Era un asunto tenso, pues los hombres lobo eran un secreto para la población humana, al no haber salido a la luz como los vampiros. Se acercaba, y se acercaba deprisa, el día en que la población de cambiantes daría el paso definitivo. Les había oído hablar sobre ello una y otra vez. Pero no había sucedido aún, y no podía ser bueno que lo primero que los humanos oyeran de los hombres lobo fuera que dejaban cadáveres esparcidos por todas partes.
– Te envío a alguien enseguida -dijo Alcide.
– Por supuesto que no. Esta noche tengo que ir a trabajar y estoy tan al margen de todo esto, que estoy segura de que no volverán a intentarlo. Pero necesito comprender cómo sabía ese tipo dónde y cuándo encontrarme.
– Cuéntale las circunstancias a Amanda -dijo Alcide, con la voz llena de rabia, y entonces se puso Amanda al teléfono. Ahora resultaba difícil creer lo alegres que estábamos las dos cuando nos vimos en la boda.
– Cuéntame -dijo secamente, y comprendí que no había tiempo para discutir. Le conté la historia lo más concisamente posible (excluyendo a Niall, el nombre de Eric y la mayoría de detalles) y, cuando terminé de hablar, se quedó unos segundos en silencio.
– Como ha sido eliminado, es uno menos por el que debamos preocuparnos -dijo, simplemente aliviada-. Ojalá supieras quién era.
– Lo siento -dije con cierta acidez-. Estaba pensando en el arma, no en su carné de identidad. ¿Cómo podéis meteros en una guerra civil siendo tan pocos? -La manada de Shreveport contaría con una treintena de miembros.
– Con refuerzos de otros territorios.
– ¿Y por qué tendrían que venir? ¿Por qué sumarte a una guerra que no es tuya? ¿Qué sentido tiene perder a tu gente en la disputa de otra manada?
– Respaldar a los vencedores tiene sus ventajas -dijo Amanda-. ¿Sigues viviendo con esa bruja?
– Sí.
– Entonces puedes hacer una cosa para ayudarnos.
– Está bien -dije, aunque no recordaba haberme ofrecido-. ¿Y qué sería?
– Tienes que pedirle a tu amiga bruja si puede ir al apartamento de María Estrella para ver si consigue leer lo que sucedió allí. ¿Sería posible? Queremos saber qué lobos están implicados.
– Es posible, pero no sé si lo hará.
– Pregúntaselo ahora, por favor.
– Ya te llamaré. Ahora tiene una visita.
Hice una llamada antes de entrar en el salón. No quería dejar un mensaje en el contestador de Fangtasia, que no estaría abierto aún, de modo que llamé al móvil de Pam, algo que nunca antes había hecho. Mientras sonaba, me pregunté si lo guardaría en el ataúd con ella. Era una imagen estrambótica. No sabía si Pam dormía o no en un ataúd, pero si lo hacía… Me estremecí. Naturalmente, salió el contestador y dije: «Pam, he descubierto por qué Eric y yo fuimos atacados anoche, o al menos eso me parece. Se está cociendo una guerra de hombres lobo, y creo que yo era el objetivo. Alguien nos delató ante Patrick Furnan. Y yo no le conté a nadie adonde iba». Eric y yo estábamos demasiado conmocionados para discutir este problema la noche anterior. ¿Cómo podía saber alguien dónde estaríamos anoche? Y que regresaríamos en coche desde Shreveport.
Amelia y Octavia estaban en plena discusión, pero ninguna de las dos parecía tan enfadada o molesta como me temía.
– Siento interrumpir -dije, cuando ambos pares de ojos se volvieron hacia mí. Los de Octavia eran marrones, los de Amelia azules, pero en aquel momento tenían una expresión extrañamente similar.
– ¿Sí? -Era evidente que Octavia era la que dominaba la situación.
Cualquier bruja que se preciara de sí misma tenía que conocer la existencia de hombres lobo. Resumí el tema de la guerra de hombres lobo en pocas frases, les conté el ataque que había sufrido la noche anterior en la interestatal y les expliqué la solicitud de Amanda.
– ¿Crees que tendrías que involucrarte en esto, Amelia? -preguntó Octavia, dejando claro con su tono de voz que la pregunta sólo podía tener una respuesta.
– Sí, me parece que sí -dijo Amelia. Sonrió-. No se puede ir por ahí disparando contra mi compañera de casa. Ayudaré a Amanda.
Octavia se quedó tan sorprendida como si Amelia acabara de escupirle una pepita de sandía en las bragas.
– ¡Amelia! ¡Estás metiéndote en cosas que van más allá de tus habilidades! ¡Las consecuencias pueden ser terribles! Mira lo que le has hecho ya al pobre Bob Jessup.
Tampoco es que conociera a Amelia desde hacía mucho tiempo, pero sabía de sobra que aquélla era una manera muy mala de conseguir que acatara tus deseos. Si Amelia se enorgullecía de algo, era de sus habilidades de bruja. Dudar de su experiencia era una forma segura de ponerla nerviosa. Por otro lado, la verdad es que lo de Bob era una gran cagada.
– ¿Podría devolverle a su estado anterior? -le pregunté a la bruja de más edad.
Octavia me lanzó una mirada cortante.
– Por supuesto -respondió.
– Y entonces, ¿por qué no lo hace y empezamos a partir de ahí? -dije.
Octavia estaba sorprendida, y me di cuenta de que no debería haberme enfrentado a ella de aquel modo. Por otro lado, si lo que Octavia deseaba era demostrarle a Amelia que su magia era más poderosa, acababa de brindarle la oportunidad para hacerlo. Bob, el gato, estaba sentado en la falda de Amelia, despreocupado. Octavia hurgó en su bolsillo y extrajo un pastillero que contenía algo que parecía marihuana. Me imagino, no obstante, que cualquier hierba seca tiene un aspecto similar y la verdad es que nunca he tenido marihuana en mis manos, por lo que no soy quién para juzgar. Total, que Octavia cogió un pellizco de aquella cosa verde y seca y la dejó caer sobre el pelaje del gato. Bob se quedó tan tranquilo.
La cara de Amelia se quedó hecha un cuadro mientras observaba a Octavia realizar su hechizo, que al parecer consistía en recitar algunas palabras en latín, y acompañarlas de unos cuantos movimientos y la ya mencionada hierba. Al final, Octavia pronunció lo que debe de ser el equivalente esotérico de «¡Abracadabra!» y señaló el gato.
No pasó nada.
Octavia repitió la frase con más ímpetu. Volvió a señalar el gato con el dedo.
Y de nuevo sin resultados.
– ¿Sabéis qué pienso? -pregunté. Nadie daba la impresión de querer saberlo, pero estábamos en mi casa y yo tenía mis derechos-. Me pregunto si Bob no sería un gato desde el principio y por algún motivo disfrutaba temporalmente del estado humano. Tal vez por eso no conseguís transformarlo. A lo mejor es que en realidad es un gato.
– Eso es ridículo -espetó la anciana. Estaba consternada por su fracaso. Y Amelia intentaba con todas sus fuerzas disimular una risilla.
– Si, después de esto, tan segura está de que Amelia es una incompetente, algo que yo dudo bastante, tal vez quiera plantearse venir con nosotras al apartamento de María Estrella -dije-. Para asegurarse de que Amelia no se mete en más problemas.
Amelia se indignó durante un segundo, pero enseguida comprendió mi plan y sumó su súplica a la mía.
– Muy bien, iré -dijo Octavia con grandilocuencia.
Me resultaba imposible leerle la mente a aquella bruja, pero llevaba tiempo suficiente trabajando en el bar como para conocer a una persona solitaria en cuanto veía una.
Amanda me dio la dirección y me dijo que Dawson estaría vigilando la casa hasta que llegáramos allí. Lo conocía y me caía bien, pues ya me había ayudado con anterioridad. Era propietario de un taller de reparación de motos situado a unos cinco kilómetros de Bon Temps y a veces sustituía a Sam cuando éste, por algún motivo, tenía que ausentarse del Merlotte's. Dawson no era miembro de ninguna manada, y la noticia de que estuviera del bando de la facción rebelde de Alcide resultaba significativa.
No puedo decir que el viaje en coche hasta los alrededores de Shreveport fuera una experiencia que nos uniera mucho a las tres, pero aproveché el tiempo para poner al corriente a Octavia de los problemas de la manada. Y le expliqué mi implicación en el tema.