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– Lucinda -dijo él, mirándola brevemente antes de regresar a sus papeles-. ¿Qué pasa?

– Necesito hablar contigo.

Él hizo una anotación, frunció el ceño ante su trabajo, y luego secó su tinta.

– Habla.

Lucy se aclaró la garganta. Esto podría ser mucho más fácil si él simplemente levantara la mirada hacia ella. Odiaba hablarle a la cima de su cabeza, lo odiaba.

– Tío Robert -dijo ella de nuevo.

Él gruñó una respuesta pero siguió escribiendo.

– Tío Robert.

Vio como sus movimientos se ralentizaban, y entonces, finalmente, la miró.

– ¿Qué sucede, Lucinda? -preguntó él, claramente molesto.

– Tenemos que hablar sobre Lord Haselby. -Eso. Lo había dicho.

– ¿Hay algún problema? -preguntó él lentamente.

– No. -Se escuchó decir a sí misma, aunque eso no era cierto. Pero era lo que siempre decía cuando alguien le preguntaba si había un problema. Era una de esas cosas que simplemente le salían, como Perdoneme, o Discúlpeme.

Había sido entrenada para decir eso.

¿Hay algún problema?

No, claro que no. No, no se preocupe por mis deseos. No, por favor, no se preocupe por mí.

– ¿Lucinda? -la voz de su tío era afilada, produciendo prácticamente un efecto desagradable.

– No -dijo ella de nuevo, más fuerte esta vez, como si el volumen le diera valor-. Quiero decir, sí, hay un problema. Y necesito hablar contigo sobre él.

Su tío le ofreció una mirada aburrida.

– Tío Robert -empezó ella, sintiéndose como si estuviera andando de puntillas a través de un campo de erizos-. Sabes… -se mordió el labio, mirando a todos lados menos a su cara-. Es decir, eres consciente…

– Dilo rápido -chasqueó él.

– Lord Haselby -dijo Lucy rápidamente, desesperada por salir de eso-. A él no le gustan las mujeres.

Por un momento el Tío Robert no hizo nada más que mirarla. Y entonces él…

Sonrió.

Sonrió.

– ¿Tío Robert? -el corazón de Lucy empezó a latir demasiado rápido-. ¿Lo sabías?

– Claro que lo sabía -chasqueó él-. ¿Por qué piensas que su padre está tan deseoso de tenerte? Sabe que tú no dirás nada.

¿Por qué no diría nada?

– Deberías agradecérmelo -dijo el Tío Robert severamente, acortando sus pensamientos-. La mitad de los hombres de la ton, son brutos. Estoy dándote el único que no te molestará.

– Pero…

– ¿Tienes alguna idea de a cuantas mujeres les encantaría estar en tu lugar?

– Ese no es el punto, Tío Robert.

Sus ojos se volvieron a helar.

– ¿Qué dices?

Lucy permaneció perfectamente quieta, comprendiendo de repente que debía hacerlo. Este era el momento. Nunca lo había desobedecido antes, y probablemente nunca lo haría de nuevo.

Tragó saliva. Y entonces lo dijo:

– No deseo casarme con Lord Haselby.

Silencio. Pero en sus ojos…

Sus ojos eran tormentosos.

Lucy se encontró con su mirada con una tranquila distancia. Podía sentir como una nueva fuerza extraña crecía dentro de ella. No cedería. No ahora, cuando el resto de su vida estaba en juego.

Los labios de su tío se fruncieron y retorcieron, incluso cuando el resto de su cara parecía hecha de piedra. Finalmente, solo cuando Lucy estaba segura de que el silencio la debilitaría, preguntó, tajantemente:

– ¿Puedo saber por qué?

– Yo… yo quiero hijos -dijo Lucy, utilizando la primera excusa que pudo encontrar.

– Oh, los tendrás -dijo él.

Luego sonrió, y su sangre se volvió a helar.

– ¿Tío Robert? -susurró ella.

– Puede que a él no le gusten las mujeres, pero podrá hacer el trabajo bastante a menudo para sacar un mocoso de ti. Y si él no puede… -se encogió de hombros.

– ¿Qué? -Lucy sentía como el pánico crecía en su pecho-. ¿Qué quieres decir?

– Davenport se encargará de eso.

– ¿Su padre? -jadeó Lucy.

– De cualquier modo, será un heredero masculino directo, y eso es todo lo que importa.

La mano de Lucy voló a su boca.

– Oh, no puedo. No puedo. -Pensó en Lord Davenport, con su horrible respiración y sus cachetes flácidos. Y sus ojos crueles. Él no sería amable. No sabía como lo sabía, pero él no sería amable.

Su tío se apoyó adelante en su silla, entrecerrando los ojos amenazadoramente.

– Todos tenemos que asumir nuestras posiciones en la vida, Lucinda, y la tuya es ser la esposa de un noble. Tu deber es proporcionar un heredero. Y lo harás, de cualquier manera que Davenport juzgue necesaria.

Lucy tragó saliva. Siempre había hecho lo que se le decía. Siempre había aceptado que el mundo funcionaba de ciertas maneras. Los sueños podrían ajustarse; el orden social no.

Toma lo que se te da, y haz lo mejor con ello.

Era lo que siempre había dicho. Era lo que siempre había hecho.

Pero esta vez no.

Levantó la mirada, directamente hacia los ojos de su tío.

– No lo haré -dijo, y su voz no vaciló-. No me casaré.

– ¿Qué… has… dicho? -cada palabra salió como si fuera una frase pequeña, enfatizante y fría.

Lucy tragó saliva.

– Dije…

– ¡Sé lo que dijiste! -rugió él, cerrando las manos de golpe sobre su escritorio mientras se incorporaba-. ¿Cómo te atreves a cuestionarme? Te he criado, te he alimentado, te he dado cada maldita cosa que has necesitado. He cuidado y he protegido a esta familia durante diez años, cuando nada de eso -nada de eso- era mi obligación.

– Tío Robert -intentó decirle ella. Pero apenas si podía escuchar su propia voz. Cada palabra que él había dicho era verdadera. Él no poseía esta casa. No poseía la Abadía, o cualquiera de las otras propiedades de los Fennsworth. No tenía nada aparte de lo que Richard quisiera darle una vez, que asumiera su posición totalmente como conde.

– Soy tu tutor -dijo su tío, su voz baja tembló-. ¿Entiendes? Te casarás con Haselby, y no hablaremos de esto otra vez.

Lucy miró fijamente a su tío con horror. Él había sido su tutor durante diez años, y en todo ese tiempo, nunca lo había visto perder la compostura. Su disgusto era siempre frío.

– Es por ese idiota Bridgerton, ¿no es así? -soltó él, lanzando furiosamente algunos libros de su escritorio. Ellos dieron volteretas en el suelo con un fuerte porrazo.

Lucy saltó hacia atrás.

– ¡Dímelo!

Ella no dijo nada, observando a su tío cautelosamente mientras él avanzaba hacia ella.

– ¡Dímelo! -rugió él.

– Sí -dijo ella rápidamente, retrocediendo otro paso-. ¿Como…? ¿Cómo supiste?

– ¿Acaso piensas que soy un idiota? ¿Su madre y su hermana, ambas me pidieron el favor de que les hicieras compañía el mismo día? -juró entre dientes-. Obviamente estaban tramando algo para sacarte de aquí.

– Pero tú me permitiste ir al baile.

– ¡Porque su hermana es una duquesa, pequeña tonta! Incluso Davenport estuvo de acuerdo en que tú tenías que asistir.

– Pero…

– Dios del cielo -juró el Tío Robert, obligando a Lucy a hacer silencio-. No puedo creer en tu estupidez. ¿Acaso él te ha prometido matrimonio? ¿Realmente estás preparada para rechazar al heredero de un condado, por la posibilidad de casarte con el cuarto hijo de un vizconde?

– Sí -susurró Lucy.

Su tío debió haber visto la determinación en su cara, porque palideció.

– ¿Qué has hecho? -exigió él-. ¿Le has permitido tocarte?

Lucy pensó en su beso y se ruborizó.

– Eres una tonta -siseó él-. Bueno, afortunadamente para ti, Haselby no sabrá diferenciar a una virgen de una prostituta.