Gregory tomó su mano y la llevó al extremo del salón de baile, de regreso a donde las chaperonas esperaban, mirando a sus encargos sobre los márgenes de sus vasos de limonada. Pero antes de que llegaran a su destino, él se inclinó y le susurró en la oreja:
– Necesito hablar contigo.
Sus ojos volaron a los suyos.
– En privado -agregó él.
Ella sintió como ralentizaba su paso, probablemente para que les quedara más tiempo para hablar antes de que fuera devuelta al cuidado de su tía Harriet.
– ¿Sobre qué? -preguntó ella-. ¿Pasa algo malo?
Él agitó la cabeza.
– Ya no.
Y se permitió tener esperanza. Simplemente un poco, porque no podía soportar reflexionar lo angustioso que sería si estaba equivocada, pero quizás… quizás él la amaba. Quizás deseaba casarse con ella. Solo faltaba menos de una semana para su boda, pero todavía no había dicho sus votos.
Buscó pistas al examinar la cara de Gregory, buscó respuestas. Pero cuando trató de sacarle más información, él solo agitó la cabeza y susurró:
– En la biblioteca. Está a dos puertas del servicio de las damas. Encuéntrate conmigo allí, en treinta minutos.
– ¿Estás loco?
Él sonrió.
– Solo un poco.
– Gregory, yo…
Él miró fijamente sus ojos, y eso le impuso silencio. La manera en que estaba mirándola…
Le quitó el aliento.
– No puedo -susurró ella, porque no importaba lo que sentían el uno por el otro, aún seguía comprometida con otro hombre. Y aún cuando no lo estuviera, tal conducta solo los llevaría a un escándalo-. No puedo estar sola contigo. Lo sabes.
– Debes hacerlo.
Ella intentó negar con la cabeza, pero no pudo hacer ese movimiento.
– Lucy -dijo él-, debes hacerlo.
Ella asintió con la cabeza. Probablemente era el error más grande que podía cometer, pero no podía decirle que no.
– Sra. Abernathy -dijo Gregory, su voz sonaba demasiado fuerte mientras saludaba a la tía Harriet-. Traigo de vuelta a Lady Lucinda a su cuidado.
La tía Harriet asintió, aunque Lucy sospechaba que no tenía ni idea de lo que Gregory había dicho, ella se volvió hacia Lucy y le gritó:
– ¡Voy a sentarme!
Gregory se rió entre dientes y dijo:
– Debo bailar con otras damas.
– Claro -contestó Lucy, aunque sabía muy bien que no era conocedora de las muchas complejidades involucradas en la fijación de una reunión ilícita-. Veo a alguien que conozco -mintió, y para su gran alivio, en realidad si vio a alguien que conocía- un conocido de la escuela. No era un buen amigo, pero aún así, era una cara lo suficientemente familiar como para ofrecerle sus saludos.
Pero antes de que Lucy pudiera flexionar su pie, escuchó una voz femenina convocando el nombre de Gregory.
Lucy no podía ver quien era, pero sí podía ver a Gregory. Él había cerrado los ojos y parecía muy dolido.
– ¡Gregory!
La voz se había acercado, y por eso Lucy se volvió hacia ella para ver a una mujer joven que solo podía ser una de las hermanas de Gregory. Probablemente era la menor, ya que estaba notablemente bien conservada.
– Esta debe ser Lady Lucinda -dijo la mujer. Lucy notó que su cabello, era del mismo color del de Gregory -un rico y caluroso alazán. Pero sus ojos eran azules, afilados y agudos.
– Lady Lucinda -dijo Gregory, sonando como un hombre con una tarea muy difícil -. Permítame presentarle a mi hermana, Lady St. Clair.
– Hyacinth -dijo ella firmemente-. Debemos olvidarnos de las formalidades. Estoy segura que seremos grandes amigas. Ahora, debe hablarme sobre usted. Y después desearía escuchar sobre la fiesta de Anthony y Kate el mes pasado. Me hubiera gustado ir, pero tenía un compromiso previo. Escuché que fue inmensamente entretenida.
Sobresaltada por el torbellino humano que estaba frente a ella, Lucy miró a Gregory para pedirle un concejo, pero él se encogió de hombros y dijo:
– Esta es a la que estoy aficionado a torturar.
Hyacinth se volvió hacia él.
– ¿Discúlpame?
Gregory hizo una reverencia.
– Debo irme.
Y entonces Hyacinth Bridgerton t. Clair, hizo la cosa más extraña. Entrecerró los ojos, y miró a su hermano, luego a Lucy y lo volvió a hacer otra vez. Luego otra vez. Y después una vez más. Y entonces dijo:
– Ustedes necesitan mi ayuda.
– Hy… -empezó Gregory.
– La necesitan -lo interrumpió-. Ustedes tienen planes. No traten de negarlo.
Lucy no podía creer que Hyacinth hubiera deducido todo eso solo con una reverencia y un Debo irme. Abrió la boca para hacerle una pregunta, pero todo lo que dijo fue:
– ¿Como…? -Antes de que Gregory la interrumpiera con una mirada de advertencia.
– Sé que escondes algo bajo la manga -le dijo Hyacinth a Gregory-. De lo contrario no hubieras llegado a tales alturas para asegurar su asistencia esta noche.
– Él solo estaba siendo amable -intentó decir Lucy.
– No sea tonta -dijo Hyacinth, dándole una palmadita tranquilizadora en el brazo-. Él nunca haría eso.
– Eso no es verdad -protestó Lucy. Gregory podía parecerse un poco a un demonio, pero su corazón era bueno y confiable, y no apoyaría a nadie que dijera -incluso a su hermana- lo contrario.
Hyacinth la miró con una sonrisa encantada.
– Me caes bien -dijo ella lentamente, como si estuviera decidiendo que decir-. Estás equivocada, por supuesto, pero me caes bien, de todas maneras. -Se volvió hacia su hermano-. Ella me cae bien.
– Sí, ya lo has repetido muchas veces.
– Y tú necesitas mi ayuda.
Lucy observó como el hermano y la hermana intercambiaban una mirada que no podía empezar a entender.
– Necesitarás mi ayuda -dijo Hyacinth suavemente-. Esta noche, y después, también.
Gregory miró intensamente a su hermana y dijo, con una voz tan queda, que Lucy tuvo que inclinarse hacia delante para escucharlo:
– Necesito hablar a solas con Lady Lucinda.
Hyacinth sonrió. Solo un poco.
– Puedo encargarme de eso.
Lucy tenía el presentimiento de que podía hacer algo.
– ¿Cuándo? -preguntó Hyacinth.
– Cuando se presente la oportunidad -contestó Gregory.
Hyacinth echó un vistazo alrededor del cuarto, Lucy apostaba su propia vida, a que no podía imaginar que clase de información estaba acumulando, que pudiera ser utilizada posiblemente para tomar una decisión sobre el asunto que tenían entre manos.
– En una hora -anunció ella, con toda la precisión de un general militar-. Gregory, márchate y has cualquier cosa que acostumbres a hacer en este tipo de asuntos. Baila. Ve a buscar limonada. Ve con esa muchacha Wilthford, que sus padres han estado tratando de colgarte durante meses.
– Y tú -continuó Hyacinth, volviéndose hacia Lucy con un destello de autoridad en su mirada-. Te quedarás conmigo. Te presentaré a todos los que necesitas conocer.
– ¿Y a quien necesito conocer? -preguntó Lucy.
– Todavía no estoy segura. En realidad eso no importa.
Lucy solo podía mirarla fijamente atemorizada.
– En precisamente cincuenta y cinco minutos -dijo Hyacinth-. Lady Lucinda arruinará su vestido.
– ¿Lo haré?
– Lo hará -contestó Hyacinth-. Soy buena en esa clase de cosas.
– ¿Vas a arruinar su vestido? -preguntó Gregory dudosamente-. ¿Aquí en el salón de baile?
– No te preocupes por los detalles -dijo Hyacinth, haciendo un gesto despectivo con la mano hacia él-. Solo ve y haz tu parte, y encuéntrate con ella en el vestidor de Daphne en una hora.
– ¿En la alcoba de la duquesa? -ladró Lucy. Posiblemente no podría hacer eso.
– Ella es Daphne para nosotros -dijo Hyacinth-. Ahora, vamos, vete de aquí.
Lucy apenas la miró fijamente y parpadeó. ¿Acaso no debía quedarse al lado de Hyacinth?