– Kate me escribe dos veces al mes -contestó Violet, con un delicado encogimiento de un hombro-. Me lo cuenta todo.
– ¿Anthony lo sabe? -murmuró Gregory.
– No tengo idea -dijo Violet, dándole una mirada de superioridad-. Eso en realidad, no es de tu incumbencia.
Buen Dios.
Gregory se las arregló para no decirlo en voz alta.
– Debo entender -continuó su madre-, que su hermano fue sorprendido en una posición comprometedora con la hija de Lord Watson.
– ¿En serio? -Hyacinth estaba observando a la muchedumbre, pero se dio la vuelta por eso.
Violet asintió pensativamente.
– Me había preguntado por qué la boda se había celebrado tan rápidamente.
– Bien, por eso -dijo Gregory, casi como un gruñido.
– Hmmmm -esto, lo hizo Hyacinth.
Esa era la clase de sonido que uno nunca desearía escuchar de parte de Hyacinth.
Violet se volvió hacia su hija y dijo:
– Realmente fue una conmoción.
– En realidad -dijo Gregory, irritándose cada vez más, con cada segundo-, todo fue manejado con discreción.
– Siempre se escuchan rumores -dijo Hyacinth.
– No te sumes a ellos -le advirtió Violet.
– No diré ni una palabra. -Prometió Hyacinth, haciendo un gesto con la mano, como si nunca hubiera hablado de nadie en su vida.
Gregory lanzó un resoplido.
– Oh, por favor.
– No lo haré -protestó ella-. Puedo guardar un secreto, cuando sé que es un secreto.
– Ah, lo que quieres decir, entonces, ¿es que no posees ningún sentido de la discreción?
Hyacinth entrecerró los ojos.
Gregory levantó las cejas.
– ¿Cuántos años tienen? -los interpuso Violet-. Por Dios, ustedes dos no han cambiado desde que estaban en pañales. Yo medio espero que empiecen a arrancarse los cabellos justo ahora.
Gregory apretó la mandíbula en una línea y miró resueltamente hacia delante. No había nada peor que sentirse pequeño, ante el reproche de la madre de uno.
– Oh, no seas aburrida, Madre -dijo Hyacinth, tomando el regaño con una sonrisa-. Él sabe que solo lo molesto porque lo quiero mucho. -Le sonrió, de forma radiante y calurosa.
Gregory suspiró, porque era verdad, y por qué se sentía de la misma manera, y era, no obstante, agotador ser su hermano. Pero ambos eran mucho más jóvenes que el resto de sus hermanos, y como resultado, siempre habían estado juntos.
– A propósito, él siente lo mismo por mí -le dijo Hyacinth a Violet-. Pero como es un hombre, nunca diría eso.
Violet asintió con la cabeza.
– Eso es cierto.
Hyacinth se volvió hacia Gregory.
– Y solo para ser absolutamente clara, jamás te halaría el cabello.
Seguramente era su señal para alejarse. O perdería su sanidad. En realidad, eso dependía de él.
– Hyacinth -dijo Gregory-. Te adoro. Lo sabes. Madre, también te adoro. Y ahora me marcho.
– ¡Espera! -le gritó Violet.
Se dio la vuelta. Debió haber sabido que no sería fácil.
– ¿Me acompañarías?
– ¿A donde?
– Eh, a la boda, por supuesto.
Dios, ¿qué era ese horrible sabor en su boca?
– ¿La boda de quien? ¿De Lady Lucinda?
Su madre lo miró con los ojos azules más inocentes.
– No querría ir sola.
Él señaló con la cabeza a su hermana.
– Ve con Hyacinth.
– Ella querrá ir con Gareth -contestó Violet.
Gareth St. Clair era el esposo de Hyacinth desde hacia cuatro años. A Gregory le agradaba inmensamente y ambos habían desarrollado una excelente amistad, como para saber que Gareth preferiría echar sus párpados hacia atrás (y dejarlos así indefinidamente) que sentarse en una larga y prologada celebración social todo el día.
Considerando que Hyacinth siempre estaba, cuando no se molestaba en entrometerse, interesada en el cotilleo, lo que significaba que seguramente no desearía perderse una boda de tanta importancia. Alguien bebería demasiado, y alguien bailaría demasiado cerca, y Hyacinth odiaría ser la última en enterarse.
– ¿Gregory? -lo incitó su madre.
– No voy a ir.
– Pero…
– No estoy invitado.
– Seguramente fue un descuido. Uno que estoy segura, podrá ser corregido, después de tus esfuerzos de esta noche.
– Madre, aunque deseo mucho felicitar a Lady Lucinda, no tengo ningún deseo en asistir a la boda de nadie. Esos son asuntos sentimentales.
Silencio.
Nunca era una buena señal.
Miró a Hyacinth. Estaba mirándolo con los ojos abiertos de par en par.
– A ti te gustan las bodas -dijo.
Él gruñó. Parecía ser la mejor respuesta.
– Te gustan -dijo, ella-. En mi boda, tú…
– Hyacinth, eres mi hermana. Eso es diferente.
– Sí, pero también asististe a la boda de Felicity Albansdale, y a otras que recuerdo…
Gregory volvió su espalda hacia ella antes de que hiciera un recuento de sus tonterías.
– Madre -dijo él-. Gracias por la invitación, pero no deseo asistir a la boda de Lady Lucinda.
Violet abrió la boda como si fuera a hacerle una pregunta, pero después la cerró.
– Muy bien -dijo.
Gregory sospechó inmediatamente. Su madre no solía capitular tan rápidamente. Sin embargo, si profundizaba mucho más sus motivos, eliminaría cualquier oportunidad de un rápido escape.
Era una decisión muy fácil.
– Les digo a ambas adieu -dijo.
– ¿A dónde vas? -le exigió Hyacinth-. ¿Y por qué estás hablando en francés?
Él se volvió hacia su madre.
– Ella es toda tuya.
– Si -Violet suspiró-. Lo sé.
Hyacinth inmediatamente se volvió hacia ella.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Oh, por el amor de Dios, Hyacinth, eres…
Gregory se aprovechó de ese momento y se alejó mientras mantenía su atención fijada en todo el mundo.
La fiesta se estaba poniendo más abarrotada, y se le ocurrió que Lucy podía haber llegado mientras hablaba con su madre y su hermana. En ese caso, no estaría muy lejos del salón de baile, y por eso se dirigió hacia la línea de recepción. Fue un proceso lento; él había permanecido en el campo durante un mes, y todos parecían tener algo que decirle, pero nada de eso era remotamente de su interés.
– Que tenga mejor suerte -le murmuró a Lord Travelstam, quien estaba tratando de interesarlo en un caballo, que no podía permitirse el lujo de tener-. Estoy seguro que no tendrá ninguna dificultad…
Su voz se apagó.
No podía hablar.
No podía pensar.
Dios Santo, no otra vez.
– ¿Bridgerton?
Del otro lado del cuarto, justo en la puerta. Tres caballeros, una señora mayor, dos matronas y…
Ella.
Era ella. Y estaba siendo atraído, como si hubiera una soga entre ellos. Necesitaba estar a su lado.
– Bridgerton, es algo…
– Discúlpeme -logró decir Gregory, sobrepasando a Travelstam.
Era ella. Excepto…
Que era una ella diferente. No era Hermione Watson. Era… no sabía quien era; pero podía verle solo la espalda. Pero allí estaba… ese mismo sentimiento espléndido y terrible. Lo aturdía. Lo dominaba. Sus pulmones estaban vacíos. Él estaba vacío.
Y la deseaba.
Era como siempre lo había imaginado -ese mágico y casi incandescente sentido de saber que su vida estaba completa, que ella era la única.
Es solo que había sentido esto antes. Y Hermione Watson no había sido la única.
Dios Santo, ¿un hombre podía enamorarse estúpida e insensatamente dos veces?
¿Acaso no le había dicho a Lucy que fuera precavida y desconfiada, que cuando se sintiera abrumada con un sentimiento como ese, no confiara en él?
Pero aún así…