Mirándola.
Tragó saliva convulsivamente, sin apartar los ojos de la mano derecha de ella.
– ¿Todos estamos aquí? -se escuchó gritar al hermano de Lucy.
No escuchó la voz de Lucy en el coro de respuestas, pero nadie estaba cuestionando su presencia.
Ella era la novia.
Y él un tonto, al mirar como se alejaba.
– Lo siento -dijo Colin con voz queda, mientras observaban como el carruaje desaparecía al dar la vuelta por la esquina.
– Esto no tiene sentido -susurró Gregory.
Colin saltó para bajarse del árbol y le ofreció silenciosamente su mano a Gregory.
– Esto no tiene sentido -dijo Gregory de nuevo, demasiado desconcertado como para hacer algo diferente a dejar que su hermano lo ayudara a bajar-. Ella no haría eso. Me ama.
Miró a Colin. Sus ojos eran amables, pero también llenos de lástima.
– No -dijo Gregory-. No. Tú no la conoces. Ella no haría… No. No la conoces.
Y Colin, cuya única experiencia con Lady Lucinda Abernathy había sido el momento en el cual, había roto el corazón de su hermano, preguntó:
– ¿Acaso tú la conoces?
Gregory dio un paso atrás, como si lo hubieran golpeado.
– Sí -dijo-. Sí, lo hago.
Colin no dijo nada, solo levantó las cejas, como si dijera, Bueno, ¿Y entonces?
Gregory se volvió, sus ojos se movieron a la esquina por donde Lucy había desaparecido recientemente. Por un momento se quedó absolutamente quieto, su único movimiento era un parpadeo deliberado y pensativo de sus ojos.
Se dio la vuelta, y miró a su hermano a la cara.
– La conozco -dijo-. Lo hago.
Los labios de Colin se juntaron, como si intentara formularle una pregunta, pero Gregory ya se había dado la vuelta.
Estaba mirando la esquina otra vez.
Y entonces, empezó a correr.
Capítulo 21
En el que nuestro héroe lo arriesga todo.
– ¿Estás lista?
Lucy observó el espléndido interior de St. George -la brillante vidriera, los arcos elegantes, los montones y montones de flores traídas para celebrar su matrimonio.
Pensó en Lord Haselby, de pie en el altar junto al sacerdote.
Pensó en los invitados, que eran más de trescientos, y que esperaban que entrara del brazo de su hermano.
Y pensó en Gregory, quien seguramente la había visto subir al carruaje nupcial, vestida con sus galas de boda.
– Lucy -repitió Hermione-. ¿Estás lista?
Lucy se preguntó lo que Hermione podría hacer si dijera no.
Hermione era una romántica.
Impractica.
Probablemente le diría a Lucy que no tenía que llevar la boda a cabo, que no le debería importar si estaban esperando justo al exterior de las puertas del santuario de la iglesia, o que el primer ministro estuviera sentado adentro.
Hermione le diría que no debía importarle que los papeles habían sido firmados y leídas las amonestaciones, en tres parroquias diferentes. No le importaría que cuando Lucy huyera de la iglesia se armaría el escándalo de la década. Le diría que no tenía que hacerlo, que no debía conformarse con un matrimonio de conveniencia cuando podía tener uno de pasión y amor. Le diría…
– ¿Lucy?
Eso fue lo que realmente le dijo.
Lucy se volvió, pestañeando confundida, porque la Hermione de su imaginación le había estado dando un discurso apasionado.
Hermione sonrió gentilmente.
– ¿Estás lista?
Y Lucy, porque era Lucy, porque siempre sería Lucy, asintió con la cabeza.
No podía hacer nada más.
Richard se les unió.
– No puedo creer que vayas a casarte -le dijo a Lucy, pero no antes de mirar calurosamente a su esposa.
– No soy mucho menor que tú, Richard -le recordó Lucy. Inclinó la cabeza hacia la nueva Lady Fennsworth-. Y solo soy dos meses mayor que Hermione.
Richard le sonrió varonilmente.
– Sí, pero ella no es mi hermana.
Lucy sonrió y estaba agradecida por ese gesto. Necesitaba sonrisas. Todas las que pudiera conseguir.
Era el día de su boda. La habían bañado y perfumado, y se había vestido con el que tenía que ser el vestido más lujoso en el que había puesto los ojos alguna vez en la vida, y se sentía…
Vacía.
No podía imaginar lo que Gregory pensaba de ella. Le había permitido deliberadamente pensar que planeaba cancelar la boda. Había sido terrible por parte de ella, cruel y deshonesto, pero no había sabido que más hacer. Era una cobarde, y no podía soportar ver su cara cuando le dijera que todavía pensaba casarse con Haselby.
Dios santo, ¿Cómo hubiera podido explicárselo? Él le habría insistido que había otra manera, pero él era un idealista, y nunca se había enfrentado a la verdadera adversidad. No había otra manera. No esta vez. No sin sacrificar a su familia.
Soltó una larga exhalación. Podía hacer esto. De verdad. Podía. Podía.
Cerró los ojos, su cabeza se meneó una media pulgada o más, mientras las palabras se repetían en su mente.
Puedo hacer esto. Yo puedo. Yo puedo.
– ¿Lucy? -vino la voz preocupada de Hermione-. ¿Estás enferma?
Lucy abrió los ojos, y dijo la única cosa que Hermione probablemente creería.
– Solo estoy haciendo sumas en mi cabeza.
Hermione negó con la cabeza.
– Espero que a Lord Haselby le gusten las matemáticas, porque te juro, Lucy, que estás loca.
– Quizás.
Hermione la miró confundida.
– ¿Qué pasa? -preguntó Lucy.
Hermione pestañeó varias veces antes de contestarle finalmente.
– No es nada en realidad -dijo-. Es solo que eso sonó muy diferente a ti.
– No sé lo que quieres decir.
– ¿Acaso no estuviste de acuerdo conmigo cuando te llamé loca? Tú nunca dirías algo así.
– Bueno, es bastante obvio que lo dije -refunfuñó Lucy-. Así que no sé lo que…
– Oh, vamos. La Lucy que conozco diría algo como: «Las matemáticas son sumamente importantes, y en realidad, Hermione, deberías considerar practicar las sumas».
Lucy hizo una mueca.
– ¿De verdad soy tan oficiosa?
– Sí -le contestó Hermione, como si estuviera loca por siquiera preguntárselo-. Pero es lo que más me gusta de ti.
Y Lucy se las arregló para sonreír de nuevo.
Quizás todo estaría bien. Tal vez sería feliz. Si podía arreglárselas para sonreír dos veces en una mañana, entonces seguramente no podría ser tan malo. Solo necesitaba seguir adelante, en su mente y en su cuerpo. Necesitaba terminar con esto, hacerlo permanente, para poder poner a Gregory en su pasado y por lo menos poder pretender abrazar su nueva vida como la esposa de Lord Haselby.
Pero Hermione estaba preguntándole a Richard si podía tener un momento a solas con Lucy, y después tomó sus manos, inclinándose para susurrarle:
– Lucy, ¿estás segura que quieres hacer esto?
Lucy la miró sorprendida. ¿Por qué Hermione le estaba preguntando eso? Justo en el momento cuando lo que más quería era correr.
¿No la había visto sonriendo? ¿Hermione no la había visto sonreír?
Lucy tragó saliva. Intentó enderezar sus hombros.
– Sí -dijo-. Sí, claro. ¿Por qué me preguntas eso?
Hermione no le contestó en seguida. Pero sus ojos -esos enormes ojos verdes que volvían locos a los hombres- respondieron por ella.
Lucy tragó saliva y se volvió, incapaz de soportar lo que veía allí.
Y Hermione le susurró:
– Lucy.
Eso fue todo. Solo Lucy.
Lucy se dio la vuelta. Quería preguntarle a Hermione lo que quería decirle. Quería preguntarle porque pronunciaba su nombre como si fuera una tragedia. Pero no lo hizo. No podía. Y entonces esperó a que Hermione viera sus preguntas en sus ojos.
Ella lo hizo. Hermione le tocó la mejilla, sonriendo tristemente.
– Te ves como la novia más triste que he visto en mi vida.