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Yo estaba un poco frustrada por tener que verme en el lado profesional de la barra, pero no me había quedado otro remedio que hacerle un favor a la novia en un día tan especial como aquél.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -le pregunté.

– Necesito que seas mi dama de honor -respondió.

– ¿Qué?

– Tiffany se ha desmayado después de que el señor Cumberland hiciera la primera tanda de fotografías. Va camino del hospital.

Faltaba una hora para la boda y el fotógrafo había decidido ir adelantando las fotografías de grupo. Las damas de honor y los padrinos ya estaban acicalados. Halleigh debería estar ya ataviada con sus galas de boda pero iba aún en vaqueros y con rulos, sin maquillar y con la cara llena de lágrimas.

¿Quién habría sido capaz de negarse?

– Tienes la talla adecuada -dijo-. Y seguramente a Tiffany tendrán que operarla de apendicitis. ¿Puedes probarte el vestido?

Miré de reojo a Sam, mi jefe.

Sam me sonrió y movió afirmativamente la cabeza.

– Adelante, Sook. Oficialmente no abrimos el negocio hasta después de la boda.

De modo que entré con Halleigh en Belle Rive, la mansión de los Bellefleur, recientemente restaurada para que recuperara el esplendor que mostraba antes de la Guerra de Secesión. Los suelos de madera estaban resplandecientes, los dorados del arpa que había junto a la escalera relucían, la cubertería del enorme aparador del comedor brillaba. Por todas partes revoloteaban criados con chaquetas blancas en las que estaba grabado el logo de E(E)E con elaborada caligrafía negra. Extreme(ly Elegant) Events se había convertido en la empresa más importante de catering de lujo de Estados Unidos. Sentí una punzada en el corazón cuando vi el logotipo, pues mi chico, el que había desaparecido, trabajaba para la división sobrenatural de E(E)E. No dispuse de mucho tiempo para sentir aquel dolor, pues Halleigh me arrastró escaleras arriba de un modo inexorable.

La primera habitación de la planta superior estaba llena de jovencitas vestidas de dorado alborotando en torno a la futura cuñada de Halleigh, Portia Bellefleur. Halleigh pasó corriendo por delante de aquella puerta para entrar en la segunda habitación a la izquierda. También estaba llena de mujeres jóvenes, pero éstas iban vestidas con gasa de color azul noche. Reinaba el caos y la ropa de calle de las damas de honor estaba amontonada por todas partes. Junto a una de las paredes había un puesto de maquillaje y peluquería atendido por una mujer de aire estoico vestida con un blusón rosa, rulos en mano.

Halleigh lanzó las presentaciones al aire como si fueran confeti.

– Chicas, os presento a Sookie Stackhouse. Sookie, ésta es mi hermana Fay, mi prima Kelly, mi mejor amiga Sarah, mi otra mejor amiga Dana. Y aquí está el vestido. Es una treinta y ocho.

Me sorprendía que Halleigh hubiera tenido el aplomo necesario para despojar a Tiffany de su vestido de dama de honor antes de que se la llevaran al hospital. Me quedé en paños menores en cuestión de minutos. Me alegré de haberme puesto ropa interior bonita, pues no era momento de ser recatada. ¡Qué violenta me habría sentido de haber llevado una de esas bragas de abuela con agujeros! El vestido estaba forrado, por lo que no necesitaba combinación, otro golpe de suerte. Había un par de medias sobrantes, que me puse enseguida, casi al mismo tiempo que me pasaba el vestido por la cabeza. A veces llevo una cuarenta -de hecho, la mayoría de las veces-, por lo que me tocó aguantar la respiración mientras Fay me subía la cremallera.

Si no respiraba mucho, todo saldría bien.

– ¡Súper! -exclamó feliz una de las otras mujeres (¿Dana?)-. Ahora los zapatos.

– ¡Oh, Dios mío! -dije cuando los vi. Eran unos zapatos de tacón altísimo a juego con el azul noche del vestido. Introduje los pies en ellos, temiéndome ya la sensación de dolor. Kelly (quizá) abrochó las hebillas y me levanté. Todo el mundo contuvo la respiración cuando di un primer paso, luego otro. Me iban medio número pequeños. Un medio número muy importante.

– Podré aguantar la boda -dije, y todas aplaudieron.

– Vamos allá, entonces -dijo Blusón Rosa, y me senté en su silla. Aplicó más maquillaje sobre el que ya llevaba y me arregló el peinado mientras las verdaderas damas de honor y la madre de Halleigh ayudaban a Halleigh a vestirse. Blusón Rosa tenía una buena melena con la que trabajar. En los últimos tres años sólo había ido cortándome las puntas y la llevaba casi por la cintura. La chica con la que compartía mi casa, Amelia, me había hecho unas mechas, que habían salido bien de verdad. Estaba más rubia que nunca.

Me examiné en el espejo de cuerpo entero y me pareció imposible que aquella transformación se hubiera llevado a cabo en sólo veinte minutos. De camarera con camisa blanca con chorreras y pantalón negro a dama de honor con un vestido azul noche… y diez centímetros más alta, además.

Oye, estaba estupenda. El color del vestido era ideal para mí, la falda tenía un ligero corte trapecio, las mangas cortas no me iban muy apretadas y el largo era el adecuado para no parecer una fulana. Con las tetas que tengo, el factor fulana se dispara al instante si no me ando con cuidado.

Fui arrancada de la admiración hacia mi persona por la práctica Dana, que dijo:

– Mira, aquí tienes el procedimiento a seguir.

A partir de aquel momento me limité a escuchar y a asentir. Examiné el pequeño esquema. Asentí un poco más. Dana era una chica organizada. Si alguna vez decidiera invadir un pequeño país, querría tener a esa mujer de mi lado.

Cuando descendimos con cuidado la escalera (falda larga y tacones altos no son lo que se dice una buena combinación), ya estaba enterada de cómo iba a ir todo y lista para mi primera excursión por el pasillo hacia el altar como dama de honor.

Es algo que la mayoría de chicas ha hecho ya un par de veces antes de los veintiséis, pero Tara Thorton, la única amiga que tenía lo bastante íntima como para pedírmelo, había aprovechado para casarse cuando yo estaba fuera de la ciudad.

El otro grupo de la boda estaba reunido abajo cuando llegamos. Los invitados de Portia irían por delante de los de Halleigh. Los dos novios y los padrinos tenían que estar ya fuera si todo iba según lo previsto, pues faltaban sólo cinco minutos para el despegue.

Portia Bellefleur y sus damas de honor eran en promedio siete años mayores que el destacamento de Halleigh. Portia era la hermana mayor de Andy Bellefleur, inspector de policía de Bon Temps y prometido de Halleigh. El vestido de Portia era un poco desmesurado -cubierto con tantas perlas, encaje y lentejuelas que me imaginé que debía de aguantarse solo-, pero era el gran día de Portia y podía ponerse lo que le viniera realmente en gana. Las damas de honor de Portia iban de dorado.

Los ramos de las novias eran iguales: blanco, azul oscuro y amarillo. En coordinación con el azul oscuro de las damas de honor de Halleigh, el resultado era precioso.

La encargada de la planificación de la boda, una mujer nerviosa y delgada con una enorme mata de pelo oscuro rizado, contaba cabezas de forma casi inaudible. Cuando se sintió satisfecha viendo que todos los imprescindibles estaban presentes, abrió las puertas dobles que daban al gigantesco patio con paredes de ladrillo. Vimos la multitud sentada en sillas plegables de color blanco de espaldas a nosotras y dividida en dos secciones, con una alfombra roja separando los dos lados. Estaban de cara a la plataforma donde esperaba el sacerdote junto a un altar cubierto con una tela y con velas encendidas. A la derecha del sacerdote, esperaba el novio de Portia, Glen Vick, de cara a la casa. Y, por lo tanto, a nosotras. Aunque se le veía muy, pero que muy nervioso, sonreía. Sus padrinos estaban ya en su puesto, flanqueándolo.

Las damas de honor doradas de Portia salieron al patio, y una a una iniciaron su marcha por el pasillo a través del cuidado jardín. El aroma de las flores de la ceremonia endulzaba la noche. Y las rosas Belle Rive estaban en flor, aun siendo octubre.