– Muy bien -contestó poniéndose en pie y rodeando la mesa.
Maggie se acercó y le pasó el bastón. Justice lo aceptó. Al hacerlo, sus dedos se rozaron y Justice sintió un incendio en sus entrañas, se apresuró a retirar la mano y a agarrar la empuñadura del bastón con fuerza para ir hacia la puerta.
– Andas mejor-comentó Maggie.
Justice sintió que la irritación se apoderaba de él. No hacía mucho tiempo Maggie solía mirarlo cuando se daba la vuelta, pero por razones muy diferentes.
– Sí, me sigue doliendo mucho, pero voy un poco mejor.
– Vaya, gracias por la parte que me toca.
– Sí, hablando de eso, como me encuentro mejor quizás podamos reducir la terapia -comentó Justice girándose hacia ella.
– Buen intento -contestó Maggie pasando a su lado y saliendo al pasillo.
Ahora le tocaba a Justice mirarla por detrás y, desde luego, él no se iba a fijar en si andaba mejor o peor sino, directamente, en su trasero. De repente, se dio cuenta de que no llevaba al niño en la cadera como de costumbre.
– ¿Y no tienes que cuidar de…?
– ¿Jonas?
– Sí.
– Se lo he dejado a la señora Carey. Le encanta estar con él -contestó Maggie avanzando por el pasillo de suelo de madera. -Dice que le recuerda tanto a ti que no se lo puede creer.
Justice frunció el ceño. Maggie solía hacer uno o dos comentarios como aquél al día. No se había dado por vencida. Intentaba hacerle ver lo que en realidad no existía, una conexión entre su hijo y él.
Mientras se ponía el sombrero que tenía colgado junto a la puerta principal, Justice pensó en que debería decírselo de una vez y acabar con todo aquello.
Sí, debería decirle que era estéril.
Entonces, Maggie no tendría más remedio que dejar de jugar al jueguecito que se traía entre manos y él no tendría que seguir aguantando aquella situación, pero, entonces, Maggie lo sabría todo, sabría por qué la había dejado marchar, por qué le había mentido, por qué no se sentía un hombre completo, por qué no había podido darle lo que ella más ansiaba en la vida.
No, imposible. Si le contara la verdad, Maggie se apiadaría de él y Justice no podría soportarlo.
Prefería que pensara que era un canalla.
Maggie se quedó escuchando los pasos inciertos de su marido, que avanzaba por el pasillo detrás de ella, y lo esperó en el porche. Se tomó aquellos instantes para admirar la belleza de las tierras que tenía ante sí. Había echado mucho de menos aquel lugar, casi tanto como había echado de menos a su propietario. El jardín estaba impecable, los lechos de flores bullían de color y los mugidos de las vacas cercanas se le antojaron una preciosa sinfonía.
Durante un par de segundos, sus pensamientos y sus preocupaciones se esfumaron, desaparecieron como si jamás hubieran existido. Maggie tomó aire profundamente y sonrió a dos de los perros, un chucho y un labrador, que estaban jugando a perseguirse por el jardín. Luego, al sentir que Justice llegaba, la tensión volvió a apoderarse de ella y la sintió asentarse en la boca del estómago.
Siempre que Justice estaba cerca de ella lo sentía en lo más profundo de su ser. Aquel hombre tocaba algo en su interior que ningún otro ser humano podía tocar y, cuando estaban separados, notaba su ausencia, pero sentirse unida y conectada a un hombre que evidentemente no sentía lo mismo por ella era la receta perfecta para sufrir.
– Qué bonito está todo -murmuró Maggie.
– Sí.
La voz grave y profunda de Justice recorrió la columna vertebral de Maggie, haciendo que su sistema nervioso se pusiera alerta. ¿Por qué tenía que tener la mala suerte de que fuera aquel hombre el que la hiciera sentirse así?
Al girarse para mirarlo, Maggie comprobó que Justice no estaba mirando el rancho, sino que la estaba mirando a ella. Al instante, sintió que las rodillas se le convertían en algodón y tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le doblaran.
Tendría que ser ilegal que aquel hombre pudiera mirarla así. Y menos mal que no le sonreía a menudo, porque su sonrisa era completamente mortal.
– Te encantaba vivir aquí -comentó Justice observando también a los perros, que seguían jugando.
– Sí -admitió Maggie tomando aire.
Desde el primer momento, desde la primera vez que había pisado aquel rancho, se había sentido como en casa. Era como si aquel lugar la hubiera estado esperando. A Maggie siempre le había encantado la sensación de mirar hacia el campo desde el porche, sintiéndose completamente conectada con la naturaleza y sabiendo que le bastaba recorrer unos kilómetros por la autopista para llegar a la ciudad.
En el rancho el tiempo no se había parado, pero todo iba más lento y Maggie siempre había pensado que sería el lugar perfecto para criar a sus hijos.
Siempre había imaginado a cuatro o cinco chiquillos corriendo y riéndose por el jardín, corriendo hacia Justice y hacia ella en busca de besos y abrazos y creciendo aprendiendo a amar aquel rancho tanto como su padre.
Pero aquellos sueños se habían evaporado la noche en la que se había ido del rancho hacía unos meses.
Ahora no era más que una visita apenas tolerada y Jonas jamás sabría lo que era crecer entre los recuerdos de su padre.
Ni siquiera crecería con su amor.
Justice no solamente le daba la espalda a ella todo lo que podía, sino que hacía todo lo que estaba en su mano por alejarse del niño que habían creado entre los dos y eso era algo que Maggie no podía perdonarle. Ni siquiera lo entendía. Justice siempre había sido un hombre duro, pero también un hombre entregado a la familia, a sus hermanos y al rancho que había heredado de sus padres.
Entonces, ¿por qué le daba la espalda a su propio hijo?
Durante los tres días que llevaban allí, había hecho lo imposible para no estar en la misma habitación que el niño. Maggie sentía que se le rompía el corazón, pero no quería obligarlo. Podría haberlo hecho, pero no quería hacerlo. No quería obligarlo a hacerse cargo de Jonas porque, entonces, no lo haría por voluntad propia y no significaría nada.
Por eso había decidido comportarse como una fisioterapeuta y esconder sus sentimientos aunque se estuviera muriendo.
– Aunque te encantaba este sitio, te fuiste -comentó Justice.
– Sí -contestó Maggie. -No podía ser de otra manera.
Justice negó con la cabeza y frunció el ceño.
– Elegiste irte. Podrías haberte quedado.
– No pienso volver a tener la misma discusión de siempre, Justice.
– Yo tampoco -contestó él encogiéndose de hombros. -Sólo te lo estoy recordando.
Maggie tomó aire lenta y profundamente y se dijo que debía controlarse, que no debía permitir que Justice la molestara. No era fácil, pues su marido sabía exactamente cómo sacarla de quicio. Aunque le habría encantado dejar salir su rabia y su furia diciendo lo que estaba pensando, sabía que no le serviría de nada.
– Vamos a andar.
Dicho aquello, se giró hacia Justice para ofrecerle el brazo y que pudiera bajar los escalones, pero Justice la ignoró.
– No soy un inválido, Maggie. No me hace falta apoyarme en ti para andar. Te recuerdo que eres la mitad que yo.
– Y yo te recuerdo que tengo experiencia y formación en tratar pacientes que no pueden valerse por sí mismos. Soy mucho más fuerte de lo que parezco. No debes olvidarlo.
– No soy uno de tus pacientes -protestó Justice mirándola iracundo.
– Lo cierto es que sí lo eres -contestó Maggie notando que estaba empezando a perder la paciencia.
– Pues no lo quiero ser… ¿es que no lo entiendes?
Aunque la estaba mirando con una frialdad terrible, Maggie estaba acostumbrada a aquel tipo de actitudes.
– Sí, Justice, lo entiendo perfectamente. No te has molestado mucho en ocultar la poca gracia que te hace que esté aquí, así que lo entiendo perfectamente.
Justice sonrió satisfecho.