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– ¡Tío Robert! -Lucy tembló con horror. No había crecido tan intrépida como para que pudiera permitirle descaradamente que la creyera impura-. Jamás haría -yo no- ¿Cómo puedes pensar eso de mí?

– Porque estás actuando como una maldita idiota -chasqueó él-. A partir de este minuto, no saldrás de la casa hasta que llegue el momento de tu boda. Si tengo que apostar a unos guardias en la puerta de tu alcoba, lo haré.

– ¡No! -gritó Lucy-. ¿Cómo puedes hacerme esto? ¿Por qué es tan importante? No necesitamos su dinero. No necesitamos sus conexiones. ¿Por qué no puedo casarme por amor?

Al principio su tío no reaccionó. Estaba de pie, como si estuviera congelado, él único movimiento visible de su cuerpo, era la vena que latía en su sien. Y entonces, cuando Lucy pensó que podía comenzar a respirar de nuevo, él maldijo violentamente y arremetió contra ella, fijándola contra la pared.

– ¡Tío Robert! -dijo ella casi sin resuello. Tenía la mano de él en su barbilla, forzando a su cabeza en una posición antinatural. Intentó tragar, pero era casi imposible con su cuello arqueado tan fuertemente-. No -logró decir, pero apenas fue un gimoteo-. Por favor… detente.

Pero su asimiento se apretó más, y su antebrazo presionó contra su clavícula, los huesos de su muñeca se hundían dolorosamente en su piel.

– Te casarás con Haselby -siseó él-. Te casarás, y yo te diré por qué.

Lucy no dijo nada, solo lo miró fijamente con ojos frenéticos.

– Tú, mi estimada Lucinda, eres el último pago de una deuda antigua a Lord Davenport.

– ¿Qué quieres decir? -susurró ella.

– Chantaje -dijo el Tío Robert en voz austera-. Le hemos pagado a Davenport durante años.

– ¿Pero por qué? -preguntó Lucy. ¿Qué habrían hecho para que los chantajearan?

El labio de su tío se rizó burlonamente.

– Tú padre, el adorado octavo Conde de Fennsworth, era un traidor.

Lucy abrió la boca, y sentía como si su garganta estuviera apretándose, y atándose en un nudo. Eso no podía ser cierto. Había pensado que quizás era un romance extramatrimonial. Quizás un conde que realmente no era un Abernathy. ¿Pero traición? Dios santo… no.

– Tío Robert -dijo ella, intentando razonar con él-. Debe haber un error. Una equivocación. Mi padre… no era un traidor.

– Oh, te aseguro que lo era, y Davenport lo sabe.

Lucy pensó en su padre. Todavía podía verlo en su mente -alto, guapo, con los ojos azules risueños. Había gastado el dinero demasiado libremente; incluso como niña se había dado cuenta de eso. Pero no era un traidor. No podía serlo. Tenía el honor de un caballero. Recordó eso. Estaba en la forma en la que se ponía de pies, en las cosas que le había enseñado.

– Estás mintiendo -dijo ella, las palabras ardían en su garganta-. O estás mal informado.

– Hay una prueba -dijo su tío, soltándola abruptamente y atravesando el cuarto hacia su botella de brandy. Se sirvió un vaso y bebió un largo trago-. Davenport la tiene.

– ¿Cómo?

– No sé como -chasqueó él-. Solo sé que la tiene. La he visto.

Lucy tragó saliva y envolvió los brazos en su pecho, intentando absorber aún, lo que él le estaba diciendo.

– ¿Qué clase de prueba?

– Cartas -dijo él severamente-. Escritas por la mano de tu padre.

– Ellas podrían falsificarse.

– ¡Tienen su sello! -tronó él, bajando de golpe su vaso.

Los ojos de Lucy se abrieron de par en par cuando miró como el brandy se salpicaba al lado del vaso y al borde del escritorio.

– ¿Crees que aceptaría algo así sin verificarlo? -exigió su tío-. Había información -detalles- cosas que solo tu padre podría haber sabido. ¿Crees que le hubiera pagado el chantaje a Davenport durante todos estos años, si hubiera alguna oportunidad de que todo fuera falso?

Lucy negó con la cabeza. Su tío era muchas cosas, pero no un tonto.

– Vino a mí seis meses después de que tu padre murió. Desde entonces, le he estado pagando.

– ¿Pero por qué yo? -preguntó ella.

Su tío se rió entre dientes amargamente.

– Porque serías la perfecta novia, honrada y obediente. Arreglarás las deficiencias de Haselby. Davenport tenía que lograr que el muchacho se casara con alguien, y necesitaba a una familia que no hablara. -Le ofreció una mirada fija y nivelada-. Lo cual no haremos. No lo hablaremos. Y él lo sabe.

Ella agitó la cabeza en acuerdo. Nunca hablaría de tales cosas, así fuera la esposa de Haselby o no. A ella le caía bien Haselby. No deseaba hacerle la vida más difícil. Pero tampoco deseaba ser su esposa.

– Si no te casas -dijo su tío despacio-, toda la familia Abernathy estará arruinada. ¿Entiendes?

Lucy se quedó congelada.

– No estamos hablando de una trasgresión de la niñez, o un Gitano en el árbol genealógico de la familia. Tu padre cometió alta traición. Vendió secretos estatales a los franceses, dejó pasar a los agentes fingiendo que eran contrabandistas en la costa.

– Pero, ¿por qué? -susurró Lucy-. Nosotros no necesitábamos el dinero.

– ¿Cómo crees que obtuvimos el dinero? -replicó su tío cáusticamente-. Y tu padre… -juró entre dientes-. Siempre le había gustado el peligro. Probablemente lo hizo por la emoción que sentiría. ¿Ahora no es un chiste para todos nosotros? El propio condado está en peligro, y todo porque tu padre quiso tener un poco de aventura.

– Padre no era así -dijo Lucy, pero en su interior no estaba tan segura. Solo había tenido ocho años cuando su padre había sido asesinado por un bandolero en Londres. Le habían dicho que había salido en defensa de una dama, pero ¿que tal si eso, también, fuera una mentira? ¿Acaso había sido asesinado por sus acciones de traición? Él era su padre, ¿pero cuanto lo había conocido de verdad?

Pero el tío Robert no parecía haber escuchado su comentario.

– Si no te casas con Haselby -dijo él, sus palabras eran bajas y precisas-. Lord Davenport revelará la verdad sobre tu padre, y tú traerás la vergüenza a toda la casa de Fennsworth.

Lucy agitó la cabeza. Seguramente había otra manera. Todo esto no podía descansar sobre sus hombros.

– ¿Piensas que no? -El tío Robert se rió con desdén-. ¿Quién crees que sufrirá, Lucinda? ¿Tú? Bueno, sí, supongo que sufrirás, pero supongo que podremos enviarte a una escuela y dejar que trabajes como instructora. Probablemente lo disfrutarías.

Dio algunos pasos en su dirección, sin apartar nunca los ojos de su cara.

– Pero que crees que pasará con tu hermano -dijo él-. ¿Cómo le irá al hijo de un traidor reconocido? El rey seguramente lo despojará de su título. Y de la mayoría de su fortuna también.

– No -dijo Lucy. No. No quería creerlo. Richard no había hecho nada malo. Seguramente no podía ser culpado por los pecados de su padre.

Se hundió en una silla, intentando ordenar desesperadamente, sus pensamientos y emociones.

Traición. ¿Cómo es que su padre pudo haber hecho tal cosa? Iba contra todo en lo que ella había creído. ¿Su padre no había amado a Inglaterra? ¿No le había dicho que los Abernathys tenían un deber sagrado con toda Bretaña?

¿O ése había sido Tío Robert? Lucy cerró los ojos fuertemente, intentando recordar. Alguien se lo había dicho. Estaba segura de eso. Podía recordar donde había estado de pie, delante del retrato del primer conde. Recordó el olor del aire, y las palabras exactas, y -más que todo, recordó todo excepto la persona que se lo había dicho.

Abrió los ojos y miró a su tío. Probablemente había sido él. Parecía algo que él diría. No elegía hablar muy a menudo con ella, pero cuando lo hacía, el deber era siempre su tema más popular.

– Oh, Padre -susurró. ¿Cómo pudo haber hecho esto? Venderle los secretos a Napoleón. Había arriesgado las vidas de miles de soldados británicos. O incluso…