– No -dijo ella-. No puedes y eres un tonto por… -se interrumpió, demasiado furiosa para hablar. ¿Qué le hacía pensar que podía correr y arreglar las cosas, cuando no sabía nada de sus problemas? ¿Acaso pensaba que había cedido por algo pequeño? ¿Algo que pudiera ser superado fácilmente?
Tampoco era tan débil.
– No lo sabes -dijo-. No tienes ni idea.
– Entonces dímelo.
Sus músculos se estaban agitando, y se sentía caliente… fría… todo a la vez.
– Lucy -dijo él, y su voz era tan calmada, e incluso, era como un tenedor, clavándola justo donde menos podía tolerarlo.
– Tú no puedes arreglar esto -ladró ella.
– Eso no es cierto. No hay nada que te abrume que no pueda ser superado.
– ¿Por qué dices eso? -le exigió ella-. ¿Por los arco iris, duendes y los eternos buenos deseos de tu familia? Eso no funcionará, Gregory. Puede que los Bridgertons sean poderosos, pero tu no puedes cambiar el pasado, y no puedes arreglar el futuro para satisfacer tus antojos.
– Lucy -dijo él, mientras extendía la mano para alcanzarla.
– No. ¡No! -lo empujó lejos, rechazando su oferta de consuelo-. No entiendes. Posiblemente no podrías. Para ustedes todo, es tan feliz y tan perfecto.
– No es cierto.
– Tú eres feliz. Ni siquiera sabes que lo eres, y no puedes concebir que el resto de nosotros no lo seamos, y aunque nos esforzamos, lo intentamos y hacemos lo mejor, nunca recibimos lo que deseamos.
Después de todo eso, la miró. Solo la miró y la dejó estar en píe, con los brazos envueltos alrededor de su cuerpo, luciendo pequeña, pálida y dolorosamente sola.
Y le preguntó.
– ¿Me amas?
Ella cerró los ojos.
– No me preguntes eso.
– ¿Lo haces?
Él notó como la mandíbula de ella se apretaba, vio la forma en que sus hombros se tensaban y se elevaban, y sabía que estaba tratando de negar con la cabeza.
Gregory caminó hacia ella -lentamente, respetuosamente.
Estaba herida. Estaba tan herida que ese sentimiento se extendió a través del aire, se envolvió alrededor de él, alrededor de su corazón. Sentía dolor por ella. Era algo físico, terrible, agudo, y por primera vez empezó a dudar de su habilidad de hacerlo desaparecer.
– ¿Me amas? -preguntó él.
– Gregory…
– ¿Me amas?
– No puedo…
Él puso las manos sobre sus hombros. Ella retrocedió, pero no se alejó.
Le tocó la barbilla, levantando su rostro hasta que pudiera perderse en el azul de sus ojos.
– ¿Me amas?
– Sí -sollozó ella, mientras se derrumbaba en sus brazos-. Pero no puedo. ¿No entiendes? No puedo. Tengo que detener esto.
Gregory no pudo moverse en un rato. Su admisión debería haberlo aliviado, y de alguna forma lo hizo, pero más que eso, sentía como su sangre comenzaba a acelerarse en sus venas.
Creía en el amor.
¿Acaso no había sido lo único constante en su vida?
Creía en el amor.
Creía en su poder, en su bondad fundamental, en su rectitud.
Lo veneraba por su fuerza, lo respetaba por su rareza.
Y sabía, en ese momento, en ese lugar, mientras ella lloraba en sus brazos, que debía atreverse a hacer algo por él
Por el amor.
– Lucy -susurró, y una idea empezó a formarse en su mente. Era descabellada, mala, y completamente desaconsejable, pero no podía escapar del pensamiento que estaba corriendo en su cerebro.
Ella todavía no había consumado su matrimonio.
Ellos todavía tenían una oportunidad.
– Lucy.
Ella se apartó.
– Debo regresar. Se extrañarán si no lo hago.
Pero él capturó su mano.
– No regreses.
Sus ojos se abrieron de par en par.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Ven conmigo. Ven conmigo ahora. -Se sentía mareado, peligroso, y solo un poco loco-. Todavía no eres su esposa. Puedes anular el matrimonio.
– Oh no. -Negó con la cabeza, tratando de soltarse de su asimiento-. No, Gregory.
– Sí. Sí. -Y entre más pensaba en eso, más le encontraba sentido. No tenían mucho tiempo; después de esa noche sería imposible para ella decir que estaba intacta. Las propias acciones de Gregory se habían encargado de eso. Si tenían alguna oportunidad de estar juntos, tenía que ser ahora.
No podía secuestrarla; no había forma de sacarla de la casa sin despertar una alarma. Pero podía lograr que tuvieran un poco más de tiempo. El suficiente para resolver que hacer.
Tiró de ella para ponerla más cerca.
– No -dijo ella, su voz estaba subiendo de tono. Empezó a forcejear realmente para liberarse, y él podía ver como el pánico empezaba a crecer en sus ojos.
– Lucy, sí -dijo él.
– Gritaré -dijo ella.
– Nadie te escuchará.
Lo miró consternada, no podía creer lo que le estaba diciendo.
– ¿Estás amenazándome? -preguntó.
Él negó con la cabeza.
– No. Estoy salvándote. -Y antes de que tuviera oportunidad de reconsiderar sus acciones, la agarró por la cintura, la tiró sobre su hombro, y salió corriendo del cuarto.
Capítulo 24
En el que nuestro héroe deja a nuestra heroína en una posición incómoda.
– ¿Me estás atando en un baño?
– Lo siento -dijo él, atando dos pañuelos en expertos nudos, que casi la hizo preocuparse de que hubiera hecho esto antes-. No podía dejarte en tu cuarto. Ese sería el primer lugar donde cualquiera buscaría. -Apretó los nudos, y los probó con su fuerza-. Fue el primer lugar en el que yo busqué.
– ¡Pero un baño!
– En el tercer piso -agregó él servicialmente-. Pasarán horas antes de que alguien te encuentre aquí.
Lucy apretó la mandíbula, tratando desesperadamente de contener la furia que estaba creciendo en su interior.
Le había amarrado las manos. Detrás de su espalda.
Dios bendito, no sabía que era posible estar tan enfadada con otra persona.
No era solo una reacción emocional, su cuerpo entero había hecho erupción por eso. Se sentía furiosa e irritada, y aunque sabía que no debería hacerlo, tiró de sus brazos contra el conducto del baño, haciendo rechinar sus dientes y soltando un gruñido de frustración, cuando lo único que consiguió fue un sordo sonido metálico.
– Por favor no te esfuerces -dijo él, dejando caer un beso en su coronilla-. Solo vas a resultar cansada y adolorida. -Echó un vistazo, examinando la estructura del baño-. O romperás la cañería, y seguramente esa no sería una perspectiva muy higiénica.
– Gregory, tienes que dejarme ir.
Él se agachó para que su cara quedara al mismo nivel de la de ella.
– No puedo -dijo-. No mientras todavía haya una oportunidad para que estemos juntos.
– Por favor -le suplicó ella-. Esto es una locura. Debes devolverme. Estaré arruinada.
– Me casaré contigo -dijo él.
– ¡Ya estoy casada!
– No realmente -dijo él con una sonrisa lobuna.
– ¡Ya dije mis votos!
– Pero no los consumaste. Todavía puedes conseguir la anulación.
– ¡Ese no es el punto! -gritó ella, esforzándose infructuosamente mientras él se ponía de pie y se dirigía a la puerta-. No entiendes la situación, y estás poniendo tus necesidades y tú felicidad egoístamente, sobre todo lo demás.
Ante eso, él se detuvo. Su mano estaba en el pomo de la puerta, pero se detuvo, y cuando se dio la vuelta, la mirada en sus ojos estuvo a punto de romper su corazón.
– ¿Eres feliz? -le preguntó. Suavemente, y con tanto amor que casi la hizo llorar.
– No -susurró ella-. Pero…
– Nunca he visto a una novia que luciera tan triste.
Ella cerró los ojos, desinflada. Era un eco de lo que Hermione había dicho, y ella sabía la verdad. E incluso entonces, mientras levantaba la mirada hacia él, sus hombros le dolían, pero no podía escapar a los latidos de su propio corazón.