Pasaban coches, en su mayoría de invitados de la boda que empezaban a desfilar. Había además el tráfico normal de un sábado por la noche. La hilera de vehículos aparcados junto al arcén se prolongaba calle abajo y el tráfico avanzaba lentamente. Yo había aparcado ilegalmente con el lado del conductor junto al arcén, aunque esto no solía ser un problema en nuestra pequeña ciudad.
Me incliné para abrir la puerta del coche y oí un leve sonido a mis espaldas. En un único movimiento, guardé las llaves en el hueco de mi mano y apreté el puño, me volví y golpeé con todas mis fuerzas. Las llaves dieron fuerza a mi puño y el hombre que tenía detrás se tambaleó en la acera hasta caer de culo sobre la pendiente del césped.
– No pretendía hacerte ningún daño -dijo Jonathan.
No es fácil mantener un aspecto digno y poco amenazador cuando tienes sangre en la comisura de la boca y estás sentado en el suelo, pero el vampiro asiático lo consiguió.
– Me ha sorprendido -dije, lo que era un gran eufemismo.
– Ya lo veo -respondió él, incorporándose con facilidad. Sacó un pañuelo y se secó la boca.
No pensaba pedirle disculpas. La gente que me sorprende estando sola de noche se merece lo que recibe. Pero me lo replanteé. Los vampiros se mueven en silencio.
– Siento haber supuesto lo peor -dije por compromiso-. Debería haberle identificado.
– No, podría haber sido demasiado tarde -dijo Jonathan-. Una mujer sola debe defenderse.
– Agradezco su comprensión -dije con cautela. Miré más allá de él, intentando que mi cara no revelara nada. He oído tantas cosas raras en el cerebro de la gente, que estoy acostumbrada a hacerlo. Miré directamente a Jonathan-. ¿Ha…? ¿Qué hacía aquí?
– Estoy cruzando Luisiana y vine a la boda como invitado de Hamilton Tharp -dijo-. Estoy en la Zona Cinco con el permiso de Eric Northman.
No tenía ni idea de quién era Hamilton Tharp (seguramente algún amigo de los Bellefleur). Pero conocía bastante bien a Eric Northman. (De hecho, lo había conocido de la cabeza a los pies, pasando por todos los puntos intermedios). Eric era el sheriff de la Zona Cinco, un área que ocupaba una gran parte del norte de Luisiana. Estábamos unidos de una manera compleja, algo de lo que me resentía a diario.
– En realidad, lo que intentaba preguntar es por qué me aborda aquí y ahora. -Me quedé a la espera, sin soltar todavía las llaves. Decidí mirarle a los ojos. Incluso los vampiros son vulnerables en este sentido.
– Sentía curiosidad -dijo por fin Jonathan. Tenía los brazos cruzados. Aquel vampiro empezaba a no gustarme en absoluto.
– ¿Porqué?
– En Fangtasia he oído hablar sobre la mujer rubia que Eric tanto valora. Y él es tan poco sentimental que me parecía imposible que una mujer humana pudiera interesarle.
– ¿Y cómo sabía que yo iba a estar aquí, en esta boda, esta noche?
Parpadeó. Vi que no esperaba que insistiese tanto con mis preguntas. Confiaba en poder apaciguarme, tal vez en estos momentos intentaba coaccionarme con su atractivo. Pero esas tretas no funcionaban conmigo.
– La joven que trabaja para Eric, su hija Pam, lo mencionó.
«Mentira cochina», pensé. Llevaba un par de semanas sin hablar con Pam y nuestra última conversación no había sido precisamente una típica de chicas sobre mi agenda social y laboral. Ella estaba recuperándose de las heridas que había sufrido en Rhodes. Su recuperación, así como la de Eric y la de la reina, habían sido nuestro único tema de conversación.
– Claro -dije-. Pues buenas noches. Tengo que irme. -Abrí la puerta y entré con cuidado en el coche, intentando no apartar la vista de Jonathan en ningún momento para estar preparada en el caso de que se produjera algún movimiento repentino. Él permaneció inmóvil como una estatua e inclinó la cabeza hacia mí después de que pusiera el coche en marcha y arrancara. Me até el cinturón en cuanto encontré una señal de Stop. No había querido sujetarme mientras lo tuviera cerca. Cerré las puertas del coche y miré a mi alrededor. «No hay vampiros a la vista», pensé. «Esto es muy, pero que muy extraño». Tendría que llamar a Eric y comentarle el incidente.
¿Y sabes cuál es la parte más extraña de todo esto? Que durante todo el rato, el anciano de largo pelo rubio había permanecido escondido entre las sombras detrás del vampiro. Nuestras miradas incluso se habían encontrado en una ocasión. Su hermoso rostro resultaba ilegible. Sabía que él no quería que reconociese su presencia. No le había leído la mente -no podía hacerlo-, pero lo sabía de todos modos.
Y lo más extraño es que Jonathan no sabía que él estaba allí. Teniendo en cuenta el agudo sentido del olfato de los vampiros, la ignorancia de Jonathan resultaba simplemente extraordinaria.
Seguía aún reflexionando sobre aquel raro episodio cuando giré hacia Hummingbird Road y enfilé el largo camino entre los bosques que daba acceso a mi vieja casa. La parte principal del edificio había sido construida hacía más de ciento sesenta años, aunque poco quedaba ya en pie de la estructura original. Había habido añadidos, remodelaciones y el techo se había cambiado un montón de veces con el paso de las décadas. Empezó como una pequeña granja de dos habitaciones y ahora era mucho más grande, aunque seguía siendo sencilla.
Aquella noche, la casa tenía un aspecto tranquilo bajo el resplandor de la luz exterior de seguridad que Amelia Broadway, mi compañera de casa, había dejado encendida. El coche de Amelia estaba aparcado en la parte de atrás y aparqué el mío a su lado. Saqué las llaves por si acaso ella había subido ya a dormir. Había dejado la puerta mosquitera sin el pestillo corrido y yo lo cerré a mis espaldas. Abrí la puerta trasera y volví a cerrarla con llave. Nos obsesionaba la seguridad, a Amelia y a mí, sobre todo por la noche.
Me sorprendió ver que Amelia me esperaba sentada junto a la mesa de la cocina. Después de semanas de convivencia habíamos desarrollado una rutina y normalmente Amelia ya tenía que haber subido arriba a aquellas horas. Allí disponía de su propia televisión, su teléfono móvil y su ordenador portátil y, como se había sacado el carné de la biblioteca, contaba con lectura de sobra. Además, tenía su trabajo con los hechizos, sobre el que nunca le preguntaba. Jamás. Amelia es bruja.
– ¿Qué tal ha ido? -me preguntó, removiendo el té como si tratara de crear un remolino diminuto.
– Pues bien, se han casado. Nadie se ha arrepentido en el último momento. Los clientes vampiros de Glen se han comportado y la señora Caroline se ha mostrado amable con todo el mundo. Pero a mí me ha tocado sustituir a una de las damas de honor.
– ¡Caray! Cuéntamelo.
Y así lo hice. Nos reímos juntas un buen rato. Pensé en contarle a Amelia lo de aquel hombre tan guapo, pero no lo hice. ¿Qué podía decirle? ¿Que me miró? Pero lo que sí acabé contándole fue lo de ese tal Jonathan de Nevada.
– ¿Qué piensas que quería en realidad? -preguntó Amelia.
– No tengo ni idea. -Me encogí de hombros.
– Tienes que descubrirlo. Sobre todo si nunca has oído hablar al que dice que es su anfitrión sobre este tipo.
– Voy a llamar a Eric…, si no esta noche, mañana.
– Es una pena que no comprases una copia de esa base de datos que Bill anda vendiendo. Ayer vi un anuncio de ella en Internet, en una página para vampiros. -Podría parecer un repentino cambio de tema, pero la base de datos de Bill contenía imágenes y/o biografías de todos los vampiros a los que había conseguido localizar por todo el mundo. Yo había oído hablar de unos cuantos de ellos. El pequeño CD de Bill estaba proporcionándole a su jefa, la reina, más dinero del que jamás me habría imaginado. Pero para adquirir una copia era necesario ser vampiro, y tenían métodos para verificarlo.
– Bien, dado que Bill cobra quinientos dólares la unidad y hacerse pasar por vampiro comporta un grave peligro… -dije.