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– ¿Y sí? -le exigió Hyacinth.

No lo sabía. Y eso lo estaba matando.

– No sigas, Hyacinth -le dijo su madre suavemente.

Hyacinth se retrasó, permaneciendo tensa por la rabia, pero contuvo su lengua.

– Quizás podrías quedarte con Benedict y Sophie en Wiltshire -sugirió Violet-. Creo que Anthony y Kate llegarán pronto a la ciudad, por eso no puedes ir a Aubrey Hall, aunque estoy segura que no les importaría si resides allá en su ausencia.

Gregory solo miraba al exterior de la ventana. No deseaba ir al campo.

– Podrías viajar -dijo Colin-. Italia es un lugar muy agradable en esta época del año. Y nunca has estado allí, ¿verdad?

Gregory negó con la cabeza, solo medio escuchando. No deseaba ir a Italia.

Porque tenía que hacerlo, había dicho ella.

No, porque lo deseaba. No, porque era sensato.

Era porque tenía que hacerlo.

¿Qué significaba eso?

¿Qué había sido forzada? ¿Qué había sido chantajeada?

¿Qué había hecho para ser victima de un chantaje?

– Habría sido muy difícil para ella no llevarla a cabo -dijo Violet de repente, poniendo una mano compasiva en su brazo-. Lord Davenport es un hombre que nadie desearía tener como enemigo. Y en realidad, allí en la iglesia, con todo el mundo mirando… Bueno -dijo con un suspiro de resignación-, uno tendría que ser sumamente valiente. Y fuerte. -Hizo una pausa, mientras negaba con la cabeza-. Y estar preparado.

– ¿Preparado? -preguntó Colin.

– Para lo que vendría después -le aclaró Violet-. Habría sido un escándalo enorme.

– Ya es un escándalo enorme -murmuró Gregory.

– Sí, pero no tan enorme, como si hubiera dicho sí -dijo su madre-. Y no es que me alegre por el resultado. Sabes que lo que más deseo es la felicidad de tu corazón. Pero ella será mirada con aprobación por su elección. Se verá como una muchacha sensata.

Gregory sentía como la esquina de su boca se levantaba, dibujando una sonrisa ladeada.

– Y yo, un tonto enamorado.

Nadie lo contradijo.

Después de un rato, su madre dijo:

– Debo decirte, que estás tomando esta situación bastante bien.

Efectivamente.

– Había pensado -se interrumpió-. Bueno, no importa lo que había pensado, solo la realidad importa.

– No -dijo Gregory, volviéndose para mirarla agudamente-. ¿Qué habías pensado? ¿La forma en la que yo debería estar actuando?

– No viene a cuento la palabra debería -dijo su madre, claramente agitada por las preguntas súbitas-. Simplemente había pensado que estarías… furioso.

La miró por un buen rato, y luego se volvió hacia la ventana. Estaban viajando a lo largo de Picadilly, dirigiéndose al oeste hacia Hyde Park. ¿Por qué no estaba furioso? ¿Por qué no estaba golpeando la pared con su puño? Había tenido que ser sacado a rastras de la iglesia y forzado a entrar en el carruaje, pero una vez todo había terminado, se sintió superado por una calma extraña y casi sobrenatural.

Algunas palabras de su madre hicieron eco en su mente.

Sabes que lo que más deseo es la felicidad de tu corazón.

La felicidad de su corazón.

Lucy lo amaba. Estaba seguro de eso. Lo había visto en sus ojos, incluso en el momento en que se lo había negado. Lo sabía porque se lo había dicho, y ella no le mentiría sobre algo así. Lo había sentido en la forma en que lo había besado, y en el calor de su abrazo.

Lo amaba. Y cualquier cosa que la había hecho continuar con su matrimonio, era más grande que ella. Más fuerte.

Ella necesitaba su ayuda.

– ¿Gregory? -dijo su madre suavemente.

Él se volvió. Parpadeó.

– Te has levantado de tu asiento -dijo ella.

¿Lo había hecho? Ni siquiera se había dado cuenta. Pero sus sentidos se habían afilado, y cuando bajó la mirada, notó que había encorvado los dedos.

– Detengan el carruaje.

Todos volvieron la mirada hacia él. Incluso Hyacinth, quien había estado mirando fijamente al exterior de la ventana.

– Detengan el carruaje -dijo de nuevo.

– ¿Por qué? -preguntó su madre, claramente sospechosa.

– Necesito aire -contestó él, y ni siquiera era una mentira.

Colin dio un golpe a la pared.

– Iré contigo.

– No. Prefiero estar solo.

Los ojos de su madre se abrieron de par en par.

– Gregory… no planeas…

– ¿Irrumpir en la iglesia? -terminó por ella. Se reclinó en el asiento, dándole una sonrisa casualmente ladeada-. Creo que ya me he avergonzado lo suficiente por un día, ¿no te parece?

– De cualquier forma, ellos ya debieron haber dicho sus votos -señaló Hyacinth.

Gregory luchó contra el impulso de ofrecerle una mirada furiosa a su hermana, quien nunca parecía perderse una oportunidad para instigar, insistir o retorcer.

– Precisamente -contestó él.

– Me sentiría mejor si no estuvieras solo -dijo Violet, con los ojos azules aun llenos de preocupación.

– Déjalo ir -dijo Colin suavemente.

Gregory se volvió hacia su hermano mayor, sorprendido. No había esperado su apoyo.

– Él es un hombre -agregó Colin-. Puede tomar sus propias decisiones.

Ni siquiera Hyacinth intentó contradecirlo.

El carruaje ya se había detenido, y el chofer estaba esperando afuera de la puerta. Cuando Colin asintió, la abrió.

– Desearía que no fueras -dijo Violet.

Gregory la besó en la mejilla.

– Necesito aire -dijo-. Eso es todo.

Brincó para bajarse, pero antes de que pudiera cerrar la puerta, Colin se asomó.

– No hagas nada tonto -dijo en voz queda.

– Nada tonto -le prometió Gregory-. Solo lo necesario.

Tomó nota de su ubicación, y entonces, como el carruaje de su madre no se había movido, se dirigió deliberadamente hacia el sur.

Lejos de St. George.

Pero una vez había alcanzado la siguiente calle por la que había doblado.

Corrió.

Capítulo 23

En el que nuestro héroe lo arriesga todo. De nuevo.

En los diez años, desde que su tío se había convertido en su tutor, Lucy nunca lo había visto organizar una fiesta. Él no era de los que sonreían al hacer cualquier tipo de gasto innecesario -en verdad, no era de los que sonreía en absoluto. Por eso estaba con alguna sospecha cuando llegó a la espléndida fiesta que se estaba realizando en su honor en Fennsworth House después de la ceremonia nupcial.

Seguramente Lord Davenport había insistido en ello. El Tío Robert se habría sentido satisfecho de servir pasteles de té en la iglesia y no le hubiera importado.

Pero no, la boda debía ser un evento, en el sentido más extravagante de la palabra, y tan pronto como la ceremonia había terminado, Lucy fue llevada a la que pronto-sería-su-anterior casa y solo le había quedado suficiente tiempo para ir a la que pronto-sería-su-anterior alcoba para salpicarse un poco de agua fresca en la cara antes de que fuera convocada a saludar a sus invitados abajo.

Era notable, pensó mientras asentía y recibía los buenos deseos de los asistentes, lo buena que era la ton, para pretender que nada había pasado.

Oh, mañana no hablarían de otra cosa, y probablemente ella sería el tema principal de conversación, incluso durante los próximos meses. Y seguramente al año siguiente nadie podría decir su nombre sin añadir, «La conoces. De la boda».

Lo cual seguramente seguiría con un: «Ohhhhhhh. Es ella»

Pero por ahora, en su cara, no había nada más que, «Que feliz ocasión», y «Usted es una novia hermosa». Y por su puesto, el astuto y atrevido -«Que ceremonia tan encantadora, Lady Haselby».

Lady Haselby.