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– Porque no puedo soportar la espera -susurró ella, su voz era temblorosa-. Porque…

Gregory entró silenciosamente en el cuarto, y apuntó con su arma el centro de la espalda de Robert Abernathy.

– Suéltela.

Él tío de Lucy se congeló.

La mano de Gregory se apretó alrededor del gatillo.

– Suelta a Lucy y apártese lentamente.

– Creo que no -dijo Abernathy, y se volvió solo lo suficiente para que Gregory pudiera ver que su arma estaba descansando ahora, sobre la sien de Lucy.

De algún modo, Gregory se mantuvo firme. Nunca podría saber como, pero su brazo se mantuvo quieto. Su mano no tembló.

– Baje su arma -le pidió Robert.

Gregory no se movió. Sus ojos se enfocaron en Lucy, y luego regresaron hacia su tío. ¿Podría él hacerle daño? Gregory todavía no estaba seguro de por qué, precisamente, Robert Abernathy necesitaba que Lucy se casara con Haselby, pero estaba claro que así era.

Lo que significaba que no podía matarla.

Gregory rechinó los dientes, y apretó su dedo en el gatillo.

– Suelte a Lucy -dijo, su voz era baja, fuerte y firme.

– ¡Baje su arma! -rugió Abernathy, y un horrible y estrangulado sonido salió de la boca de Lucy cuando uno de sus brazos, la golpeó en las costillas.

Dios santo, el tipo estaba enfadado. Sus ojos eran salvajes, lanzaban dardos alrededor del cuarto, y su mano -la que sostenía el arma- estaba temblando.

Él podría dispararle. Gregory comprendió eso en un desquiciante destello. Robert Abernathy estaba acabado, pensaba que no tenía nada que perder. Y no le importaría a quien se llevaría con él.

Gregory empezó a doblar las rodillas, sin apartar los ojos de Lucy.

– No lo hagas -gritó Lucy-. Él no me hará daño. No puede.

– Oh, claro que puedo -replicó su tío, y sonrió

La sangre de Gregory empezó a correr más despacio en sus venas. Intentaría -Dios Santo, intentaría con todo lo que tenía el asegurarse que ambos salieran vivos e ilesos de esto, pero si tenía que escoger -si solo uno de ellos podría salir por la puerta…

Sería Lucy.

Esto, comprendió, era el amor. Era el sentido de la rectitud, sí. Y también era la pasión, y el maravilloso conocimiento de que podría despertarse alegremente al lado de ella por el resto de su vida.

Pero era algo más que todo eso. Era este sentimiento, este conocimiento, esta certeza de que daría su vida por ella. No había interrogantes. No había ninguna duda. Si bajaba su arma, Robert Abernathy seguramente le dispararía.

Pero Lucy podría vivir.

Gregory se agachó.

– No le haga daño -dijo él suavemente.

– ¡No la sueltes! -gritó Lucy-. Él no…

– ¡Cállate! -chasqueó su tío, y el cañón de su arma se apretó aún más fuerte contra ella.

– No digas nada más, Lucy -le advirtió Gregory. Todavía no estaba seguro de cómo infiernos iba a salir de esto, pero sabía que esa era la clave para mantener a Robert Abernathy tan calmado y tan cuerdo como fuera posible.

Los labios de Lucy se apartaron, sus ojos se encontraron…

Y ella los cerró.

Confiaba en él. Dios Santo, ella confiaba en él para que la mantuviera a salvo, para mantenerlos a ambos a salvo, y él se sentía como un fraude, porque todo lo que estaba haciendo era ganar tiempo, manteniendo a todas las balas en las armas hasta que llegara alguien más.

– No voy a herirlo, Abernathy -dijo Gregory.

– Entonces baje el arma.

Él mantuvo su brazo extendido, posicionando el arma a un lado, para poder bajarla.

Pero no la soltó.

Y no apartó los ojos de la cara de Robert Abernathy cuando le preguntó:

– ¿Por qué necesita que ella se case con Lord Haselby?

– ¿Acaso no se lo dijo? -sonrió él con desprecio.

– Ella solo me contó lo que usted le dijo.

El tío de Lucy comenzó a temblar.

– Hablé con Lord Fennsworth -dijo Gregory con voz queda-. Él estaba muy sorprendido por la descripción que usted hizo de su padre.

El tío de Lucy no respondió, pero su garganta se movió, la manzana de Adán se desplazaba de arriba abajo, como una golondrina convulsiva.

– De hecho -continuó Gregory-, estaba convencido de que usted debía estar en un error. -Mantuvo la voz suave. Sin burlas. Habló como si estuviera en una cena. No deseaba provocarlo; solo deseaba conversar.

– Richard no sabe nada -replicó el tío de Lucy.

– También hablé con Lord Haselby -dijo Gregory-. También estaba sorprendido. No comprendía que su padre estuviera chantajeándolo a usted.

El tío de Lucy lo miró con furia.

– Debe estar hablando con él ahora -dijo Gregory suavemente.

Nadie habló. Nadie se movió. Los músculos de Gregory estaban gritando. Había estado agachado mucho tiempo, balanceándose sobre las puntas de los pies. Su brazo, todavía extendido, sostenía aún el arma a un lado, y se sentía como si estuviera encendido.

Miró al arma.

Miró a Lucy.

Ella estaba agitando la cabeza. Lentamente, y con pequeños movimientos. Sus labios no hacían ningún sonido, pero fácilmente podía distinguir sus palabras.

Vete.

Por favor.

Increíblemente, Gregory se sintió sonreír, y susurró:

– Nunca.

– ¿Qué dijo? -le exigió Abernathy.

Gregory dijo la única cosa que se le vino a la mente.

– Amo a su sobrina.

Abernathy lo miró como si se hubiera vuelto loco.

– No me interesa.

Gregory aprovechó la oportunidad.

– La amo lo suficiente para guardar sus secretos.

Robert Abernathy empalideció. Estaba completamente pálido y absolutamente quieto.

– Era usted -dijo Gregory suavemente.

Lucy se volvió.

– ¿Tío Robert?

– Cállate -chasqueó él.

– ¿Me mentiste? -preguntó ella, y su voz parecía casi herida-. ¿Verdad?

– Lucy, no -dijo Gregory.

Pero ella ya estaba agitando la cabeza.

– No era mi padre, ¿verdad? Eras . Lord Davenport estaba chantajeándote por tus propias fechorías.

Su tío no dijo nada, pero ambos vieron la verdad en sus ojos.

– Oh, Tío Robert -susurró ella tristemente-. ¿Cómo pudiste?

– Yo no tenía nada -siseó él-. Nada. Solo las limosnas de tu padre y los sobrantes.

Lucy se puso cenicienta.

– ¿Lo mataste?

– No -contestó su tío. Nada más. Solo no.

– Por favor -dijo ella, con voz baja y dolida-. No me mientas. No sobre esto.

Su tío soltó una molesta exhalación y dijo:

– Solo sé lo que las autoridades me contaron. Él fue encontrado cerca de una maldita sala de juegos, le habían disparado en el pecho y robado todos sus objetos valiosos.

Lucy lo miró por un momento, y con los ojos brillantes por las lágrimas, le ofreció un pequeño asentimiento.

Gregory se incorporó despacio.

– Todo a terminado, Abernathy -dijo él-. Haselby y Fennsworth ya se enteraron de todo. Usted no puede obligar a Lucy a que cumpla sus órdenes.

El tío de Lucy la apretó más fuerte.

– Puedo usarla para escapar.

– Claro que puede. Solo debe soltarla.

Abernathy se rió de eso. Era un sonido amargo y cáustico.

– No ganaremos nada con exponerlo -dijo Gregory cuidadosamente-. Es mejor permitirle que salga del país sin ningún tipo de escándalo.

– Nunca permanecerá en silencio -se mofó el tío de Lucy-. Si ella no se casa con ese petimetre caprichoso, Davenport lo gritará de aquí hasta Escocia. Y la familia estará arruinada.

– No -Gregory negó con la cabeza-. No será así. Usted nunca fue conde. Usted no fue su padre. Será un escándalo; eso no podrá evitarse. Pero el hermano de Lucy no perderá su título, y todo se olvidará cuando las personas empiecen a recordar que usted nunca les cayó bien.