– ¿Jamón?
– ¿Qué?
– Jamón. -Lady Lucinda le estaba ofreciendo un pequeño sándwich con un par de tenazas de servir. Su cara estaba molestamente serena-. ¿Quiere uno? -le preguntó.
Él gruñó y le ofreció su plato. Y porque no podía apartarse del tema así como así, dijo rígidamente:
– Estoy seguro que eso no es de mi incumbencia.
– ¿Habla del sándwich?
– Sobre la Señorita Watson -soltó.
Aunque claro, no quería decir tal cosa. Hasta donde sabía, Hermione Watson era de su incumbencia, o por lo menos lo sería, muy pronto.
Estaba un poco desconcertado de que ella aparentemente no había sido golpeada por el mismo rayo que lo había golpeado a él. Nunca se le había ocurrido, que cuando se enamorara, su futura esposa no pudiera sentir lo mismo, y con la misma inmediatez, también. Pero por lo menos esa explicación -de que ella pensaba que estaba enamorada de alguien más- aliviaba su orgullo. Era mucho mejor pensar que ella estaba encaprichada con alguien más, que completamente indiferente a él.
Todo eso le haría comprender a ella, que quienquiera fuera ese otro hombre, no era el indicado.
Gregory no era tan presuntuoso como para creer que pudiera ganarse a cualquier mujer que viera, pero ciertamente nunca había tenido dificultades con el sexo más hermoso, y dada la naturaleza de la reacción de la Señorita Watson, era absolutamente inconcebible que sus sentimientos pudieran no ser recíprocos por mucho tiempo. Tendría que trabajar para ganarse su corazón y su mano, pero eso podría hacer que la victoria simplemente fuera más dulce.
O se dijo a sí mismo. La verdad era, que un rayo mutuo podría ser de lejos su menor problema.
– No se sienta mal -dijo Lady Lucinda, mientras levantaba su cuello para echarle un vistazo a los sándwiches, buscando, probablemente algo más exótico que el cerdo británico.
– No lo hago -ladró él, y luego esperó a que ella volviera su atención a él. Cuando lo hizo, dijo nuevamente-: No lo hago.
Ella se volvió, lo miró francamente y parpadeó.
– Bueno, eso es refrescante, debo decirle. La mayoría de los hombres se habrían vuelto locos.
Él frunció el ceño.
– ¿Qué quiere decir con que la mayoría de los hombres se habrían vuelto locos?
– Exactamente lo que dije -contestó ella, mirándolo con impaciencia-. Y si no se vuelven locos, se enfadan inexplicablemente. -Soltó un elegante resoplido-. Como si eso pudiera ser su culpa.
– ¿Culpa? -repitió Gregory, porque en realidad, le estaba costando mucho seguirla.
– Usted no es el primer caballero que imagina estar enamorado de Hermione -dijo ella, con una expresión bastante cansada-. Pasa todo el tiempo.
– Yo no me imagino enamorado… -se interrumpió, esperando que ella no notara la tensión en la palabra imagino. Buen Dios, ¿qué le estaba pasando? Solía tener sentido del humor. Incluso consigo mismo. Sobre todo con él.
– ¿De verdad? -parecía agradablemente sorprendida-. Bueno, eso es refrescante.
– ¿Por qué -preguntó él con los ojos entrecerrados-, es refrescante?
Ella se volvió.
– ¿Por qué está haciéndome tantas preguntas?
– No lo hago -protestó él, incluso aunque lo estaba haciendo.
Ella suspiró, entonces lo sorprendió absolutamente diciéndole:
– Lo siento.
– ¿Disculpe?
Le echó un vistazo al sándwich de ensalada de huevo en su plato, y luego a él, lo cual no encontró elogioso. Él normalmente estaba por encima de una ensalada de huevo.
– Pensé que usted deseaba hablar sobre Hermione -dijo ella-. Me disculpo si estaba equivocada.
Lo cual puso a Gregory en un completo dilema. Podría admitir que se había enamorado precipitadamente de la Srta. Watson, lo cual lo avergonzaría mucho, incluso a un romántico desesperado como él. O podría negarlo todo, lo cual ella claramente no creería. O podría hacer una concesión, y admitir que estaba algo encaprichado, lo cual normalmente podría utilizar como una mejor solución, excepto que con ello estaría insultando a Lady Lucinda.
Se había conocido con dos muchachas al mismo tiempo, después de todo. Y no se había enamorado precipitadamente de ella.
Pero como si pudiera leer sus pensamientos (lo cual francamente, lo asustaba) ondeó una mano y dijo:
– Le ruego que no se preocupe por mis sentimientos. Realmente estoy acostumbrada a esto. Como le dije, esto pasa todo el tiempo.
Corazón abierto, inserción de una daga sin punta. Torcedura.
– Sin mencionar -continuó ella alegremente-, que estoy prácticamente comprometida. -Y le dio un mordisco a su ensalada de huevo.
Gregory se preguntó que clase de hombre se ataría a una criatura tan extraña. No sentía lástima por el compañero, exactamente, solo… quería saber.
Lady Lucinda soltó un pequeño:
– ¡Oh!
Sus ojos siguieron a los de ella, hacia el lugar en donde había estado la Señorita Watson.
– Me pregunto a donde se ha ido ella -dijo Lady Lucinda.
Gregory se volvió inmediatamente hacia la puerta, esperando ver una última señal de ella antes de que desapareciera, pero ya se había ido. Eso era condenadamente frustrante. ¿Qué sentido tenía sentir una atracción tan loca, mala e inmediata, si no podía hacer nada sobre ella?
Y que no se olvidara que todo había sido unilateral. Buen Dios.
No estaba seguro de haber suspirado entre dientes, pero eso fue exactamente lo que hizo.
– Ah, Lady Lucinda, aquí está.
Gregory levantó la mirada para ver a su cuñada acercándose.
Y recordó que se había olvidado de ella. Kate no se ofendería; ella era fenomenalmente buena persona. Pero aún así, Gregory trataba de tener buenos modales con las mujeres de su familia.
Lady Lucinda le dio una cortesía bastante ligera.
– Lady Bridgerton.
Kate sonrió calurosamente a cambio.
– La Señorita Watson me ha pedido que le informe, que no se siente bien y que se ha retirado por toda la noche.
– ¿Lo ha hecho? Le dijo… Oh, no importa. -Lady Lucinda hizo un pequeño gesto con la mano, del tipo indiferente, pero Gregory notó un poco de frustración en el gesto dibujado en las esquinas de su boca.
– Un resfriado, creo -agregó Kate.
Lady Lucinda le ofreció una breve inclinación.
– Sí -dijo, luciendo un poco menos afectada de lo que Gregory hubiera imaginado, dadas las circunstancias-. Eso debe ser.
– Y tú -continuó Kate, volviéndose hacia Gregory-, no has tenido ni siquiera la decencia de saludarme. ¿Cómo estás?
Él tomó sus manos, y las besó en un gesto de disculpa.
– Tardío.
– Lo sé. -Su cara asumió una expresión que no era de irritación, sino un poco exasperada-. De todos modos, ¿Cómo estás?
– Muy bien -sonrió abiertamente-. Como siempre.
– Como siempre -repitió ella, dándole una mirada que era una promesa clara de una futura interrogación-. Lady Lucinda -continuó Kate, su tono era considerablemente menos seco-. ¿Confío en que ha conocido al hermano de mi esposo, el Sr. Gregory Bridgerton?
– Por supuesto -contestó Lady Lucinda-. Estábamos admirando la comida. Los sándwiches están deliciosos.
– Gracias -dijo Kate, y luego agregó-. ¿Y Gregory le ha prometido un baile? No puedo prometerle música de calidad profesional, pero hemos logrado encontrar un cuarteto de cuerdas entre nuestros invitados.
– Lo hizo -contestó Lady Lucinda-. Pero lo liberé de su obligación para que pudiera mitigar su hambre.
– Usted debe tener hermanos -dijo Kate con una sonrisa.
Lady Lucinda miró a Gregory con una expresión ligeramente sobresaltada antes de contestar: