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– Vamos a tener que quitarte esa costumbre -murmuró él.

Ella llevó sus manos hacia su espalda, explorando ligeramente su piel.

– ¿No quieres que me disculpe? -le preguntó ella. Cuando él bromeaba, cuando la fastidiaba -la hacía sentir más cómoda. La hacía ser audaz.

– No por esto -gimió él.

Ella frotó sus pies contra sus pantorrillas.

– ¿Nunca?

Y entonces él empezó a hacerles cosas innombrables con sus manos.

– ¿Quieres que me disculpe?

– No -jadeó ella. Estaba tocándola íntimamente, de formas que no sabía, que podía ser tocada. Eso debió haber sido la cosa más horrible del mundo, pero no lo era. La hacía estirarse, arquearse, retorcerse. No tenía ni idea de lo que estaba sintiendo -no podría describirlo, ni siquiera teniendo al propio Shakespeare a su disposición.

Pero quería más. Era su único pensamiento, lo único que sabía.

Gregory estaba llevándola a alguna parte. Se sentía atraída, tomada, transportada.

Y lo quería todo.

– Por favor -suplicó, la palabra se deslizó espontáneamente de sus labios-. Por favor…

Pero Gregory, también, estaba más allá de las palabras. Dijo su nombre. Lo dijo una y otra vez, como si sus labios hubieran perdido la memoria de todo lo demás.

– Lucy -susurró, su boca se movía hacia la hendidura entre sus pechos.

– Lucy -gimió, mientras deslizaba un dedo dentro de ella.

Lo jadeó.

– ¡Lucy!

Lo había tocado. Suavemente, tentativamente.

Pero era ella. Era su mano, su caricia, y la sentía como si de repente se hubiera encendido.

– Lo siento -dijo ella, dándole un tirón a su mano para apartarla.

– No te disculpes -ladró él, no porque estuviera furioso, sino porque apenas si podía hablar. Encontró su mano y la trajo de vuelta.

– Esto es cuanto te deseo -le dijo, envolviéndola alrededor de él-. Con todo lo que tengo, con todo lo que soy.

Su nariz estaba apenas, a centímetros de la suya. Sus respiraciones se mezclaban, y sus ojos…

Era como si fueran uno.

– Te amo -murmuró él, acomodándose en su posición. Ella apartó la mano, y la movió hacia su espalda.

– Yo también te amo -susurró ella, y sus ojos se abrieron de par en par, como si estuviera sorprendida de haberlo dicho.

Pero a él no le importó. No le importaba si ella había querido decírselo o no. Se lo había dicho, y nunca podría retractarse. Era suya.

Y él era suyo. Mientras estaba quieto, presionando muy suavemente en su entrada, comprendió que estaba al borde de un precipicio. Su vida se había dividido en dos partes: antes y después.

Nunca amaría a otra mujer de nuevo.

Nunca podría amar a otra mujer de nuevo.

No después de esto. No mientras Lucy caminara en la misma tierra. No podría haber nadie más.

Era aterrador, ese precipicio. Aterrador, y estremecedor, y…

Saltó.

Ella soltó un pequeño jadeo cuando él empujó hacia delante, pero cuando bajó la mirada hacia ella, no parecía estar adolorida. Su cabeza estaba tirada hacia atrás, y cada respiración estaba acompañada con un pequeño gemido, como si no pudiera mantener su deseo en su interior.

Sus piernas se envolvieron alrededor de su cuerpo, recorriendo con sus pies la longitud de sus pantorrillas. Y sus caderas se estaban arqueando, urgiéndolo, suplicándole que continuara.

– No quiero herirte -dijo él, cada músculo de su cuerpo le pedía que avanzara. Nunca había deseado tanto algo de la forma en que la deseaba en ese momento. Y aún así, nunca se había sentido menos ávido. Esto tenía que ser para ella. No podía hacerle daño.

– No me estás hiriendo -gimió ella, y él no pudo seguir evitándolo. Capturó su pecho en su boca mientras empujaba a través de su barrera final, incrustándose totalmente dentro de ella.

Si ella había sentido dolor, no le importó. Soltó un chillido callado de placer, y sus manos se agarraron ferozmente a su cabeza. Se retorció debajo de su cuerpo, y cuando intentó moverse hacia su otro pecho, los dedos de ella se volvieron implacables, manteniéndolo en el lugar con feroz intensidad.

Y todo el tiempo, su cuerpo la reclamó, moviéndose en un ritmo que estaba más allá del pensamiento o del control.

– Lucy… Lucy… Lucy. -Gimió, apartándose finalmente de su pecho. Era demasiado difícil. Era demasiado. Necesitaba espacio para respirar, para lanzar un grito apagado, para succionar el aire que parecía no llegar nunca a sus pulmones.

– ¡Lucy!

Él debía esperar. Estaba tratando de esperar. Pero ella estaba agarrada a él, hincándole las uñas en sus hombros, y su cuerpo estaba arqueándose fuera de la cama con suficiente fuerza como para levantarlo también.

Y la sintió. Tensándose, apretándolo, estremeciéndose alrededor de él, y se dejó ir.

Se dejó ir, y el mundo simplemente explotó.

– Te amo -dijo él casi sin resuello, cuando se derrumbó sobre ella. Había pensado que estaba más allá de las palabras, pero allí estaban.

Ellas lo acompañaban ahora. Dos pequeñas palabras.

Te amo.

Nunca estaría sin ellas.

Y eso era algo maravilloso.

Capítulo 20

En el que nuestro héroe tiene una pésima mañana.

Tiempo después, después de dormir, y luego más pasión, y después de no dormir en realidad, sino de una pacífica y callada quietud, y luego más pasión -porque ellos simplemente no podían evitarlo- fue el momento de que Gregory partiera.

Era lo más difícil que había hecho en la vida, y sin embargo, podía hacerlo con la alegría de su corazón porque sabía que este no era el final. Tampoco era un adiós; no era nada tan permanente como eso. Pero la hora estaba volviéndose más peligrosa. El amanecer llegaría en breve, y si bien, tenía todas las intenciones de casarse con Lucy tan pronto como pudiera arreglarlo, no podía hacerla pasar por la vergüenza de ser sorprendida en la cama con él, en la mañana de su boda con otro hombre.

También tenía que considerar a Haselby. Gregory no lo conocía bien, pero siempre le había parecido un tipo amable y no se merecía la humillación pública que vendría a continuación.

– Lucy -susurró Gregory, tocando su mejilla con la punta de su nariz-. La mañana está cerca.

Ella hizo un sonido soñoliento, luego giró la cabeza.

– Sí -dijo. Solo , no Es todo tan injusto o Esto no debería ser de esta manera. Pero así era Lucy. Era pragmática, prudente y encantadoramente razonable, y la amaba por todo eso y más. Ella no quería cambiar el mundo. Solo quería hacerlo encantador y maravilloso para la gente que amaba.

El hecho de que hubiera hecho esto-que lo hubiera dejado hacerle el amor y estuviera planeando cancelar su boda, la misma mañana de la ceremonia-solo le demostraba lo profundamente que lo quería. Lucy no buscaba atención y dramatismo. Solo pedía estabilidad y rutina, para hacer el salto que estaba preparando para…

Eso lo hizo sentir humilde.

– Deberías venir conmigo -dijo él-. Ahora. Debemos salir juntos antes que toda la casa se despierte.

Su labio inferior se estiró un poco de lado a lado en un oh Dios -esa expresión lo atrajo tanto que simplemente tuvo que besarla. Ligeramente, ya que no tenía tiempo para hacer nada más, y solo un pequeño besito en la esquina de su boca. Nada que interfiriera con su respuesta, la cual, fue un decepcionante:

– No puedo.

Él se echó para atrás.

– No puedes quedarte.

Pero ella estaba agitando la cabeza.

– Yo… debo hacer lo correcto.

La miró inquisidoramente.

– Debo comportarme honorablemente -le explicó ella. Luego se sentó, sus dedos apretaban la ropa de cama tan herméticamente que sus nudillos se pusieron blancos. Parecía nerviosa, lo que supuso, tenía sentido. Él se sentía al filo de un nuevo amanecer, mientras que ella…