Lucy cerró los ojos.
– No estoy triste. Es solo que siento…
Pero no sabía lo que sentía. ¿Qué se suponía debía sentir? Nadie la había entrenado para esto. En toda su educación, con su niñera, e institutriz, y los tres años en la Institución de la Srta. Moss, nadie le había dado lecciones de esto.
¿Por qué nadie había comprendido que esto era más importante que la costura o los bailes típicos?
– Me siento… -y entonces lo entendió-. Me siento como si estuviera diciendo adiós.
Hermione pestañeó sorprendida.
– ¿A quien?
A mí.
Y así era. Se estaba despidiendo de ella misma, y de todo lo que podría haber sido.
Sintió la mano de su hermano en el brazo.
– Es tiempo de empezar -dijo.
Ella asintió con la cabeza.
– ¿Dónde está tu ramillete? -preguntó Hermione, y entonces se contestó con un-: Oh. Allí. -Recuperó las flores, junto con las suyas, de una mesa cercana y se las dio a Lucy-. Serás feliz -susurró, mientras le besaba la mejilla a Lucy-. Debes. Simplemente no toleraré un mundo en el que no lo seas.
Los labios de Lucy temblaron.
– Oh Dios -dijo Hermione-. Ahora me parezco a ti. ¿Ves que buena influencia eres? -y con un último beso lanzado, entró en la capilla.
– Tu turno -dijo Richard.
– Casi -respondió Lucy.
Y así fue.
Estaba en la iglesia, caminando por el pasillo. Estaba al frente, asintiéndole al sacerdote, mirando a Haselby y recordándose que a pesar… bueno, a pesar de ciertos hábitos que no entendía en realidad, él sería un esposo absolutamente aceptable.
Esto era lo que tenía que hacer.
Si decía no…
No podía decir no.
Podía ver a Hermione por el rabillo del ojo, de pie a su lado con una sonrisa serena. Ella y Richard habían llegado a Londres dos noches antes, y habían estado tan felices. Se reían, se divertían, y hablaban de las mejoras que planeaban hacerle a Fennsworth Abbey. Un naranjero, se habían reído. Querían un naranjero. Y una guardería.
¿Cómo podría Lucy quitarles eso? ¿Cómo podría lanzarlos a una vida de vergüenza y pobreza?
Escuchó la voz de Haselby, cuando contestó «Acepto», y entonces, fue su turno.
¿Aceptáis a este hombre como vuestro esposo, para vivir juntos después de la ordenanza de Dios en el sagrado Sacramento del Matrimonio? ¿Aceptáis obedecerlo, servirlo, amarlo, y respetarlo, y acompañarle en la salud y en la enfermedad; y, renunciar a todo lo demás, para estar solo junto a él, hasta que la muerte os separe?
Tragó saliva e intentó no pensar en Gregory.
– Acepto.
Había dado su consentimiento. ¿Entonces, todo había terminado? No se sentía diferente. Todavía era la misma Lucy de siempre, excepto que estaba al frente de más gente que nunca, y su hermano estaba entregándola.
El sacerdote puso la mano derecha de ella sobre la de Haselby, y él dijo sus votos, en voz fuerte, firme y clara.
Ellos se separaron, y entonces Lucy tomó su mano.
Yo, Lucinda Margaret Catherine…
– Yo, Lucinda Margaret Catherine…
… te tomo Arthur Fitzwilliam George…
– … te tomo, Arthur Fitzwilliam George…
Lo dijo. Lo repitió después del sacerdote, palabra por palabra. Dijo su parte, correctamente hasta que quiso darle sus votos a Haselby, correctamente hasta…
Las puertas de la capilla se abrieron de golpe.
Ella se dio la vuelta. Todos se dieron la vuelta.
Gregory.
Dios Santo.
Parecía un loco, respirando con tanta dificultad, que casi ni podía hablar.
Se tambaleó al avanzar, agarrándose a los bordes de los bancos para apoyarse, y escuchó cuando dijo:
– No.
El corazón de Lucy se detuvo.
– No lo hagas.
El ramillete se resbaló de sus manos. Ella no podía moverse, no podía hablar, no podía hacer nada diferente a quedarse allí como una estatua mientras él se le acercaba, aparentemente olvidando a los centenares de personas que lo miraban fijamente.
– No lo hagas -dijo él de nuevo.
Y nadie estaba hablando. ¿Por qué nadie estaba hablando? Seguramente si alguien se apresurara, y agarrara a Gregory por los brazos, se lo llevara lejos…
Pero nadie lo hizo. Era un espectáculo. Era el teatro, y nadie parecía querer perderse el final.
Y entonces…
Allí.
Allí en frente de todos, él se detuvo.
Se detuvo y dijo:
– Te amo.
A su lado Hermione murmuró:
– Oh Dios mío.
Lucy quería llorar.
– Te amo -dijo él otra vez, y siguió caminando, sin apartar los ojos de su rostro.
– No lo hagas -dijo él, cuando había llegado finalmente al frente de la iglesia-. No te cases con él.
– Gregory -susurró ella-. ¿Por qué estás haciendo esto?
– Te amo -dijo él, como si no pudiera haber otra explicación.
Un pequeño gemido se atascó en su garganta. Las lágrimas ardían en sus ojos, y su cuerpo entero estaba rígido. Rígido y helado. Un pequeño viento, una pequeña respiración podría derribarla. No podía lograr pensar en algo, pero ¿por qué?
No.
Por favor.
Y -oh cielos, ¡Lord Haselby!
Lo miró a él, al novio que se había encontrado degradado a un papel secundario. Él había permanecido de pie todo el tiempo, mirando el desenvolvimiento del drama con tanto interés como el público. Con los ojos, ella le pidió ayuda, pero simplemente negó con la cabeza. Fue un movimiento diminuto, demasiado sutil como para alguien más se diera cuenta, pero lo vio, y sabía lo que significaba.
Depende de ti.
Se volvió hacia Gregory. Los ojos de él ardían, e hincó una rodilla.
No, trató de decirle ella. Pero no podía mover los labios. No podía encontrar su voz.
– Cásate conmigo -dijo Gregory, y ella lo sentía en su voz. Se envolvía alrededor de su cuerpo, la besaba, la abrazaba-. Cásate conmigo.
Y Oh, Dios bendito, lo deseaba. Más que nada, deseaba ponerse de rodillas y tomarle la cara entre sus manos. Quería besarlo, quería gritar su amor por él -aquí, en frente de todos los que conocía, posiblemente de todos los que alguna vez conocería.
Pero había deseado todo eso el día anterior, y el día antes de ese. Nada había cambiado. Su mundo se había vuelto más público, pero nada había cambiado.
Su padre todavía era un traidor.
Su familia todavía estaba siendo chantajeada.
El destino de su hermano y de Hermione todavía estaba en sus manos.
Miró a Gregory, dolida por él, dolida por ambos.
– Cásate conmigo -susurró él.
Sus labios se apartaron y dijo:
– No.
Capítulo 22
En el que todo el infierno se desata.
El infierno se desató.
Lord Davenport avanzó, al igual que el tío de Lucy y el hermano de Gregory, quien se había tropezado en los escalones de la iglesia después de perseguir a Gregory por Mayfair.
El hermano de Lucy se apresuró a apartar a Lucy y a Hermione de la refriega, pero Lord Haselby, quien había estado mirando los eventos con aires de espectador intrigado, tomó serenamente el brazo de su prometida y dijo:
– Yo la protegeré.
En cuanto a Lucy, se tropezó hacia atrás, con la boca abierta de la conmoción cuando Lord Davenport brincó sobre Gregory, cayendo barriga abajo como un -bueno, como nada que Lucy hubiera visto alguna vez.
– ¡Lo tengo! -gritó Davenport triunfalmente, solo para ser golpeado rotundamente con un retículo perteneciente a Hyacinth St. Clair.
Lucy cerró los ojos.