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– Y, aun así, no te vas a ir, ¿verdad?

– No, no me voy a ir. No me pienso ir hasta que estés bien.

– Ya estoy mejor.

– Pero no completamente recuperado, y lo sabes, así que cállate y vamos allá.

– Eres la mujer más testaruda que he conocido en mi vida -murmuró Justice apoyándose en el bastón y bajando los escalones.

En cuanto lo vieron, los dos perros alzaron las orejas y corrieron hacia él.

Maggie se asustó por si lo tiraban y se apresuró a acercarse, pero no fue necesario.

– Ángel, Spike -les dijo Justice chasqueando los dedos.

Al instante, los dos perros se tumbaron y se quedaron mirándolo.

Maggie sonrió, se arrodilló a su lado y los acarició.

– Se me había olvidado lo bien que se te dan los perros -comentó. -Siempre te obedecen.

– Es una pena que este don que tengo con los animales contigo no me sirviera de nada.

Maggie se irguió y lo miró a los ojos.

– Ya sabes que yo no obedezco a nadie, ni a ti ni a ningún otro hombre.

– Te aseguro que no te habría obligado a hacer cabriolas.

– ¿Ah, no? ¿Y qué orden habrías utilizado conmigo si hubieras podido?

Justice se quedó pensativo y apartó la mirada, que se dirigió hacia el horizonte.

– Quieta… Espera… Quédate…

CAPÍTULO 06

Al oír aquello, Maggie sintió ciertos remordimientos en su interior. De repente, mientras observaba que Justice se alejaba, le dolió todo el cuerpo.

– ¿Me habrías pedido que me quedara? -le preguntó anonadada. -¿Y me lo dices ahora?

Justice no contestó, se limitó a seguir andando, lentamente. La única señal de que estaba emocionalmente revuelto era que se aferraba al bastón. Maggie apretó los dientes con fuerza. Aquel hombre la sacaba de quicio. Era evidente que Justice se arrepentía de lo que había dicho.

Cuando Maggie se había ido de casa y se había separado de él, con el corazón completamente roto, Justice la había dejado ir sin decir absolutamente nada, y Maggie había tenido siempre la sensación de que, en realidad, no le importaba. Solía decirse que su matrimonio no era lo que ella creía, que el sueño de formar una familia al que estaba renunciando había sido una fantasía y no una realidad.

Estaba convencida de que Justice no la quería tanto como ella a él si la dejaba marchar sin hacer ni decir nada.

Luego, unos meses después, habían pasado un fin de semana juntos, el último, aquél en el que había sido concebido Jonas. Aun así, Justice había dejado que se fuera, se había escondido en su interior y había dado cerrojazo a sus pensamientos y a sus emociones. Al hacerlo, había dado al traste de nuevo con los sueños de Maggie.

Ni siquiera en aquella ocasión Maggie había sido capaz de presentar la demanda de divorcio aun cuando Justice le había devuelto los papeles firmados que ella le había enviado previamente. Maggie los había guardado en un cajón, había disfrutado de su embarazo, había parido a su hijo y había esperado con la ilusión de que Justice la buscaría.

Naturalmente, no lo había hecho.

– ¿Cómo fuiste capaz de hacer una cosa así? ¿Cómo fuiste capaz de dejar que me marchara si querías que me quedara? -murmuró. -¿Por qué? No me dijiste ni una sola palabra. Ninguna de las dos veces.

Justice se paró en seco y los perros se pararon a su lado. Maggie tuvo la sensación de que todo se paraba, de que el mundo dejaba de girar.

– ¿Y qué querías que dijera? -le preguntó apretando las mandíbulas con amargura.

– Me podrías haber dicho que me quedara.

– No -contestó Justice encaminándose de nuevo hacia los establos, – no podía decirte eso.

Maggie suspiró y avanzó detrás de él hasta situarse a su lado con pasos lentos, para ir a su velocidad. Mientras lo hacía, pensó que era evidente que Justice jamás le pediría que se quedara.

– Claro, ¿cómo me ibas a pedir que me quedara, eh? El gran Justice King -se quejó dando una patada al polvo. -Tú no quieres que nadie sepa que eres capaz de sentir.

Justice se volvió a parar y se giró hacia ella.

– Siento como cualquier ser vivo, Maggie -le dijo. -Tú deberías saberlo mejor que nadie.

– ¿Y cómo quieres que lo sepa? Nunca verbalizaste tus sentimientos -se lamentó Maggie elevando las manos y volviéndolas a dejar caer. -Nos lo pasábamos muy bien juntos, nos reíamos y hacíamos el amor, pero jamás me dejaste penetrar en tu interior. Ni una sola vez.

– Te equivocas -contestó Justice mirándola con un brillo especial en los ojos. -Lo que pasa es que no te quedaste el tiempo suficiente para darte cuenta.

¿Sería cierto? Maggie no estaba segura. Al principio de su matrimonio, todo había sido fuego y pasión entre ellos. Se pasaban el día entero haciendo el amor, cabalgando a caballo durante horas, pasando días enteros de lluvia en la cama. En aquella época, Maggie le habría dicho a cualquiera que le hubiera preguntado que Justice y ella era realmente felices.

Pero ahora era muy consciente de que no había hecho falta mucho para dar al traste con los cimientos de aquello que habían compartido, así que no debía de haber sido cierto.

Maggie sintió que los hombros se le caían y miró a Justice, que se había girado de nuevo y avanzaba hacia los establos. Él, sin embargo, se mantenía recto y alto, como si no quisiera que nada de aquello le afectara. Él siempre tan fuerte.

«Qué típico», pensó Maggie.

Justice King no admitía jamás una debilidad, jamás pedía a nadie nada, ni siquiera ayuda… aunque la estuviera necesitando. Eso habría sido admitir que necesitaba ayuda, y él estaba acostumbrado a depender única y exclusivamente de sí mismo. Habría sido como una rendición. Maggie lo había sabido desde el principio de su relación, pero todavía ansiaba que las cosas hubieran sido diferentes.

Aunque no quería admitirlo, estaba conmocionada, pero se dijo que debía apartar aquellos turbulentos pensamientos para analizarlos a solas en otro momento, así que tomó aire profundamente y se obligó a hablar con alegría y a cambiar de tema.

– ¿Y qué hacen Spike y Ángel aquí en lugar de estar fuera con el rebaño? -preguntó.

Justice se quedó pensativo, como si agradeciera el nuevo rumbo de la conversación.

– Estamos entrenando a dos perros nuevos, y Phil pensó que era mejor dejar a estos dos descansando un par de días hasta que los otros, los cachorros, se hayan habituado.

Maggie había sido la esposa de un ranchero tiempo suficiente como para saber el valor de los perros pastores. Cuando aquellos perros trabajaban con el ganado, podían acceder a lugares a los que un vaquero a caballo no tenía entrada. Un buen perro podía hacer que el rebaño se moviera sin asustar a las reses y sin provocar una estampida que podría resultar fatal tanto para los animales como para los vaqueros. Aquellos perros estaban bien entrenados y los vaqueros los mimaban hasta la saciedad. Maggie recordaba una ocasión en la que le había tomado el pelo a Justice diciéndole que los rancheros habían copiado a los pastores, que habían sido los primeros en emplear perros en su trabajo. No pudo remediar sonreír al recordar lo que había sucedido después. Justice la había perseguido por toda la casa, la había atrapado en la planta de arriba, riéndose, y la había llevado al dormitorio, donde había pasado varias horas intentando convencerla para que retirara lo que había dicho, pues ningún ranchero en su sano juicio admitiría jamás que había aceptado consejos de los pastores y, menos que nadie, él.

Spike y Ángel se adelantaron a Justice y a ella y entraron en los establos, cuyas puertas estaban abiertas. Los establos tenían dos plantas y era un edificio de madera, como la casa principal.

– ¡Eh, vosotros dos, fuera de ahí! -exclamó alguien desde dentro.

Casi al instante, ambos perros salieron corriendo. De haber sido niños, seguro que habrían salido riéndose también.