Lo amaba.
Siempre lo amaría.
Y también lo odiaba, por hacerla desear lo que no podía tener. Lo odiaba por amarla tanto como para arriesgarlo todo para que estuvieran juntos. Y sobre todo, lo odiaba por convertirla en el instrumento que destruiría a su familia.
Hasta que conoció a Gregory, Hermione y Richard habían sido las únicas dos personas en el mundo que realmente le habían importado. Y ahora ellos podrían quedar arruinados, cayendo mucho más bajo y con una infelicidad mayor que la que Lucy podía imaginarse con Haselby.
Gregory pensaba que solo pasarían horas antes de que alguien la encontrara aquí, pero ella lo sabía bien. Nadie la encontraría en días. No podía recordar la última vez que alguien hubiera vagado por aquí. Estaba en el lavabo de la niñera -pero Fennsworth House no había tenido una niñera en residencia durante años.
Cuando se dieran cuenta de su desaparición, primero revisarían su cuarto. Después probarían otras alternativas sensatas -la biblioteca, la sala de estar, un baño que no hubiera estado en desuso la mitad de una década…
Y entonces, cuando no fuera encontrada, todos asumirían que había escapado. Y después de lo que había pasado en la iglesia, nadie pensaría que se había marchado sola.
Estaría arruinada. Y también todos los demás.
– Esto no es cuestión de mi propia felicidad -dijo ella finalmente, su voz era queda, casi rota-. Gregory, te lo suplico, no hagas esto. No se trata de mí. Mi familia, estará arruinada, todos nosotros.
Él fue a su lado, se sentó. Y dijo, simplemente:
– Cuéntame.
Así lo hizo. El no cedería, de eso estaba segura.
Le contó todo. Sobre su padre, y la prueba escrita de su traición. Le habló sobre el chantaje. Le dijo como era el último pago y lo único que evitaría que su hermano fuera despojado de su título.
Lucy había permanecido mirando al frente durante toda su narración, y Gregory estaba agradecido. Porque lo que ella dijo, le sacudió el centro de su ser.
Todo el día Gregory había estado tratando de imaginar que terrible secreto podría posiblemente inducirla a casarse con Haselby. Había atravesado Londres dos veces, primero para ir a la iglesia, y luego para llegar hasta aquí, a Fennsworth House. Había tenido tiempo suficiente para pensar, para preguntarse. Pero nunca -ni una vez- su imaginación le había sugerido esta posibilidad.
– Te das cuenta -dijo ella-. No es nada tan común como un hijo ilegítimo, nada tan extravagante como un romance extramatrimonial. Mi padre -un conde de la realeza- cometió traición. Traición. -y entonces sonrió. Sonrió.
De la forma en que las personas hacían cuando lo que realmente querían era llorar.
– Es algo terrible -terminó ella, en voz baja y resignada-. No hay ninguna escapatoria.
Se volvió hacia él para que le diera una respuesta, pero él no tenía ninguna.
Traición. Dios santo, no podía pensar en algo peor. Había muchas formas -muchas muchas formas- para ser expulsado de la sociedad, pero nada era tan imperdonable como la traición. No había un hombre, mujer o niño en Gran Bretaña, que no hubiera perdido a alguien con Napoleón. Las heridas aún estaban demasiado frescas, e incluso, si no fuera así…
Era traición.
Un caballero no debería sacrificar a su país.
Estaba inculcado en el alma de cada hombre en Gran Bretaña.
Si la verdad sobre el padre de Lucy fuera conocida, el condado de Fennsworth podría ser disuelto. El hermano de Lucy sería destituido. Él y Hermione seguramente tendrían que emigrar.
Y Lucy podría…
Bueno, Lucy probablemente podría sobrevivir al escándalo, especialmente si su apellido se cambiaba a Bridgerton, pero ella nunca se lo perdonaría. Gregory estaba seguro.
Finalmente, entendió.
La miró. Estaba pálida y ansiosa, sus manos estaban fijadas fuertemente en su regazo.
– Mi familia ha sido buena y confiable -dijo ella, su voz se agitaba con emoción-. Los Abernathys han sido leales a la corona desde el primer conde investido en el siglo quince. Y mi padre nos ha avergonzado a todos. No puedo permitir que esto sea revelado. No puedo. -Tragó saliva con dificultad y dijo tristemente-: Deberías ver tu cara. Ni siquiera tú me quieres ahora.
– No -dijo él, casi gritando la palabra-. No. Eso no es verdad. Eso nunca sería verdad. -Tomó sus manos, las apretó con las suyas, saboreando la forma de ellas, el arco de sus dedos y el calor delicado de su piel.
– Lo siento mucho -dijo él-. No debería tomarme mucho tiempo recomponerme. No había imaginado la traición.
Ella negó con la cabeza.
– ¿Cómo podrías hacerlo?
– Pero eso no cambia lo que siento. -Tomó la cara de ella entre sus manos, anhelando besarla, pero sabiendo que no podía.
No aún.
– Lo que tu padre hizo, es recriminable. Es -juro entre dientes-, seré honesto contigo. Eso me enferma. Pero tú -tú, Lucy- eres inocente. No hiciste nada malo, y no deberías tener que pagar por sus pecados.
– Mi hermano tampoco -dijo ella con voz queda-. Pero si no completo mi matrimonio con Haselby, Richard será…
– Shhh. -Gregory presionó un dedo contra sus labios-. Escúchame. Te amo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
– Te amo -dijo él otra vez-. No hay nada en este mundo o en el siguiente, que me haga dejar de amarte.
– Sentiste lo mismo por Hermione -susurró ella.
– No -dijo él, casi sonriendo por lo tonto que todo eso le parecía ahora-. Había esperado tanto tiempo para enamorarme, que desee más al amor que a la mujer. Nunca amé a Hermione, solo a la idea de ella. Pero contigo… es diferente, Lucy. Es profundo… es… es…
Se esforzó por buscar las palabras, pero no había ninguna. Simplemente, no existían palabras para explicar lo que sentía por ella.
– Es yo -dijo él finalmente, espantado por sus palabras poco elegantes-. Sin ti, yo… yo soy…
– Gregory -susurró ella-. No tienes que…
– Soy nada -la interrumpió, porque no iba a permitir que ella le dijera que no tenía que explicarse-. Sin ti, soy nada.
Ella sonrió. Era una sonrisa triste, pero era real, y se sentía como si hubiera esperado años por esa sonrisa.
– Eso no es verdad -dijo ella-. Sabes que eso no es cierto.
Él negó con la cabeza.
– Quizás es una exageración, pero eso es todo. Me haces ser mejor, Lucy. Me haces desear, esperar, y aspirar. Me haces querer hacer cosas.
Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.
Con las almohadillas de sus pulgares, él las apartó.
– Eres la mejor persona que conozco -dijo él-. El humano más honorable que he conocido en mi vida. Me haces reír. Me haces pensar. Y yo… -inhaló profundamente-. Te amo.
Y de nuevo.
– Te amo.
Y de nuevo.
– Te amo. -Agitó la cabeza desvalidamente-. No se como más puedo decirlo.
Ella se volvió entonces, girando su cabeza, para que las manos de él se deslizaran de su rostro hacia sus hombros, y finalmente, se alejaran de su cuerpo completamente. Gregory no podía ver su rostro, pero podía escucharla -el callado y roto sonido de su respiración, el suave gimoteo en su voz.
– Te amo -le respondió ella finalmente, sin mirarlo todavía-. Sabes que es así. Y no voy a rebajarnos a ambos mintiéndote sobre eso. Y si fuera solo por mí, haría algo, algo por este amor. Me arriesgaría a la pobreza, a la ruina. Me mudaría a América, me mudaría al África más oscura, si esa fuera la única manera de estar contigo.
Soltó una exhalación larga e insegura.
– No puedo ser tan egoísta como para acabar con las dos personas que me han amado tanto, y por tanto tiempo.