– Tengo uno.
Él se volvió hacia Kate.
– Le hice la misma observación un poco más temprano -explicó él.
Kate soltó una breve risa.
– Que coincidencia, con seguridad. -Se volvió hacia la joven dama y le dijo-: eso es muy bueno para entender el comportamiento de los hombres, Lady Lucinda. Uno nunca debe subestimar el poder de la comida.
Lady Lucinda la miró con los ojos bien abiertos.
– ¿Para obtener el beneficio de un humor agradable?
– Bueno, eso -dijo Kate, casi desenvueltamente-. Pero uno realmente no debe descontar sus usos para ganar una discusión. O simplemente para conseguir lo que se desea.
– Ella acaba de salir de las aulas de clases, Kate -la reprendió Gregory.
Kate lo ignoró y en su lugar le sonrió ampliamente a Lady Lucinda.
– Uno nunca es demasiado joven para adquirir habilidades importantes.
Lady Lucinda miró a Gregory, y después a Kate, y entonces sus ojos empezaron a chispear con humor.
– Entiendo porque muchos la admiran, Lady Bridgerton.
Kate sonrió.
– Es usted muy amable, Lady Lucinda.
– Oh, por favor, Kate -la cortó Gregory. Se volvió hacia Lady Lucinda y agregó-: Se quedará aquí toda la noche si sigue ofreciéndole sus cumplidos.
– No le preste atención -dijo Kate con una mueca-. Es joven y tonto, y no sabe lo que dice.
Gregory estuvo a punto de hacer otro comentario -no podía permitir que Kate saliera impune después de haber dicho eso- pero entonces, Lady Lucinda lo interrumpió.
– Le cantaría alabanzas alegremente el resto de la noche, Lady Bridgerton, pero creo que es el momento de que me retire. Debo ir a ver como está Hermione. Ella ha estado bajo el clima todo el día, y debo asegurarme que está bien.
– Por supuesto -contestó Kate-. Por favor, salúdela de mi parte, y hágame saber si necesita algo. Nuestra Ama de Llaves dice ser una muy buena botánica, y siempre está mezclando sus pociones. Muchas de ellas funcionan. -Sonrió abiertamente, y la expresión era tan amistosa que Gregory comprendió al instante que aprobaba a Lady Lucinda. Eso significaba algo. Kate nunca había soportado a los necios, de ninguna manera.
– La acompañaré a la puerta -dijo él rápidamente. Era lo menos que podía hacer para ofrecerle su cortesía, y además, no iba a insultar a la mejor amiga de la Señorita Watson.
Se despidieron de Lady Bridgerton, y Gregory metió el brazo en la curva de su codo. Caminaron en silencio hacia la puerta del cuarto de dibujo, y Gregory dijo:
– ¿Puedo confiar en que pueda dirigirse a su cuarto desde aquí?
– Claro -contestó ella. Y entonces levantó la mirada -tenía los ojos azules, lo notó casi ausentemente- y preguntó:
– ¿Quiere que le transmita algún mensaje a Hermione de su parte?
Sus labios se separaron de sorpresa.
– ¿Por qué haría eso? -preguntó él, antes de poder mesurar su respuesta.
Ella solo se encogió de hombros y dijo:
– Usted es el menor de dos males, Sr. Bridgerton.
Quería pedirle desesperadamente que aclarara ese comentario, pero no podía hacerlo, teniendo en cuenta que la acababa de conocer, por ello se esforzó en mantener un semblante tranquilo, cuando dijo:
– Salúdela de mi parte, eso es todo.
– ¿De verdad?
Maldición, la expresión de su mirada era tan irritante.
– De verdad.
Ella se despidió con la más pequeña de las cortesías, y se marchó.
Gregory miró fijamente un rato, la puerta a través de la cual ella había desaparecido y luego regresó a la fiesta. Muchos de los invitados habían empezado a bailar, y llenaban el aire con más sonrisas, pero de algún modo la noche se había vuelto aburrida e inanimada.
La comida, decidió. Se comería otros veinte sándwiches diminutos y luego se iría a dormir.
Todo se aclararía por la mañana.
Lucy sabía que Hermione no tenía dolor de cabeza, y tampoco ninguna clase de dolor, no se sorprendió cuando la encontró sentada en la cama, mirando concentradamente lo que parecía ser una carta de cuatro páginas.
Escrita en una letra extremadamente compacta.
– Un lacayo me la entregó -dijo Hermione, sin siquiera mirarla-. Me dijo que llegó en el correo de hoy, pero se había olvidado de traerla más temprano.
Lucy suspiró.
– ¿Es del Señor Edmonds?
Hermione asintió con la cabeza.
Lucy cruzó el cuarto que estaba compartiendo con Hermione actualmente, y se sentó en la silla del tocador. Esta no era la primera carta que Hermione había recibido del Señor Edmonds, y Lucy sabía por experiencia que Hermione tendría que leerla dos veces, y luego una vez más para hacerle un análisis más profundo, y luego finalmente una última vez, solo para identificar cualquier significado oculto en el significado del saludo y el cierre de la misiva.
Lo que significaba que Lucy no tendría nada que hacer excepto examinarse las uñas durante por lo menos cinco minutos.
Y eso fue lo que hizo, no porque estuviera terriblemente interesada en sus uñas, ni porque fuera una persona particularmente paciente, sino porque conocía una situación inútil cuando la veía, y no vio ninguna razón para gastar energía en someter a Hermione a una conversación cuando estaba tan patentemente indiferente a lo que ella tuviera que decir.
Sin embargo, las uñas solo podían ocupar a una muchacha un rato, especialmente cuando estaban meticulosamente aseadas y cuidadas, por eso Lucy se puso de pies y caminó hacia el armario, observando ausentemente sus pertenencias.
– Oh, rayos -murmuró-. Odio cuando ella hace eso -su criada le había dejado un par de zapatos mal ubicados, con el izquierdo a la derecha, y el derecho a la izquierda, y aunque Lucy sabía que no había nada malo con eso, la ofendía de un modo extraño (y extremadamente ordenado) a sus sensibilidades, por eso enderezó el par de zapatillas, y luego se incorporó para inspeccionar su manualidad, después se puso las manos en las caderas y se dio la vuelta.
– ¿No has terminado aún? -le demandó.
– Ya casi -dijo Hermione, y casi parecía que sus palabras estuvieran descansando en el borde de sus labios todo el tiempo, como si las hubiera preparado para soltarlas sobre Lucy cuando le hiciera una pregunta.
Se sentó nuevamente, enfadada. Esa era una escena que habían representado innumerables veces con anterioridad. O al menos cuatro veces.
Sí, Lucy sabía cuantas cartas había recibido exactamente Hermione del romántico Sr. Edmonds. Le habría gustado no saberlo; de hecho, estaba un poco irritada de que ese punto estuviera invadiendo un valioso espacio en su cerebro que podría haber sido utilizado para algo útil, como la botánica o la música, o cielo santo, incluso otra página de De-Brett´s, pero desafortunadamente, el hecho era, que las cartas del Sr. Edmonds no eran más que un evento, y cuando Hermione tenía un evento, bueno, pues Lucy estaba forzada también a tenerlo.
Habían compartido un cuarto durante tres años en lo de la Srta. Moss, y como Lucy no tenía ninguna pariente femenina cercana, que pudiera ayudarla a relacionarse con la sociedad, la madre de Hermione había estado de acuerdo en patrocinarla, y por ello allí estaban, todavía juntas.
Lo cual en realidad era estupendo, salvo por el siempre presente (en espíritu, al menos) Sr. Edmonds. Lucy solo lo había visto una vez, pero sentía como si siempre estuviera allí, rodeándolas, haciendo que Hermione suspirara en extraños momentos y mirara un punto en la distancia como si estuviera componiendo un soneto de amor, para poder incluirlo en su siguiente respuesta.
– Eres consciente -dijo Lucy, aunque Hermione no había dado indicios de haber terminado con su lectura-, de que tus padres nunca te permitirán casarte con él.
Eso fue suficiente para lograr que Hermione bajara la carta, al menos un poco.
– Sí -dijo, con una expresión de irritación-. Ya me lo has dicho muchas veces.