Выбрать главу

La amaba.

La besó con todo lo que tenía, con cada respiración, con cada latido de su corazón. Sus labios encontraron su mejilla, su frente, sus orejas, y todo el tiempo, susurraba su nombre como una oración…

Lucy… Lucy… Lucy.

La quería. La necesitaba.

La necesitaba como el aire.

Como la comida.

Como el agua.

Su boca se desplazó a su cuello, luego bajó hacia el borde del encaje de su corpiño. Su piel ardía debajo de él, y cuando sus dedos deslizaron el vestido de uno de sus hombros, ella jadeó…

Pero no lo detuvo.

– Gregory -susurró, sus dedos se enterraron en su cabello mientras los labios de él se movían a lo largo de su clavícula-. Gregory, oh Dios m… Gregory.

Su mano se movió reverentemente sobre la curva de su hombro. Su piel brillaba pálida y suave bajo la luz de la vela, y fue golpeado por un intenso sentido de posesión. De orgullo.

Ningún hombre la había visto así, y rezó para que ningún otro hombre lo hiciera alguna vez.

– No puedes casarte con él, Lucy -susurró urgentemente, sus palabras eran calientes contra su piel.

– Gregory, no -gimió ella.

– No puedes. -Porque sabía que no podía permitir que eso continuara así, se enderezó, presionando un último beso contra sus labios antes de dar un paso atrás, forzándola a que lo mirara a los ojos.

– No puedes casarte con él -dijo de nuevo.

– Gregory, que puedo…

Él le agarró los brazos. Fuertemente. Y le dijo:

– Te amo.

Sus labios se abrieron. Ella no podía hablar.

– Te amo -dijo otra vez.

Lucy tenía la sospecha -tenía la esperanza- pero realmente no se había permitido creer en ella. Cuando finalmente encontró sus propias palabras, dijo:

– ¿De verdad?

Él sonrió, y luego se rió, y después descansó su frente en la suya.

– Con todo mi corazón -le prometió-. Es solo que no me había dado cuenta. Soy un tonto. Un ciego. Un…

– No -lo interrumpió, mientras agitaba la cabeza-. No te lastimes. Nadie me nota cuando Hermione está cerca.

Sus dedos la apretaron más fuerte.

– Ella no te llega ni a los pies.

Un sentimiento caluroso empezó a extenderse a través de sus huesos. No era deseo, ni pasión, era simplemente pura felicidad.

– Estás hablando en serio -susurró ella.

– Lo suficiente para mover cielo y tierra para asegurarme de que no lleves a cabo tu boda con Haselby.

Ella empalideció.

– ¿Lucy?

No. Podía hacerlo. Debía hacerlo. Era casi cómico, en realidad. Había pasado tres años diciéndole a Hermione que tenía que ser práctica, obedecer las reglas. Se había mofado cuando Hermione le había hablado del amor, de la pasión, y de escuchar música. Y ahora…

Tomó una profunda y fortificante respiración. Y ahora iba a romper su compromiso.

El que se había arreglado hace años.

Con el hijo de un conde.

Cinco días antes de la boda.

Santísimo Dios, el escándalo.

Dio un paso atrás, levantando la barbilla para poder observar la cara de Gregory. Sus ojos la estaban mirando con todo el amor que ella sentía.

– Te amo -susurró ella, porque no se lo había dicho aún-. Yo también te amo.

Por primera vez iba a dejar de pensar en todos los demás. No iba a tomar lo que se le daba y hacer lo mejor con eso. Iba a alcanzar su propia felicidad, hacer su propio destino.

No iba a hacer lo que esperaban de ella.

Iba a hacer lo que ella quería.

Era el momento.

Apretó las manos de Gregory. Y sonrió. Esto no era algo tentativo, sino amplio y seguro, lleno de esperanzas, lleno de sueños -y el conocimiento de que ella podía lograrlos todos.

Sería difícil. Sería aterrador.

Pero valía la pena.

– Hablaré con mi tío -dijo, las palabras eran firmes y seguras-. Mañana.

Gregory tiró de ella y la puso contra él para darle un último beso, rápido, apasionado y lleno de promesas.

– ¿Puedo acompañarte? -preguntó-. ¿Puedo visitarlo para informarlo de mis intenciones?

La nueva Lucy, la atrevida y audaz Lucy, le preguntó:

– ¿Y cuales son tus intenciones?

Los ojos de Gregory se abrieron de par en par con la sorpresa, luego con aprobación y después tomó sus manos entre las suyas.

Ella sabía lo que él estaba haciendo antes de verlo con sus propios ojos. Sus manos parecían deslizarse a lo largo de su cuerpo mientras descendía…

Hasta que hincó una rodilla, mirándola como si no hubiera una mujer más hermosa en todo la creación.

– Lady Lucinda Abernathy -dijo, su voz era ferviente y segura-. ¿Me concedería el gran honor de convertirse en mi esposa?

Ella intentó hablar. Intentó asentir con la cabeza.

– Cásate conmigo, Lucy -dijo-. Cásate conmigo.

Y esa vez, ella lo hizo:

– Sí. -Dijo-. ¡Sí! ¡Oh, sí!

– Te haré feliz -dijo él, incorporándose para abrazarla-. Te lo prometo.

– No hay ninguna necesidad de que me lo prometas. -Agitó la cabeza, sofocando las lágrimas-. No hay manera de que no puedas hacerlo.

Él abrió la boca, probablemente para decirle algo más, pero se detuvo cuando escuchó un golpe en la puerta, suave pero rápido.

Hyacinth.

– Ve -dijo Gregory-. Deja que Hyacinth te lleve de vuelta al salón de baile. Yo iré después.

Lucy asintió, acomodando su vestido hasta que puso todo en su lugar.

– Mi cabello -susurró ella, sus ojos volaron a los suyos.

– Es encantador -le aseguró él-. Luces perfecta.

Se apresuró a ir a la puerta.

– ¿Estás seguro?

– Te amo -dijo con voz hueca. Y sus ojos dijeron lo mismo.

Lucy tiró de la puerta para abrirla, y Hyacinth se apresuró para entrar.

– Cielo santo, ustedes si que son lentos -dijo-. Tenemos que regresar. Ahora.

Caminó de la puerta al corredor, y se detuvo, mirando a Lucy primero, y luego a su hermano. Su mirada se clavó sobre Lucy, y levantó una ceja de forma inquisidora.

Lucy se mantuvo en alto.

– Tú no me juzgaste mal -dijo con voz queda.

Los ojos de Hyacinth se abrieron de par en par, y sus labios se curvaron.

– Bueno.

Y eso era, comprendió Lucy. Era muy bueno, en efecto.

Capítulo 18

En el que nuestra heroína hace un descubrimiento terrible.

Ella podía hacer esto.

Podía.

Solo necesitaba tocar.

Y todavía estaba allí de pie, afuera de la puerta del estudio de su tío, con los dedos enroscados en un puño, como si estuviera lista para abrir la puerta.

Pero no lo suficiente.

¿Cuánto tiempo llevaba de pie allí? ¿Cinco minutos? ¿Diez? De cualquier modo, era lo suficiente para marcarla como una boba ridícula. Una cobarde.

¿Cómo había pasado esto? ¿Por qué había sucedido? En la escuela había sido conocida por ser capaz y pragmática. Era la muchacha que lograba que las cosas se hicieran. No era tímida. No era temerosa.

Pero cuando tenía que ver con su tío Robert…

Suspiró. Siempre había sido así con su tío. Él era tan severo, tan taciturno.

Era tan diferente a como había sido su risueño padre.

Siempre se había sentido como una mariposa cuando se marchaba para la escuela, pero cuando regresaba, era como si regresara a su apretado y pequeño capullo. Se tornaba aburrida, callada.

Sola.

Pero no esta vez. Inhaló, cuadró sus hombros. Esta vez diría lo que tenía que decir. Se haría escuchar.

Levantó la mano. Golpeó.

Esperó.

– Entre.

– Tío Robert -dijo ella, al entrar en su estudio. Se sentía oscuro, incluso con la luz del sol del final de la tarde que entraba a través de la ventana.