Выбрать главу

Por extraño que parezca, le creí.

La cena no fue mal. Si el padre de Amelia se quedó perplejo por tener que comer en la cocina, no dio muestras de ello. Al ser constructor, se percató enseguida de que la parte de la cocina era nueva y tuve que contarle lo del incendio… Podía haberle sucedido a cualquiera, ¿no? Omití la parte sobre el pirómano.

A Cope le gustó la comida y felicitó a Amelia, que se quedó satisfecha. Tomó otra copa de vino con la cena, pero no más, y comió también con moderación. Amelia y él estuvieron hablando sobre amigos de la familia y sobre parientes, de modo que aproveché el tiempo para pensar. Créeme, tenía mucho en que pensar.

El certificado de matrimonio y la sentencia de divorcio de Hadley estaban en la caja de seguridad del banco cuando la abrí después de su fallecimiento. También había cosas de familia: unas cuantas fotografías, la necrológica de su madre, diversas joyas… Y un mechón de pelo, fino y oscuro, unido mediante un poco de cinta adhesiva. Estaba en el interior de un pequeño sobre. Cuando vi lo fino que era aquel pelo, me sorprendió. Pero no había ningún certificado de nacimiento ni ninguna otra prueba que pudiera indicar que Hadley había tenido un bebé.

Hasta ahora, no había tenido una razón claramente definida para ponerme en contacto con el antiguo marido de Hadley. Ni siquiera conocía su existencia hasta que abrí la caja de seguridad. No aparecía mencionado en el testamento. No lo conocía. No había venido a verme mientras yo estaba en Nueva Orleans.

¿Por qué no habría mencionado a su hijo en el testamento? Cualquier madre lo haría. Y pese a que nos había nombrado al señor Cataliades y a mí sus administradores, a ninguno de los dos -o al menos no a mí- nos había dicho que hubiera renunciado a los derechos que tenía sobre su hijo.

– ¿Podrías pasarme la mantequilla, Sookie? -me pidió Amelia, y por su tono de voz adiviné que no era la primera vez que me lo pedía.

– Por supuesto -dije-. ¿Un poco más de agua, otra copa de vino?

Ambos declinaron mi oferta.

Después de cenar, me ofrecí voluntaria para lavar los platos. Amelia lo aceptó después de un breve momento de reflexión. Ella y su padre tenían que tener algo de tiempo a solas, por mucho que a Amelia no le apeteciera la idea.

Lavé, sequé y guardé los platos en relativa paz. Limpié la cocina, retiré el mantel de la mesa y lo metí en la lavadora que tenía en el porche trasero. Fui a mi habitación y leí un rato, aunque sin captar bien lo que ponía en el libro. Finalmente, lo dejé correr y cogí una caja que guardaba en el cajón de la ropa interior. En ella estaba todo lo que había en la caja de seguridad de Hadley. Leí el nombre que aparecía en el certificado de matrimonio. Por un impulso, llamé a información.

– Necesito el número de Remy Savoy -dije.

– ¿En qué ciudad?

– Nueva Orleans.

– El número está fuera de servicio.

– Pruebe en Metairie.

– Nada, señora.

– De acuerdo, gracias.

Naturalmente, después del Katrina mucha gente había abandonado la ciudad y muchos de aquellos traslados se habían convertido en permanentes. En muchos casos, la gente que había huido del huracán no tenía ningún motivo para regresar. Y en muchísimos más, no tenía dónde vivir, ni trabajo que atender.

Me pregunté cómo encontrar al ex marido de Hadley.

Me vino a la cabeza una solución muy poco agradable. Bill Compton era un genio de los ordenadores. A lo mejor podía encontrar la pista de Remy Savoy, averiguar dónde estaba ahora, descubrir si el niño estaba con él.

Le di vueltas a la idea en mi cabeza como si fuera un trago de vino de dudoso paladar. Teniendo en cuenta la conversación de la noche anterior, en la boda, no me imaginaba abordando a Bill para pedirle un favor, por mucho que fuese el hombre adecuado para realizar aquel trabajo.

A punto estuvo de tumbarme una oleada de deseo de Quinn. Quinn era un hombre inteligente y experto que a buen seguro sabría aconsejarme bien. Si es que volvía a verlo algún día.

Me estremecí. Acababa de oír un coche deteniéndose en la zona de aparcamiento junto al bordillo, delante de la casa. Tyrese Marley regresaba para recoger a Cope. Enderecé la espalda y salí de mi habitación, dibujando una sonrisa con firmeza en la cara.

La puerta estaba abierta, Tyrese la llenaba casi en su totalidad. Era un hombre grande. Cope estaba inclinado para darle a su hija un beso en la mejilla, que ella aceptó sin la mínima sonrisa. Bob, el gato, apareció entonces en la puerta y se sentó a su lado. El gato miraba al padre de Amelia con los ojos como platos.

– ¿Tienes un gato, Amelia? Creía que odiabas los gatos.

Bob miró entonces a Amelia. Nada hay equiparable a la mirada de un gato.

– ¡Papá! ¡De eso hace muchos años! Es Bob. Es estupendo. -Amelia cogió el gato blanco y negro y lo abrazó contra su pecho. Bob se mostró satisfecho y empezó a ronronear.

– Hmmm. Te llamaré. Cuídate. No me gusta pensar que estás instalada en el otro extremo del estado.

– No está más que a unas horas de viaje -dijo Amelia, como si tuviera diecisiete años.

– Cierto -dijo él, intentando mostrarse compungido pero encantador. Le faltó bastante para lograrlo-. Gracias por la velada, Sookie -dijo por encima del hombro de su hija.

Marley había ido al Merlotte's para ver si podía obtener más información sobre mí; su cerebro lo transmitía con claridad. Había logrado atar unos cuantos cabos sueltos. Había hablado con Arlene, lo cual era malo, y con nuestro actual cocinero. Y con el chico que limpiaba las mesas, lo cual era bueno. Y con varios clientes del bar. Tenía un informe variado que transmitir.

En el momento en que el coche arrancó, Amelia se dejó caer aliviada en el sofá.

– Gracias a Dios que se ha marchado -dijo-. ¿Ves ahora a lo que me refería?

– Sí -dije. Me senté a su lado-. Es una persona influyente, ¿verdad?

– Siempre lo ha sido -dijo Amelia-. Intenta mantener la relación, pero nuestras ideas no pegan ni con cola.

– Tu padre te quiere.

– Lo sé. Pero también ama el poder y el control.

Me pareció un comentario conservador.

– Pero él no sabe que tú también tienes tu propia forma de poder.

– No, no cree para nada en eso -dijo Amelia-. Siempre dice que es un católico devoto, pero no es verdad.

– En cierto sentido, eso es bueno -dijo-. Si creyera en tu poder como bruja, intentaría que hicieses para él todo tipo de cosas. Y estoy segura de que te negarías a hacer más de una. -Podría haberme mordido la lengua, pero Amelia no se lo tomó como una ofensa.

– Tienes razón -dijo-. No quiero ayudarlo con sus planes. Es perfectamente capaz de hacerlo sin mi ayuda. Me sentiría feliz si me dejara tranquila. Pero siempre intenta mejorar mi vida, bajo su punto de vista, claro. Yo ya estoy bien así.

– ¿Quién fue esa persona que te llamó a Nueva Orleans? -Aunque lo sabía, tenía que fingir-. ¿Fant, dijo que se apellidaba?

Amelia se estremeció.

– Octavia Fant es mi mentora -dijo-. Es la razón por la que me fui de Nueva Orleans. Me imaginé que las brujas de mi aquelarre harían algo terrible cuando descubrieran lo de Bob. Octavia es la jefa de mi aquelarre. O de lo que queda de él. Si es que queda algo.

– Vaya.

– Sí, es una mierda. Ahora tendré que pagar por lo hecho.

– ¿Crees que vendrá?

– Me sorprende que aún no lo haya hecho.

Pese al miedo que expresaba, Amelia había estado muy preocupada por el bienestar de su mentora después del Katrina. Había hecho un esfuerzo enorme para seguirle la pista a esa mujer, pese a no querer que Octavia la encontrara.

Amelia temía que la descubrieran, sobre todo porque Bob seguía siendo un gato. Me había contado que debido a su escarceo con la magia de transformación podía ser considerada merecedora de un gran castigo, pues ella era todavía una interna, o algo así…, una novata, vamos. Amelia no me había hablado de la infraestructura de las brujas.