– ¿Pero acaso él no está en la fiesta?
– Deja de hacerme tantas preguntas.
Ella lo miró frenéticamente.
– ¿Pero a donde me llevas?
– No vas a arruinar esto -siseó él-. ¿Entiendes?
– No -le declaró. Porque no lo hacía. No entendía nada.
Se retorció contra él.
– Quiero que me escuches, porque solo diré esto una vez.
Ella asintió con la cabeza. No estaba mirándolo a la cara, pero sabía que él podía sentir a su cabeza moviéndose contra su pecho.
– Este matrimonio continuará -dijo él, en voz mortal y baja-. Me encargaré personalmente de ver que sea consumado esta noche.
– ¿Qué?
– No discutas conmigo.
– Pero… -hincó los talones cuando empezó a arrastrarla hacia la puerta.
– Por el amor de Dios, no luches conmigo -murmuró él-. De todas formas, no es nada que no tengas que hacer. La única diferencia es que tendrás público.
– ¿Un público?
– Es poco delicado, pero tendré mi prueba.
Ella empezó a retorcerse en serio, logrando liberar un brazo con el suficiente tiempo para girarlo ferozmente en el aire. Él la refrenó rápidamente, pero su cambio momentáneo de postura le permitió darle un fuerte puntapiés en las espinillas.
– Dios, maldita seas -murmuró él, asiéndola fuertemente-. ¡Detente!
Lanzó otro puntapié, golpeando un bacín vacío.
– ¡Detente! -puso algo contra sus costillas-. ¡Ahora!
Lucy se calmó al instante.
– ¿Es un cuchillo? -susurró.
– Recuerda esto -dijo él, sus palabras eran calientes y horribles contra su oreja-. No puedo matarte, pero puedo causarte un gran dolor.
Ella sofocó un sollozo.
– Soy tu sobrina.
– No me importa.
Ella tragó saliva y preguntó, con voz queda:
– ¿Cuándo te ha importado?
Él la guió hacia la puerta.
– ¿Importado?
Ella asintió con la cabeza.
Por un rato solo hubo silencio, y Lucy se quedó sin ideas para interpretarlo. Podía no ver la cara de su tío, pero podía notar que no había ningún cambio en su posición. No podía hacer otra cosa más que mirar hacia la puerta, y a su mano cuando alcanzó el pomo.
Y entonces dijo:
– No.
Ya tenía su respuesta.
– Eras un deber -le aclaró él-. Uno que cumplí y uno que me complació mucho terminar. Ahora ven conmigo, y no digas ni una palabra.
Lucy asintió con la cabeza. Su cuchillo la estaba presionando más duro que nunca contra sus costillas y ya había escuchado el suave sonido que hacía al rozar con el tejido firme de su corpiño.
Le permitió conducirla a lo largo del corredor y por las escaleras. Gregory estaba aquí, seguía diciéndose así misma. Él estaba aquí, y la encontraría. Fennsworth House era grande, pero no enorme. No había muchos lugares en donde su tío podría esconderla.
Y había centenares de invitados en la planta baja.
Y Lord Haselby, seguramente no consentiría algo así.
Por lo menos, había una docena de razones por las cuales, su tío no tendría éxito en su empresa.
Una docena. Doce. Quizás más. Y ella solo necesitaba una, solo una para frustrar su plan.
Pero ese fue solo un pequeño consuelo cuando él se detuvo y le puso de un tirón una venda sobre sus ojos.
E incluso, disminuyó cuando él la tiró en el cuarto y la ató.
– Regresaré -ladró él, mientras la dejaba al fondo de una esquina, atada de manos y pies.
Ella escuchó sus pasos desplazándose por el cuarto, y estalló de sus labios, una singular palabra, la única palabra que importaba…
– ¿Por qué?
Sus pasos se detuvieron.
– ¿Por qué, tío Robert?
Esto no podía ser solo por el honor de la familia. ¿Acaso ya no se lo había demostrado en ese punto? ¿No debería confiar en ella por eso?
– ¿Por qué? -preguntó de nuevo, orando para que tuviera conciencia. Seguramente él no los hubiera cuidado a ella y a Richard durante tantos años sin tener algún sentido de lo correcto y lo incorrecto.
– Tú sabes por qué -dijo él finalmente, pero ella sabía que estaba mintiendo. Había esperado demasiado tiempo antes de contestarle.
– Vete, entonces -dijo ella amargamente. No tenía sentido retenerlo. Sería mucho mejor si Gregory la encontrara sola.
Pero él no se movió. E incluso a través de la venda, ella podía sentir su sospecha.
– ¿Por qué estás esperando? -gritó ella.
– No estoy seguro -dijo él despacio. Y lo escuchó volverse.
Sus pasos se acercaban.
Lentamente.
Lentamente…
– ¿Dónde está? -dijo Hermione casi sin resuello.
Gregory caminó dentro del pequeño cuarto, con los ojos puestos en todo, las ataduras cortadas, el bacín volcado.
– Alguien se la llevó -dijo él severamente.
– ¿Su tío?
– O Davenport. Son los únicos que tienen razones… -agitó la cabeza-. No, ellos no pueden hacerle daño. Necesitan que el matrimonio sea legal y obligatorio. Y duradero. Davenport quiere un heredero de Lucy.
Hermione asintió con la cabeza.
Gregory se volvió hacia ella.
– Conoce la casa. ¿Dónde podría estar?
Hermione estaba negando con la cabeza.
– No lo sé. No lo sé. Si fue su tío…
– Asuma que fue su tío -le ordenó Gregory. No estaba seguro de que Davenport fuera lo suficientemente ágil como para raptar a Lucy, y además de eso, si Haselby había dicho la verdad sobre su padre entonces, Robert Abernathy era el hombre con los secretos.
Era el hombre que tenía algo que perder.
– Su estudio -susurró Hermione-. Él siempre está en su estudio.
– ¿Dónde queda?
– En el piso inferior. En la parte trasera.
– No se arriesgaría -dijo Gregory-. Esta muy cerca del salón de baile.
– Entonces en su alcoba. Si quiere evitar los lugares públicos, es a donde la llevaría. Allí o al cuarto de ella.
Gregory la agarró por el brazo y la precedió para salir de la puerta. Bajaron corriendo las escaleras, deteniéndose antes de abrir la puerta que conducía de las escaleras de los sirvientes hasta el rellano del segundo piso.
– Señáleme su puerta -dijo él-, y luego váyase.
– No voy…
– Encuentre a su esposo -le ordenó-. Tráigalo aquí.
Hermione parecía indecisa, pero asintió e hizo lo que le pidió.
– Vaya -dijo él, una vez que sabía a donde dirigirse-. Rápido.
Ella bajó corriendo las escaleras mientras Gregory se arrastraba a lo largo del vestíbulo. Llegó a la puerta que Hermione le había indicado y cuidadosamente presionó su oreja contra ella.
– ¿Por qué estás esperando?
Era Lucy. Su voz se escuchaba amortiguada a través de la pesada puerta de madera, pero era ella.
– No lo sé -se escuchó a una voz masculina, y Gregory comprendió que no podía identificarlo. Había conversado muy pocas veces con Lord Davenport y ni una vez con el tío de Lucy. No tenía ni idea de quien la tenía retenida.
Contuvo el aliento y lentamente giró el pomo de la puerta.
Con la mano izquierda.
Con la derecha sacó el arma.
Que Dios los ayudara a todos si tenía que usarla.
Logró abrir la puerta un poco, solo lo suficiente para asomarse sin ser notado.
Su corazón dejó de latir.
Lucy estaba atada y vendada, encogida en la esquina más apartada del cuarto. Su tío estaba de pie delante de ella, apuntándole con un arma entre los ojos.
– ¿Qué pretendes? -le preguntó él, su voz era fría en su suavidad.
Lucy no dijo nada, pero su barbilla se agitó, como si estuviera intentando mantener su cabeza erguida con mucho esfuerzo.
– ¿Por qué deseas que me vaya? -le exigió su tío.
– No lo sé.
– Dímelo. -Arremetió, metiendo el arma entre sus costillas. Y cuando ella no le respondió lo suficientemente rápido, le dio un tirón a su venda, dejándolos con las narices frente a frente-. ¡Dímelo!