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– Espera un momento, tengo que hablar contigo -contestó Justice poniéndose entre ella y la puerta.

Maggie no tenía ganas de pasar a su lado tan cerca, pues tenía muy presentes los recuerdos de la bañera de hidromasaje, así que se paró y se cruzó de brazos, esperando.

– Tú dirás.

– Creo que deberíamos hablar de lo que va a suceder cuando lleguen los resultados de las pruebas -contestó Justice.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Maggie con recelo.

– Me refiero a que en unos días sabremos la verdad y, si resulta que Jonas realmente es hijo mío…

Maggie se tensó. No podía soportar que Justice no confiara en ella y necesitara pruebas de laboratorio para creer que Jonas era suyo.

– … si es hijo mío, quiero que crezca aquí-concluyó Justice. -En el rancho.

Maggie sintió que se le abría un vacío terrible a la altura de la boca del estómago y que el corazón se le caía dentro.

– De eso, nada -contestó negando con la cabeza.

– ¿Cómo?

– No me vas a quitar a mi hijo.

– Si también es hijo mío, tengo derecho a la mitad de él -protestó Justice.

Maggie se rió con amargura.

– ¿Y qué vas a hacer? ¿Lo vas a cortar por la mitad?

Justice se dirigió a la cama.

– No hay que ponerse dramáticos. Si Jonas es hijo mío, quiero que crezca aquí, quiero que crezca donde yo crecí. El rancho será suyo algo día y quiero que lo conozca y que lo ame como yo.

– ¿De repente te preocupa su herencia? -le espetó Maggie acercándose a él furiosa. -Hasta hace unos días no querías ni oír hablar de la posibilidad de que fuera hijo tuyo y ahora, de repente, el niño es tu heredero y quieres que ame el rancho. Ni lo sueñes.

– Maggie, no te enfrentes a mí. Tienes todas las de perder -le advirtió Justice.

Por primera vez desde que había vuelto, la primera preocupación de Maggie no era el dolor de Justice. De hecho, se habría alegrado de que la pierna le doliera horrores. ¿Por qué tenía que ser ella la única que sufriera? Aquel hombre estaba diciendo que le iba a quitar a su hijo.

Sobre su cadáver.

Maggie tomó aire profundamente y se concentró en el dolor que sentía en el corazón para utilizarlo como escudo.

– No, Justice, no voy a perder porque Jonas es mío. ¡Tiene casi seis meses y hasta hace poco más de una semana ni siquiera le habías visto!

– Porque tú no me habías hablado de su existencia.

– No me has creído cuando te he hablado de él.

– Eso no tiene nada que ver -contestó Justice haciendo un gesto con la mano en el aire como quitando importancia al asunto.

– Ése es exactamente el meollo de la cuestión, Justice, y lo sabes.

El cielo estaba cubierto de nubes negras y soplaba el viento con fuerza. De repente, enormes gotas de lluvia comenzaron a golpear los cristales de la ventana. Maggie se sentía tan furiosa como la tormenta.

– Jonas va a vivir en la ciudad. Conmigo. Tengo un piso precioso, tenemos un parque cerca, buenos colegios y…

– ¿Un parque? -la interrumpió Justice poniéndose en pie indignado. -¿Quieres llevarlo al parque cuando yo tengo aquí miles de hectáreas? La ciudad no es un buen lugar para crecer. Ni siquiera podría tener un perro.

– Por supuesto que podrá tener un perro -contestó Maggie a la desesperada. -En el edificio en el que vivimos se pueden tener mascotas. En cuanto quiera, iremos a la perrera y sacaremos un cachorro. Un caniche estaría bien.

– ¿Un caniche? -se rió Justice. -¿Qué clase de perro es ése?

– ¿Y qué quieres que tenga? ¿Un pitbull?

– Los perros pastores son los mejores y seguro que le encantan. Va a nacer una camada dentro de poco. Se podrá quedar con un cachorro. Le va a encantar la experiencia.

Probablemente así sería, pero aquel asunto no venía al caso, así que Maggie intentó concentrarse en lo verdaderamente importante.

– En cualquier caso, esas decisiones no las vas a tomar tú.

– Por supuesto que sí. Si Jonas es hijo mío, no pienso permitir que me separes de él.

– ¡Creo recordar que no querías tener hijos! -gritó Maggie sin importarle que la oyeran.

La tormenta había arreciado y ella se sentía como si estuviera en el centro de la lucha, decidida a ganar.

– ¡Claro que quería tener hijos! -exclamó Justice. -Te mentí porque creía que no los podría tener.

Maggie se quedó mirándolo confundida durante un par de segundos. El tiempo que tardó su cerebro en procesar la información y en presentarle el verdadero escenario, lo que la enfureció todavía más.

– ¿Me has mentido? ¿Me has dejado creer que no querías tener hijos cuando, en realidad, era que no los podías tener? -le espetó acercándose y golpeándolo en el pecho con fuerza. -¿Dejaste que me fuera en lugar de contarme la verdad?

– No quería que lo supieras -confesó Justice agarrándola de las muñecas con fuerza y mirándola a los ojos.

Maggie vio vergüenza, remordimientos y enfado en ellos.

– No quería que nadie lo supiera. No quería que supieras que no era un hombre completo.

Maggie lo miró estupefacta. No se lo podía creer.

– Eres un neandertal. ¡La valía de un hombre no se mide por el hecho de que pueda tener o no hijos!

– Para mí, es así.

Maggie vio en sus ojos que estaba diciendo la verdad, se zafó de sus manos y se puso a recorrer el perímetro de la habitación a paso rápido y furioso.

– ¿Así que todo este tiempo que llevamos separados ha sido porque creías que eras estéril? -murmuró Maggie mirándolo de soslayo y viendo que sus palabras habían dado en el blanco.

Justice apretó las mandíbulas. Maggie lo conocía bien y sabía que no podía soportar la debilidad. Por eso, había preferido firmar los papeles del divorcio que confesar ante su mujer que no era todo lo hombre que él creía tener que ser.

Eso le pasaba por casarse con un hombre cuya mayor motivación en la vida era el orgullo.

– Todo esto ha sido por tu maldito orgullo, ¿verdad? -le espetó. -Te has dejado llevar por el orgullo.

– El orgullo no tiene nada de malo, Maggie -contestó Justice.

– No, no tiene nada de malo si no lo antepones a cosas más importantes y eso es, precisamente, lo que has hecho tú. Has permitido que nuestro matrimonio se fuera al garete antes de admitir que no podías tener hijos -recapacitó Maggie en voz alta.

Cuando la fuerza de aquella verdad la golpeó, sintió que se moría. Justice había preferido mantener cierta imagen de sí mismo en lugar de apostar por su matrimonio y por ella.

– Fuiste tú la que se fue -contestó Justice.

– No paras de decírmelo. Es cierto que me fui, pero podrías haberlo impedido. Podrías haberme pedido que me quedara. Si me hubieras dicho «por favor, quédate», me habría quedado. El otro día dijiste que te habría gustado hacerlo, pero, claro… no podías -se lamentó mirándose en sus ojos azules. -Te quería tanto que me habría quedado si hubiera pensado que había algo por lo que luchar, pero tú te limitaste a encerrarte en ti mismo. Y yo no tenía nada, ni hijos ni marido. ¿Para qué me iba a quedar?

Justice hizo una mueca de dolor, pero consiguió controlarse al cabo de un segundo.

– Todo esto no sirve de nada, Maggie. Lo que pasó, pasó y no podemos cambiarlo, pero quiero que te quede bien clara una cosa: si Jonas es mi hijo, voy a luchar por él. Si es un King, se criará con Kings.

Dicho aquello, se giró y se fue tranquilamente. Una vez a solas, Maggie sintió un frío terrible, un frío que se apoderó de sus entrañas y le hizo comprender que el orgullo era de nuevo la causa de que Justice se comportara así. Ahora resultaba que estaba orgulloso de tener un hijo, pero lejos de alegrarse por ello, como podría haber sido en otras circunstancias, Maggie supo que eso la iba a llevar a tener un duro oponente.

Tal vez, con el dinero y los contactos que tenía su familia, pudiera quitarle la custodia.