprensión por la palabra todo -Gregory se volvió hacia su madre-. El vocabulario y la comprensión nunca han sido sus fuertes.

Violet puso los ojos en blanco.

– Todos los días me maravillo de que ustedes dos hayan alcanzado la madurez.

– ¿Temiste que nos matáramos mutuamente? -bromeó Gregory.

– No, pensé que ese era mi trabajo.

– Bien -declaró Hyacinth, como si el último minuto de conversación no hubiera tenido lugar-. Daphne me dijo que ansiabas que Lady Lucinda recibiera una invitación, y Madre, entiendo, que incluso escribiste una nota diciendo lo mucho que disfrutabas de su compañía, lo cual, todos sabemos, es una horrorosa mentira, ya que ninguno de nosotros la ha conocido…

– ¿Alguna vez dejas de hablar? -la interrumpió Gregory.

– No para ti -contestó Hyacinth-. ¿Cómo la conociste? Y para ser más claros, ¿Qué tanto? y ¿Por qué estás tan ávido de darle una invitación a una mujer que se va a casar en una semana?

Y entonces, increíblemente, Hyacinth dejó de hablar.

– Me estaba preguntando lo mismo -murmuró Violet.

Gregory miró a su hermana y a su madre y decidió que no había querido decir la porquería que le dijo a Lucy, de que las familias grandes eran un consuelo. Eran una molestia, una intrusión y un montón de otras cosas, palabras que realmente no podía recordar en ese momento.

Lo cual fue lo mejor, ya que ninguna de ellas probablemente hubiera sido cortés.

No obstante, se volvió hacia las dos mujeres con extrema paciencia y dijo:

– Me presentaron a Lady Lucinda en Kent. En la fiesta de la casa de Anthony y Kate el mes pasado. Le pedí a Daphne que la invitara esta noche porque es una joven amable, y me encontré con ella ayer en el parque. Su tío le ha negado una temporada, y pensé que sería una obra de amabilidad proporcionarle la oportunidad de escaparse por una noche.

Levantó sus cejas, arriesgándose silenciosamente a que le respondieran.

Ellas lo hicieron, claro. No con palabras -las palabras nunca habían sido tan eficaces como las miradas dubitativas que estaban lanzando en su dirección.

– Oh, por el amor de Dios -ladró él-. Está comprometida. Para casarse.

Eso tuvo un pequeño y visible efecto.

Gregory frunció el ceño.

– ¿Aparento estar intentando detener las nupcias?

Hyacinth parpadeó. Varias veces, de la forma en la que siempre lo hacía cuando estaba pensando mucho sobre algo que no era de su incumbencia. Pero para su gran sorpresa, soltó un pequeño hmm de aquiescencia y dijo:

– Supongo que no -le echó un vistazo al cuarto-. Aunque, me gustaría conocerla.

– Estoy seguro que lo harás -le contestó Gregory, y se felicitó, cuando se las arregló para no estrangular a su hermana, por lo menos una vez al mes.

– Kate me escribió que ella es encantadora -dijo Violet.

Gregory se volvió hacia ella, con una sensación de hundimiento.

– ¿Kate te escribió? -Buen Dios, ¿qué le había contado? Ya era suficiente con que Anthony supiera sobre el fiasco con la Srta. Watson -lo había averiguado, por supuesto- pero si su madre lo averiguaba, su vida se convertiría en un completo infierno.

Lo mataría con su bondad. Estaba seguro de eso.