– ¿Y eso? -le preguntó Maggie a Justice observando cómo los dos perros se sumergían en el tanque de agua que utilizaban los perros pastores para bañarse.
– Mike tiene una vaca y un ternero dentro y supongo que no querrá que los perros se acerquen demasiado -contestó Justice entrando en los establos y dirigiéndose al último compartimento de la derecha. Una vez allí, apoyó el brazo sobre la puerta de madera y observó al veterinario que examinaba con manos expertas al ternero de casi tres meses.
– ¿Cómo va? -le preguntó.
– Mejor -contestó Mike sin levantar la vista de lo que estaba haciendo. -La herida va bien, así que tanto él como su madre podrán salir a pastar mañana -añadió mirando a Justice y sonriendo al ver a Maggie. -Vaya, cuánto me alegro de verte de nuevo por aquí, Maggie.
– Gracias, Mike.
No era el primer vaquero que le daba la bienvenida y se alegraba sinceramente de verla. De hecho, parecían más contentos de tenerla de nuevo por allí que su propio marido.
– ¿Qué le ha pasado a este chiquitito? -preguntó entrando con cautela en el compartimento, muy pendiente de la madre del herido.
Una vez dentro, se arrodilló junto al ternero. Como la mayor parle de las reses de Justice, se trataba de un angus negro, así que tenía el pelaje negro y unos enormes ojos marrones que la miraban con curiosidad.
– No lo sabemos a ciencia cierta -contestó Mike. -Uno de los chicos lo vio cojeando y lo trajo a los establos. En cualquier caso, parece que se está curando muy bien.
El ternero lucía el emblema del rancho King en uno de sus flancos. A juzgar por el tamaño que tenía iba a ser un ejemplar bien grande. Eso quería decir que en todo su esplendor llegaría a pesar quinientos kilos, pero en aquellos momentos no era más que una cría que necesitaba a su madre, que lo abastecía de comida y de cuidados.
El establo olía a heno, cuero y animales, un olor que a Maggie le resultaba familiar y agradable. Cualquiera lo habría dicho antes de conocer a Justice y de casarse con él, pues hasta entonces había sido una urbanita convencida. En aquella época, lo que más le gustaba del mundo era un buen centro comercial lleno de gente. De pequeña jamás le había gustado salir a la naturaleza, y alojarse en un motel le parecía lo más cercano a acampar al aire libre que estaba dispuesta a llegar.
Y, aun así, vivir en el rancho se le había hecho realmente fácil. ¿Habría sido porque estaba enamorada de Justice o porque, por fin, su corazón había dilucidado cuál era su verdadero hogar?
«¿Y qué más da ya?», se preguntó con tristeza.
– Hasta luego, Mike -se despidió del vaquero agarrando a Justice del brazo. -Venga, que tenemos que seguir andando. Te recuerdo que estamos haciendo rehabilitación.
– No me había dado cuenta de que fueras tan mandona -murmuró Justice mientras salían de los establos y se dirigían a rodear la casa principal.
– Pues será que no me prestabas atención, porque siempre he sido así -contestó Maggie.
Se dio cuenta de que Justice avanzaba con dificultad y se adecuó a su paso, más lento. Justice se dio cuenta aunque no dijo nada. Maggie sabía que todo aquello se le tenía que estar haciendo muy duro, pues no estaba acostumbrado a depender de los demás. Además, era consciente de que le tenía que doler la pierna aunque preferiría morir antes de admitirlo. Maggie decidió iniciar otra conversación para que Justice tuviera algo que lo distrajera del dolor.
– Phil ha dicho que habíais plantado hierba nueva, ¿no? -le preguntó sabiendo que a Justice le gustaba hablar del rancho.
Así se enfrascaría en la conversación y no se daría cuenta del dolor.
– Sí, en los pastos de arriba -contestó Justice girando al llegar a uno de los recodos de la casa principal para adentrarse en una rosaleda que había plantado su madre. -Con el sistema de rotación, el rebaño va cambiando de pastos continuamente. Si la hierba aguanta bien y llueve un poco, esa zona habrá crecido para el invierno y podremos llevar al rebaño allí.
– Buena idea.
– Ha sido un riesgo sacar al rebaño de ahí tan pronto, pero queríamos probar nuevas variedades de hierba y teníamos que hacerlo con tiempo suficiente como para dejar que prendiera y creciera antes del invierno y… -Justice se interrumpió de repente, miró a Maggie y sonrió inesperadamente. -Estás intentando que no piense en la pierna, ¿verdad?
– Sí, la verdad es que sí -admitió Maggie disfrutando de aquella sonrisa. -¿Ha dado resultado mi estratagema?
– Sí -contestó Justice, – pero no voy a seguir hablándote de los nuevos pastos porque no quiero que te quedes dormida de pie.
– Me parece un tema de conversación muy interesante -protestó Maggie.
– Ya. Por eso se te cierran los ojos.
Maggie suspiró.
– Está bien, confieso que no es lo que más me interesa del mundo, pero prefiero que hables de los pastos a que pienses en la pierna.
Justice se paró, se llevó la mano al muslo y se lo masajeó como si le doliera mucho. A continuación, elevó los ojos al cielo.
– Estoy cansado de pensar en la pierna, estoy cansado del bastón y de estar encerrado en casa cuando preferiría salir y trabajar en el rancho.
– Justice…
– No pasa nada, Maggie -la tranquilizó él. -Lo único que estoy diciendo es que estoy impaciente.
Maggie asintió. Lo comprendía perfectamente. No era la primera vez que veía a un paciente inquietarse. Era muy normal que les sucediera a los hombres aunque algunas mujeres también tenían aquella reacción. Se trataba de personas que tenían la sensación de que su vida se iba a romper en pedazos si ellos no estaban para controlarlo todo. Estaban convencidos de que ellas eran las únicas capaces de hacerse cargo de las empresas, de las casas y de los niños, personas sanas a las que les costaba mucho aceptar ayuda. Sobre todo porque eso implicaba que eran prescindibles aunque fuera de manera temporal.
– La rosaleda está preciosa -comentó Maggie.
Justice giró la cabeza para mirar.
– Sí, es cierto, las rosas están a punto de florecer.
Maggie comenzó a avanzar por el sendero de tierra a cuyos lados había ladrillos de color crema. El perfume de las rosas era embriagador, y Maggie tomó aire profundamente y se llenó los pulmones con ese maravilloso aroma.
La rosaleda estaba situada a espaldas de la casa principal y se accedía a ella por un enorme patio. ¡Cuántas veces había desayunado Maggie en la mesa de la cocina, mirando aquellas rosas que su suegra tanto había amado, por lo que le había contado Justice!
La rosaleda estaba dispuesta en espiral. Cada círculo de la espiral era de un olor y tipo de rosa diferente. Gracias a la madre de Justice aquella parte del jardín se convertía en un mundo mágico durante la primavera y el verano. Maggie sabía que las rosas no tardarían en florecer.
Se giró hacia Justice. Detrás de ellos estaba la casa, con las ventanas reflejando los rayos del sol. A la derecha había un banco de piedra y se oía el rumor del agua en la fuente que había en mitad de la rosaleda.
Justice la estaba observando con los ojos entrecerrados, y Maggie se preguntó qué estaría pensando, qué vería cuando la miraba. ¿Se arrepentiría él también de que se hubieran separado? ¿Pensaría en ella como parte de aquel hogar y de aquella rosaleda o preferiría no volver a verla?
Aquella última posibilidad la llenó de tristeza, así que la apartó de su mente y cambió de tema de nuevo.
– ¿Te acuerdas de aquella tormenta de verano?
– Claro -contestó Justice sonriendo. -Como para olvidarla. -Después de esa tormenta fue cuando decidimos poner estos ladrillos -añadió golpeando uno de ellos con la punta del pie.
– Sí, llovía tanto que las raíces de los rosales se estaban quedando al descubierto -comentó Maggie recordando la rosaleda tal y como había sido en aquella época. -Había llovido tanto que la tierra ya no podía absorber más agua -añadió rememorando que Justice y ella habían decidido salvar la rosaleda de su madre fuera como fuese. -Nos pasamos dos horas corriendo en el barro para asegurarnos de que los rosales estuvieran bien.